Encantadora pelirroja compacta

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Capítulo 14

"Encantadora pelirroja compacta"

Terminó de guardar las pocas pertenencias que tenía en la casa de Martín en su mochila y la colgó sobre sus hombros mientras se observaba en el espejo colocado en la puerta, que quedaba justo frente a ella.

Sonrió a su reflejo sintiéndose satisfecha por conseguir que una de las camisas de Martín terminara pareciendo un vestido corto. Acompañado con las medias negras que utilizaba debajo de la falda escolar y sus zapatos no se veía tan extraña. Después de todo, esos videos virales donde enseñaban a hacer ropa en menos de 5 minutos resultaban funcionales.

Pobre Martín, como siguiera yendo a su casa de improvisto y sin ropa iba a terminar con todo su armario. Pero debía admitir que ella se veía mucho mejor con esas camisetas.

Caminó a la puerta para salir pero apenas puso un pie fuera de la habitación, el perro —que al parecer estaba volviéndose mascota de Martín— se puso a bailar frente a ella en dos patas como si ella tuviese comida en las manos o algo.

—Fuera pulgoso. No tengo nada para ti —lo regañó ahuyentándolo con las manos y bajando a prisa las escaleras pero no dejó de seguirla—. ¡Martín! Tú perro no me deja en paz.

—¿Mi perro? Si debería ser tuyo —le respondió en alguna parte de la casa—. Tú lo encontraste y me lo has dejado a mí.

—Puedes dejarlo atado a algún poste con una bolsa de comida y que alguien más se haga cargo —comentó y lo vio aparecer por el pasillo que conducía al patio trasero. En sus manos llevaba una correa pero la estaba viendo mal.

—Me sorprende lo cruel que puedes llegar a ser —dijo negando con la cabeza.

—Y a mí lo extremadamente amable que puedes llegar a ser —lo imitó.

Martín se inclinó y llamó la atención del perro para poder ponerle la correa, el can saltó de felicidad en sus dos patas. Parecía estar entrenado y era raro que no hubiese visto hasta la fecha carteles buscándolo. Siempre de camino al instituto buscaba por todos lados sin éxito.

—¿Vas a sacarlo a pasear? —preguntó cuando él se puso de pie.

—Voy a acompañarte.

—No voy a mi casa, Martín —le advirtió para que descartara esa idea y mejor se fuese a divertir con el perro.

—Lo sé, vas con Brenda ¿no? —ella abrió los ojos sorprendida, provocándole una sonrisa—. Mi celular desapareció hace dos horas y cuando lo encontré revisé mis contactos, tenía llamadas recientes hacia ella. Yo no tengo asuntos con Brenda así que la única persona que pudo hablarle fuiste tú.

Se cruzó de brazos. No le gustaba ser atrapada. Ella era la que debía hacer sentir mal a los demás no al revés. ¡Era parte de la ley de la vida!

—Te pagaré el saldo que me gasté.

—Laini, no quiero que me pagues nada. Es más, si en este momento me pides mi celular te lo doy y me volvería el hombre más tranquilo del mundo al saber que tendrás un modo de comunicarte conmigo si algo no va bien. Si necesitas que esté en un lugar, si tienes que ir a un lado, si quieres hablar o lo que sea podrías pedírmelo en una llamada o mensaje y ahí estaría —terminó hablándole en un voz baja sin apartar la mirada de ella.

Esas palabras y la mirada con que le habló la conmovieron al grado de no poder decirle nada al instante. Ambos permanecieron de pie en medio de la sala viéndose en silencio hasta que su cerebro empezó a trabajar con normalidad y le ordenó borrar aquella sonrisa que se instaló en su rostro.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora