Hormiga pelirroja

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Laini

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Laini

Laini estaba sentada sobre la camilla mientras un paramédico terminaba de atenderle las heridas superficiales, estaba a un paso de convertirse en una momia con tanta venda envolviéndola. Gracias a esa revisión se dio cuenta que tenía una herida de 4 centímetros en la frente, el labio inferior roto y unos trozos de cristal en su brazo izquierdo, sin embargo debían hacerle un estudio a profundidad para ver que su cabeza no tuviera un daño mayor y solo estuviese inflamada. Hasta ese momento, el golpe que recibió cuando su padre la estrelló en el piso, la tenía mareada.

Martín estaba a su lado, sentado en el borde de la ambulancia y rodeado de otros dos paramédicos. Él había corrido con la peor parte, tenía la frente completamente envuelta en vendas, banditas en una de sus cejas, el labio inferior lastimado y también la nariz, por suerte no la tenía fracturada. Sin embargo uno su brazo derecho había sido herido con la navaja de su padre y por eso tuvieron que administrarle una vacuna además de advertirle que tendrían que hacer estudios de sangre para comprobar que no había contraído alguna enfermedad. También una de sus manos estaba vendada pues sus nudillos sufrieron mucho durante la pelea.

—Después de que terminen de hablar con los policías irán de inmediato a la clínica —advirtió Sandra a su lado—. Mi padre ya está esperándolos.

—Está bien, igual yo podría quedarme. Pueden ir adelantándose con Martín —sugirió pero él ya estaba negando, intentando levantarse para acercarse a ella, pero los dos paramédicos lo vieron mal y lo obligaron a permanecer quieto.

—Tú deberías ir yo puedo seguir hablando con el oficial —dijo Martín de inmediato.

—Nadie tiene una bala en su interior y los dos pueden hablar bien, así que se quedan hasta que términos de tomar todas las declaraciones —interrumpió uno de los dos oficiales que estaban tomando sus palabras—. Entonces ¿En qué momento la puerta quedó destrozada?

Evitó desviar su vista a Martín y se concentró en el hombre frente a ella.

—La rompió mi padre al entrar —mintió.

—Cuando llegué ya estaba así —secundó Martín.

—Ya veo, eso explica por qué el otro testigo tiene un brazo fracturado —señaló el oficial.

Levantó las cejas —o al menos hizo el intento— impresionada de la fuerza de Martín. Debía haber estado verdaderamente furioso para conseguir fracturar el brazo de su padre.

Qué bueno que lo hizo.

—¿Y cuál fue el motivo por el que usted estaba en la casa de una menor? —preguntó el otro oficial a Martín.

—Esta noche fue la fiesta de disfraces en el instituto donde doy clase, debido a la hora me ofrecí a traerla porque queda de pasada para ir a mi casa. Pero ella olvidó una bolsa en mi auto y fue que regresé pero me encontré con esa pelea —señaló a su padre que estaba sentado en otra camilla con los ojos cerrados—. Ese sujeto la tenía en el suelo, estaba pisando su espalda y jalando su cabello como si fuera una muñeca de trapo.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora