Pitufo

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Martín

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Martín

Despertó por el fastidioso sonido del celular de Laini. Solo a ella se le ocurría poner una canción de rock pesado como tono de llamada. Abrió los ojos para verla cubrirse con la cobija hasta la cabeza, como si con eso lograse apagar el sonido.

Apartó la mano de la espalda de Laini pero ella se hizo ovillo y continuó acostada bajo las cobijas hasta que el teléfono dejó de sonar.

Él suspiró aliviado y se estiró aun acostado en la cama. Sus pies estaban helados y en general tenía frío pues había pasado toda la noche sin cubrirse. Giró la cabeza para observar la figura de Laini, seguía echa un ovillo y parecía haberse quedado dormida de nuevo.

No sabía qué hora era pero, por la ventana del cuarto, podía ver que ya había amanecido y aunque tenía ganas de levantarse y caminar por la casa, lo sentía como una falta de respeto hacia ella. Además que por mucho que ella le diese permiso, no se sentiría a gusto, había un ambiente extraño en ese lugar que no le terminaba de convencer. No le parecía un lugar adecuado para Laini.

El teléfono volvió a sonar y esta vez Laini arrojó las cobijas a un lado, cubriéndolo a él, para tomar el celular y responder molesta.

—¿Quién es? —contestó con voz ronca y dándole la espalda. Tenía el cabello rojo muy despeinado de un lado tanto que le recordó un poco a la princesa pelirroja de Disney—. ¿Qué he hecho para que me tortures a estas horas de la mañana? ¿Qué? Ah... Pero te dejé una nota para avisarte... sí pero... Lo importante es que estoy bien ¿no? ja, ja, ja. Esteeee, sí. ¡Estaba a punto de entrar a la ducha y se acabará el agua caliente si no me apresuro! ¡Adiós, te veo mañana!

Terminó gritándole al celular antes de cortar la llamada y arrojar el aparato sobre el colchón como si éste le quemara o algo similar.

Rio al ver a Laini actuar de esa forma, y aunque no sabía con quién estuvo hablando podía darse cuenta que era alguien de confianza o de otra forma ella jamás se habría molestado en darle tantas explicaciones.

Laini volteó a verlo e infló las mejillas.

—No fue gracioso, casi pude ver a Sandra matándome por el teléfono —comentó abrazando sus piernas y frotándolas con las manos para entrar en calor, pues hacía bastante frío esta mañana—. A veces da miedo, la prefiero de directora que de tutora.

Él estiró su brazo cerca de la almohada de Laini pero ella aprovechó para acostarse sobre él. Una parte del cabello pelirrojo quedó enredado entre sus dedos.

—Creí que no había nada más aterrador que tú.

—A veces le doy la oportunidad a los demás de ser un poco más aterradores, pero es ocasional, solo para que se sientan especiales.

—¿Y cuándo me darás la oportunidad? —preguntó pasando sus dedos por el cabello de Laini. Ella mantuvo una sonrisa antes de responderle.

—Martín, es imposible para ti que llegues a ser aterrador. Todo a tu alrededor grita que eres encantador.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora