En un hospital

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Laini

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Laini

—Me encargué de poner a un vigilante para que no le pasara nada al auto de Martín —comentó Sandra mientras estacionaba su auto frente a la casa de Laini.

Ella se asomó por la ventana y vio el desastre que era su casa. A la luz del día daba pena. La puerta estaba destrozada, no solamente se había zafado del marco, sino que estaba partida en varios pedazos. Martín tenía una fuerza increíble.

Después se la cobraría.

Lo vio bajarse de la parte trasera del auto y se dirigió hasta su camioneta, le agradeció al guardia por haberla cuidado y desactivó la alarma con su llave. Caminó de nuevo, esta vez en dirección a la ventana de Sandra y le agradeció por toda la ayuda, también por haber cubierto las cuentas del hospital y los medicamentos.

Se despidió de ella desde el lado contrario y ella se cruzó de brazos.

Desde luego que Sandra notó su acción.

—¿Qué pasa? —le preguntó encendiendo el auto.

—Quiero hablar con Martín —dijo seriamente viendo a su tutora—. Hoy.

—Creo que debería esperar esa conversación hasta que estés completamente preparada, física y emocionalmente.

—Pero lo estoy en este momento. Sandra, por favor —no quería llegar a suplicar, pero lo haría con tal de poder dejar las cosas claras.

—Es una plática muy, muy extensa —vio las manos de Sandra rodear el volante con fuerza y después empezar a golpetear con la yema de sus dedos con nerviosismo—. Podría tomarte todo el día.

—Puedo tomar un cambio de ropa y pasar la noche en casa de él —sugirió y Sandra tuvo que suspirar profundo conteniéndose—. Podría invitar a Brenda y contarles a los dos. Así no te preocuparías por quedarme sola en la casa de uno de los pocos hombres adultos que jamás me ha hecho ni una pizca de daño.

—¿Brenda? —Sandra evadió su anterior discurso y Laini decidió seguirle la corriente.

—Mi mejor amiga —le recordó y ella pareció reaccionar.

Se veía muy presionada, debatiéndose internamente.

—Te prometo que después de esto me quedaré en tu casa.

—¿En serio? —le preguntó de inmediato.

—Sí, jeje. Además primero tengo que arreglar la puerta y ya sabes —se encogió de hombros evitando su mirada.

Sandra pareció tranquilizarse y quitó los seguros de las puertas.

—En cuanto termines de hablar con él me llamarás para ir por ti —le advirtió y ella no paraba de sacudir la cabeza—. De momento me llevaré todas tus pertenencias a mi casa, así que no tienes que volver aquí ¿de acuerdo?

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora