Legalmente suyas

27K 2.6K 769
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Sandra llegó del instituto con un humor de aquellos que ni se soportaba así misma. Arrojó su mochila a un costado del sillón de la sala y se recostó con la cabeza hacia abajo decidida a relajarse, aunque en esa casa tan sola lo único que podía impedir su tranquilidad era ella misma.

Desde que sus hermanos se independizaron, esa casa de dos plantas y cinco habitaciones le parecía gigantesca pero sobre todo solitaria. No era agradable llegar después de un día agotador y sentarse a comer sin compañía o esperar sola a sus padres toda la tarde. Antes podía hablar con sus hermanos y pasar el tiempo. Ahora se tenía que conformar con Leslie, que pasaba por su casa cada inicio de mes para robarle golosinas de su despensa.

Cuando empezó a sentir un poco de mareo por tener la cabeza colgando del sillón se levantó y buscó el control remoto para distraerse con algo. Sin embargo, después de minutos de mover todos los cojines, buscar en la cocina, en su habitación y en la de sus padres se dio por vencida al no encontrar el pequeño aparato lleno de botones y se tiró en el piso de la sala evitando el momento de hacer su tarea. Además al día siguiente era sábado, ya tendría tiempo de hacerla el domingo en la noche.

Perdida en sus pensamientos escuchó el teléfono y con mucha pereza se levantó, caminando con lentitud contestó la llamada en medio de un bostezo sin revisar antes el identificador, acción que sus padres desaprobaban, y esperó unos segundos en la línea pues de fondo se escuchaban unos chillidos. Esperaba que no se tratara de algún estafador.

—Hola, muy buenas tardes —habló una voz femenina familiar—. ¿Me puede comunicar con Sandra? De parte de Janeth.

Abrió los ojos con emoción y sonrió al teléfono.

—Hola, Janeth, soy yo —respondió aclarando la garganta pues sabía que su voz sonaba muy adulta por teléfono—. Sandra.

—Sandra, linda ¿cómo estás? —la voz de Janeth se escuchaba muy cálida.

—Bien, ya sabes, evitando hacer mi tarea.

—No, jamás hagas eso, te lo digo yo que ya pasé por todos mis estudios y por retrasar mis tareas terminaba estresada, con dolor de cabeza y era todo horrible —contó riendo—. Mi consejo es que hagas todo el viernes y tendrás el sábado y domingo para echar flojera.

—Muchas gracias por el consejo, lo tomaré en cuenta... —por el teléfono escuchó el llanto de una de las niñas y Janeth empezó a hacer ruiditos con la boca para calmarla. Era fácil imaginarla sosteniendo a la pequeñita pelirroja en sus brazos mientras caminaba por la casa meciéndola. El pensar eso la hizo sonreír—. ¿Es Laini?

—Sí, es muy berrinchuda. Si no le doy de comer al segundo que pide se queja y empieza a llorar. Cuando sea más grande tendré que ser firme con ella, de momento la consentiré más de la cuenta —terminó con una risita a través del teléfono.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora