Laini

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El día 7 de septiembre de 1998 escuchó por primera vez el llanto de Laini.

Sandra estaba en la clínica de sus padres esperando que terminara el turno de su mamá para poder salir al cine como llevaban semanas planeándolo. Pero por la profesión de su familia resultaba complicado que los planes salieran a la perfección y ese día no fue la excepción.

Se sentía molesta con la mujer que llegó esa mañana y justo decidió dar a luz unos minutos antes que el turno de su madre terminara. A pesar que había muchos doctores que podían atenderla ella se ofreció pues los partos eran lo que más le gustaba presenciar.

Y eso la dejaba dando vueltas por el hospital intentando perder el tiempo y no la paciencia lo que a sus 17 años era complicado. Prefería pasar los sábados en su casa que estar ahí sin nada qué hacer.

Se levantó hacia la máquina expendedora y sacó unas donas blancas para ayudar más a su acné a quedarse en su cara, total, los medicamentos que le daba el dermatólogo no hacían nada más que sacarle más dolorosos granos.

Abrió el paquete y se echó una dona a la boca, cuando iba por la segunda sintió una intensa mirada sobre ella y dio con unos pequeños ojos color café que veían su paquete de donas con hambre. Sonrió al ver a la pequeña niña pelirroja que tenía unos 2 o 3 años. Era tan hermosa, y en serio quería sus donas.

La niña estaba en los brazos de un hombre de cabello oscuro, vestido con un traje muy formal y una sonrisa encantadora.

Sandra sintió que su corazón latió con rapidez pero de inmediato se sintió tonta, pues ese hombre no podía ser otro más que el papá de la niña que ya estaba soltando baba sin apartar sus ojitos de las donas.

Soltando una carcajada se puso de pie y se acercó hasta el hombre que no paraba de dar golpes en el piso con sus zapatos lustrosos por la ansiedad. Se detuvo frente a él y aclaró su garganta para llamar su atención, el joven era mucho más apuesto de cerca.

—¿Sí? —preguntó el hombre y ella se quedó sin habla.

Pero la niña extendió sus manos al frente en dirección al paquete de donas y recordó el propósito de haberse acercado.

—Perdone, he visto que la niña no deja de ver mis donas y no sé si le moleste que le dé una —balbuceó sumamente nerviosa.

El hombre asintió con una sonrisa enorme y perfecta.

—Muchas gracias, aunque a mediodía comió un chocolate hoy estamos celebrando así que le dejaré comer una donita —terminó riendo y ella le ofreció el paquete, él joven tomó una dona y se la extendió a la niña que se agitaba con emoción y empezó a comerla haciendo ruiditos con la boca—. Katia, se dice gracias —le advirtió su padre y la niña levantó la vista a Sandra con la boca llena y manchada de blanco.

—Gashiash —balbuceó y siguió comiendo sin importarle nadie.

—Muchas gracias —reafirmó el hombre y le extendió una mano—. Y mucho gusto, me llamo Benjamín.

30 días para enamorarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora