38. Extraordinaria velada

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Sin pensarlo dos veces, uní nuestras bocas con algo de furia incontenible. Pronto estuve en el cuerpo de Seth, y pude sentir lo que él sentía hacía unos segundos; el fuerte y apresurado latir de su corazón, un estremecimiento total en la espina dorsal en cada parpadeo, una tremenda incapacidad para controlar la temblorosa respiración, el fuego ardiente en mis manos ahí donde piel y piel se encontraban, una mente nublada por el deseo que se reflejaba en mis ojos. No podía ver, no podía pensar. Lo único que sabía era que tenía frente a mí un par de ojazos grises, y que quería poseer en cada rincón, milímetro y centímetro al dueño de éstos, en todas las formas imaginables, en cada sentido, quería poseerlo en cuerpo y alma.

Jadeé ruidosamente, apartándome de Seth, tratando en vano de controlarme.

—Wow —exclamé, llevándome una mano a la frente y sentándome en la cama, lejos, muy lejos de Seth.

Me llevó unos minutos tranquilizarme y dejar de sentir esa extraña punzada en mi cuerpo, emociones que al principio pertenecieron a Seth, y al hacerlo, mis ojos se deslizaron hacia él, que me miraba sorprendido. Verlo en mi cuerpo se me antojaba un poco cochambroso, pues no era precisamente la vista de una chica sonrojada, reticente, inmóvil y aturdida lo que mi alma, yo, Jenna, quería recorrer con la mirada hasta hartarme. No lo era, para nada, y eso me molestó. Evité mirar a Seth hasta que me hube calmado por completo. Me abroché la camisa blanca y la planché con las manos.

—¿Estás bien? —me preguntó, ronco.

Asentí, sabiendo que la excitación en mi cuerpo no había sido nada en comparación con la que el cuerpo de Seth sufriera incontrolablemente, por lo que para él fue fácil calmarse. Sin embargo, de no haberlo besado y con esa falta de voluntad suya, él no se habría detenido y Dios sabe hasta dónde habríamos llegado.

—Vaya, Seth —le reproché en tono de broma—, si te vas a poner así cada vez que entre a tu cuarto…

No terminé la frase, pero él entendió y rió con un poco de vergüenza. Me sonrió y se inclinó en la cama para volver a besarme y estar cada quien donde debe estar.

—Trataré de que no vuelva a pasar— dijo, mirándome con esos oscuros y azabaches ojos suyos, los que realmente quería ver.

No le creí, pero sonreí.

Busqué temas que alejaran totalmente la breve escena de nuestras cabezas y terminé dándome de bruces con la temerosa noticia que se negaba a salir a la luz cada vez que tenía la oportunidad. La sonrisa fue desdibujándose de mi rostro y Seth lo notó. Avergonzada por mis pensamientos, desvié la mirada. Seth me malinterpretó.

—Jenna, lo siento… Eso… Prometo que no volverá a pasar hasta que estés… Bueno, hasta que tú quieras… Yo sé que…

—Seth, Seth— me giré de nuevo a él, nuevamente con una sonrisa —. Tranquilo —. Su expresión de angustia desapareció, remplazada por el ceño fruncido que representaba la confusión. Reí. Podía verse tan adorable a veces—. No es eso.

—Entonces, ¿qué pasa?

—No tiene nada que ver con esto— señalé la cama.

—¿Entonces?— Seth pareció recobrar la compostura perdida.

—Es… Es sobre Louis.

—¿Louis?

—No había podido decírtelo, lo siento. Pero creo que ya notaste la distancia que está tomando Louis contigo.

Seth asintió, y tragué saliva.

—Lo que pasa es que… Ah, prométeme por el dedo meñique que no te enojarás.

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