51. Una araña en el lienzo

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¡Yo! ¡Sorpresa! Esta entrega viene algo tarde (como siempre, ale, como siempre), ¡pero viene más larga de lo usual! Estaba planeado para ser más largo, pero las escenas que en mi mente se veían tan pequeñas se agrandaron y decidí cortarlo aquí para no dejarlo en suspenso (como lo tenía planeado al principio). Una escena la agregué por especial de San Valentín, que fue el pasado sábado 14. 

Perdonen la demora, he aquí finalmente el capítulo, disfruten, y gracias por leer y por todos sus hermosos comentarios, hacen mi día, de verdad, i luv u. 

***

Capítulo Anterior:

—Muy perspicaz, Lily —dijo Stanley—. Por un momento lo creí. Pero ahora en serio, cuéntenme sobre eso.

—Ah, ¿no le crees a Lily? —pretendió indignarse Gabriel—. Después de decirte la cruel verdad sobre nosotros.

—He dicho que los he investigado y no hay nada sobre tal juego— tomó aire y se giró a nosotros, apoyando sus brazos en su asiento—. Les propongo un trato. Cuéntenme todo lo que sepan, indago un poquito y los dejo en paz. ¿Qué les parece?

***

—Con todo respeto, ¿no tiene mejores asuntos donde meter la nariz?—tajé, molestándome la insistencia que estaba teniendo Stanley con un asunto en el que no tenía nada que ver. Entendía que su apetito de curiosidad era tan grande —o quizá más— que el de Gabriel, pero era un adulto y se suponía que sabía respetar los límites impuestos por las personas. Y en ese momento, insistía más que un niño rogando a su mamá por un dulce.

—No —rió Stanley.

Estaba sonriendo, pero por el retrovisor pude que por un segundo, un microsegundo, sus ojos dejaron de sonreír para volverse fríos y amenazantes. Podía tener cara de ángel, pero esa sonrisa que mantenía pegada a su cara me pareció lo más escalofriante que jamás presencié.

Instintivamente, tomé la mano de Seth y él me miró sabiendo que algo me había pasado.

Dentro del sepulcral silencio del auto, Gabriel lo condujo a la casa de Melisa, la dirección más cercana por el momento, y ahí nos bajamos con la certeza de que, a pesar de nuestras insistencias, Stanley probablemente había sabido leer nuestras expresiones.

—Cuídese, tío guapo de Gabe —se despidió Lily—. Ya no interrogue a la gente, eh.

—Gracias por traernos —dije yo.

Entramos a la casa de Melisa, donde su mamá nos ofreció chocolate caliente para retenernos un poco y sacarnos plática, comentando cosas que ella conocía de Louis por parte de su hija, sacándonos a todos una sonrisa nostálgica. Hacía menos de una hora Louis había estado con nosotros, pero ya me pesaban en la espalda los próximos meses sin él.

—Le mandaré un mensaje a Liz —dijo Lily, y sacó su celular.

Soplé dentro de mi taza, tratando en vano de enfriarla y que no me quemara la lengua.

Seth, sentado en la barra americana, aún con su bufanda azul puesta, me hizo un gesto con la cabeza y me puse de pie de mi asiento para ir con él debajo de las escaleras y darnos un rato a solas.

La casa de Melisa carecía de paredes, dándole un toque minimalista por esa característica a pesar de tener la vieja mueblería de su abuelita. Quizá por ello había algo de eco al hablar y teníamos que murmurar si no queríamos que nuestra conversación se escuchara. Seth estiró el brazo entre el barandal negro de las escaleras para dejar su taza en el escalón y se acercó a mí.

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