46. La cereza del pastel

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Después de pasar tardes enteras con las cabezas enterradas dentro de los apuntes de clase, los exámenes terminaron y cada uno quiso celebrarlo a su respectiva manera, desde un prolongado suspiro hasta un aprovechado fin de semana en el antro. Y aunque Liz nos invitó a todos a uno llamado Cuarto De Fuego, todos aquellos que practicábamos un deporte tuvimos que negarnos, puesto que las competencias empezarían en una semana y el consumo de alcohol nos estaba rotundamente vedado.

Por supuesto que esto sólo nos detuvo a Seth y a mí, los demás salieron en cuanto dieron las nueve el viernes por la noche.

Sin embargo, no perdí el tiempo: ese viernes invité a Seth a cenar a casa, ya habiéndome decidido no revelar nada de lo sucedido aquella noche hasta que Tyler y papá se dieran cuenta de que íbamos más que en serio.

Seth llegó bien perfumado y planchado a las siete en punto. Mi papá, con una confianza que era característica de él cuando alguien le cae bien, lo invitó sin muchas formalidades a pasar y ponerse cómodo y platicar con él sobre cosas de hombres que no puse empeño en escuchar mientras servíamos la cena. Tyler sólo dijo lo necesario y se mantuvo en un estricto silencio que papá le había impuesto antes de que mi novio llegase.

—Si no vas a decir nada agradable, no lo digas —había dicho papá. Y Tyler no abrió la boca.

Seth procuró no pasarse de mirón en toda la jornada, puesto que yo no me tomé a la ligera la cena: un sencillo vestido azul con escote en V y manga tres cuartos, y un poco de maquillaje más del usual. Tal vez sea cruel, pero me hacía gracia el esfuerzo que Seth hacía por no quedárseme viendo por más de diez segundos.

Cuando ya estuvimos sentados los cuatro en la mesa, papá le hizo preguntas. Muchas preguntas. Entonces comprendí de dónde había sacado Tyler esa facilidad de soltar preguntas desconsideradas y tan directas. Pese a eso, Seth no se lo pensó dos veces antes de contestar alguna de ellas con todo el respeto y la formalidad posible, mientras que papá iba perdiendo ésta última y cada vez se lanzaba con cosas más delicadas.

—Y dime Seth, ¿qué piensas ser en un futuro? —preguntó, dándole un sorbo a su copa de vino.

Tyler y yo giramos la cabeza en su dirección, intrigados por la pregunta.

—Voy a estudiar arquitectura, lo más probable es que aquí, y tendré aquí mi despacho. Aunque no es del todo seguro.

—¡Estoy de acuerdo contigo, muchacho! ¡No es del todo seguro! Así es, así es —y le volvió a dar otro sorbo a la copa—. Tyler, ¿podrías pasarme la sal? 

—Ni siquiera has probado la sopa —se jactó mi hermano, pasándome la sal para yo dársela a papá.

—Sí, pero la hice yo, y a mí siempre me falta sal.

Seth se acomodó el saco sin corbata, incómodo, y yo le di una patadita por debajo de la mesa para que no estuviera tan nervioso. Me sonrió conciliadoramente pero noté que el nerviosismo continuaba allí.

La cena no estuvo tan mal, pues la conversación se enfocó a nosotros tres y Tyler hacía un comentario sobre el tema de vez en cuando.

Con el paso de la noche, y las palabras cruzadas, mi hermano pareció alejar las malas impresiones de mi novio y se acercó un poco, preguntándole a Seth cosas que tal vez tenía tiempo queriendo sacar a luz. Es difícil decir si le seguía cayendo mal o no; Tyler siempre ha sabido llevar una máscara de actitud cuando se lo propone, y parecer la persona más amable del mundo mientras afila el arma justo enfrente de ti y sigues sin saber si está bromeando o te va a apuñalar en serio, pero su sonrisa, que a pesar de ser tétrica intenta ser amable, se mantiene. Y eso da miedo.

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