32. Escondida

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-¡Jenna! -me gritaba Seth desde atrás, a unos dos metros de distancia, corriendo más de lo que estaba acostumbrado. Doblé en un pasillo lo más rápido que pude, doblé otro enseguida, despistando a Seth, y me adentré en el laboratorio, cerrando la puerta detrás de mí con una agilidad y rapidez que haría a cualquiera perder mi rastro.

-¡Jenna! -escuché que me gritaba al otro lado de la puerta, buscando en todos lados pero sin encontrarme. Mis pies se movieron hacia atrás automáticamente y mi cadera pegó con el filo de una mesa del laboratorio. Intenté no quejarme y sólo sobarme el moretón mientras buscaba otro lugar donde esconderme. Me situé al fondo, debajo de una de las mesas, me senté y escondí mi cabeza entre las piernas.

Escuché a Seth volver a gritar mi nombre y me sumergí más entre mis piernas, no contesté. Mi cuerpo se suavizó cuando los pasos de Seth se escucharon lejanos y se difuminaron con el barbullo de los pasillos.

¿Por qué? ¿Por qué era tan estúpida como para esconderme? ¿Por qué tenía miedo? Yo no soy así... ¿entonces por qué las lágrimas querían salir? ¿Por qué no iba simplemente y se lo decía? ¿Qué necesidad había de escabullirme y huir de él? Era Seth, en algún momento u otro, terminaría encontrándome. ¿Por qué... por qué temía justo ahora?

Liz me había advertido, ¡Seth me había advertido!

¿Por qué?

¿Por qué... ?

Me levanté lentamente, como si me doliera el cuerpo entero. Y caminé aún más lento hasta la salida del laboratorio, mirando hacia los dos lados antes de andar rumbo al tocador, un lugar donde Seth no podría buscarme.

Me lavé la cara y me despejé. Me miré al espejo. Pero desvié la vista rápidamente, incapaz de soportar mi propia imagen en momentos como aquellos.

Pero no los confundiré, todo esto había empezado el día anterior.

Era un bello fin de semana, Tyler, mi padre y yo acabábamos de regresar de un partido matutino de béisbol con unos chicos y chicas del parque. Estaba más que cansada; muerta, quería darme una buena ducha, comerme un tazón lleno de helado de limón y dormirme para no despertar sino hasta el lunes.

Me estaba secando el cabello cuando Tyler tocó la puerta del baño, interrumpiendo mi sesión de canto con la secadora, y abrió sin esperar a que le respondiera.

-Te buscan -me tendió el teléfono. Apagué la secadora y casi se lo arrebaté. Con un gesto le indiqué que se fuera y se alejó resoplando. Me coloqué el auricular en el oído a la espera de alguno de mis amigos, admito que esperaba más la voz de Seth.

-¡Jenna, que bueno que te encuentro! -exclamó del otro lado la Sra. Turner. Sentí un poco de decepción... y una mala corazonada.

La Sra. Turner, católica debota, era una vecina viuda, grande y mayor, y vivía con su nieto, puesto que su yerno e hija también habían fallecido, y su otra hija vivía en el extranjero con su familia. Era una mujer para admirar; aún jubilada y mala de la cadera sacaba adelante al pequeño Oliver, que sólo contaba con cinco años de edad.

Pero personas como la Sra. Tuner sólo llaman cuando te necesitan.

-Hola, señora Amelia, ¿cómo está? -A ella le gustaba que le llamara por su nombre, para sentirse más joven.

-Ay, niña, te llamo para pedirte un favor muy grande.

Ya me lo veía venir.

-Claro, ¿qué pasa?

-Mira, tengo una reunión con unas personas de la iglesia. Pero no puedo llevarme a Olly. ¿Podrías cuidarlo por mí un ratito? Ya sabes cuánto te aprecia.

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora