10. Quinto beso

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La casa de Seth no estaba tan lejos como creí que estaría, sólo una colonia de distancia. Tardamos unos quince minutos en llegar, caminando en silencio, yo caminaba como si me supiera el trayecto de memoria pero trataba de no perder a Louis cuando lo miraba de reojo. La casa de Seth era un departamento en un edificio nuevo y de estructura moderna. Supuse que al ser mi casa, debería traer las llaves conmigo. Busqué en un bolso lateral de la mochila y justo ahí me las encontré, bendiciendo al cielo en mi mente. Entramos al edificio y nos dirigimos al elevador. Por suerte, Louis entró antes que yo y fue él en apretar el botón con el número de mi piso: tres. En todo el piso, había sólo unas cuatro puertas con un espacio bastante vasto entre ellas. La llave tenía un 10 grabado. La segunda puerta tenía lo mismo y abrí esa.

Honestamente, me llevé una sopresa al entrar en esa casona. Por un momento me olvidé de que estaba dentro de un departamento y me concentré en encontrar un mueble que no fuera minimalista. Nada estaba fuera de su lugar, todos los muebles mostraban una o más formas geométricas, colocados con una exactitud sorprendente alrededor de la casa. Louis entró después de mí y dejó su mochila sobre un sillón perfectamente blanco con cojines simétricamente negros y se recostó en él.

-¿Dónde está tu padre?- me preguntó una vez se hubo puesto cómodo. Cerré la puerta a mis espaldas tratando de disumular mi cara de estúpida sin mucho éxito.

-No lo sé- balbuceé. Dejé al mochila sobre un sofá naranja y me aventuré a la cocina, adornada con accesorios rojos y cafés, girando hacia la izquierda. No era tan amplia como la sala, pero ofrecía cierto sentimiento acogedor. Tiré de la puerta lateral del enorme refrigerador gris que se extendía ante mí y saqué lo primero que vi, una botella de agua, sólo por sacar algo y disimular mi curiosidad por ver el interior más que nada. Louis se acercó cuando me empinaba la botella.

-¿Tu padre dijo que llegaría tarde?-preguntó al tiempo que yo me encogía de hombros.

-¿Importa?- dije con indiferencia, estudiando con cuidado la casa, y aún con botella en mano, busqué la que suponía debía ser mi habitación.

-¡Claro que importa! Estamos hablando de tu padre.

-Claro- yo seguía distraída viendo la casa. Por alguna razón, mis manos, guiadas por una orden divina, abrieron una puerta de madera oscura que estaba frente al baño. Unos ventanales hicieron que la luz de la tarde me recibiera y cegara unos instantes, pero pude acostumbrarme a tiempo para ver el cuarto de Seth. No era minimalista, como creí que sería toda la casa. La cama era matrimonial y un poco alta que me miraba de perfil. A un lado de ella, un escritorio que me miraba del mismo lado, y a un lado de éste, el ventanal del tamaño de la pared. Estaba todo meramente ordenado, a excepción de algunos que otros zapatos en el suelo, fuera de eso, todo parecía estar en su lugar.

-¿Seth?- me llamó Louis, detrás de mí.

-¿Mm?

-¿Está todo bien?

-¿De qué hablas?

-De tí.

-No sé a qué te refieres- y me di la vuelta con el seño fruncido para enfrentarme a lo que Louis tenía que decirme. Estaba bastante nerviosa, no sabía qué hacer. Por dentro agradecía al padre de Seth por no haber llegado aún a casa y que me diera tiempo para pensar qué hacer. Tampoco sabía ya de qué demonios hablaba Louis, su mera presencia me ponía nerviosa y trataba de recordarme siempre que, en el cuerpo de Seth, no podía actuar como yo misma. Louis también me miraba con el seño fruncido y supe que había hecho algo fuera del carácter de Seth.

-No eres tú, hoy- dijo. Tragué saliva. Como si el dios oportuno me hubiera escuchado, la puerta del recividor se abrió y entró un hombre con la canosidad amenazando su juventud, ojos azules caídos y cansados, tez blanca y vestido formalmente con un pantalón oscuro una camisa a rayas azul detrás de un blazer negro y sin abrochar.

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