Capítulo 29: La Anomalía (1ª Parte).

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Capítulo 29

La Anomalía.

Siguiendo las órdenes de Sergei, los cadáveres de los científicos fallecidos fueron apilados en una sala estanca del vehículo de rescate, y el único superviviente recuperado, conducido a un pequeño quirófano de aislamiento. También trataron de recuperar la caja negra del vehículo de exploración que habían usado aquellos desdichados expertos para explorar el extremo oriente de la URSS, pero tal intento resultó en un esfuerzo infructuoso y una pérdida de tiempo, pues estaba destrozada. Cuando todos los soldados hubieron abordado el inmenso Svyatogor, la mole comenzó a hacer girar sus pesadas orugas y a avanzar  por el complicado terreno arrasando todo a su paso, con sus casi mil toneladas de peso. La tripulación, tras desprenderse de los incómodos y pesados trajes anti radiación, regresó a sus camarotes y se preparó para el trayecto de regreso hacia la populosa ciudad de Novosibirsk, a unos cinco mil quinientos quilómetros de distancia.  Les esperaban unos cinco días y medio de tedioso y monótono viaje a través de la inhóspita  Siberia.

En la cabina de mandos, Sergei Mussorgsky les dio instrucciones a los pilotos sobre el plan de ruta que debían seguir. Su idea era evitar viajar por los mismos parajes que en la ida, donde acabaron hasta las narices de tanto obstáculo, debido a que fueron obligados por los altos mandos militares a poner a prueba, bajo condiciones extremas, a Svyatogor. Cumplida esta misión, Sergei trataría de buscar las zonas menos accidentadas para avanzar, de tal forma que el viaje de regreso fuese mucho más cómodo y descansado para sus soldados. El enorme peso de Svyatogor, unido a sus sistemas computarizados  de propulsión y el excelente sistema de suspensión del vehículo oruga, harían el resto para convertir aquel regreso en una travesía mucho más plácida a través de las inmensas, gélidas e interminables llanuras siberianas.

Cuando se aseguró de que los pilotos habían comprendido el nuevo plan de ruta, el teniente abandonó la cabina. Estaba preocupado por el estado de salud del único superviviente que habían conseguido rescatar, por lo que recorrió el estrecho y metálico pasillo principal de la segunda planta del acorazado y accedió al montacargas que unía las tres alturas internas del blindado. Descendió a la primera planta y enfiló otro pasillo, bastante más corto, hacia una gruesa puerta transparente de metacrilato en la que se podía leer un cartel que decía claramente “ZONA DE AISLAMIENTO” y que daba acceso al pequeño pero bien equipado quirófano del vehículo de rescate. Sergei Mussorgsky atisbó desde su posición al superviviente. Había sido desnudado y acostado boca arriba sobre una camilla, cubierto parcialmente con una sábana azul verdosa.  El doctor Oleksander, ataviado con un traje NBQ, le había colocado a lo largo del cuerpo, toda clase de sensores, especialmente sobre su cabeza. Además, en sus muñecas le había insertado sendas vías unidas a goteros, en cuyo interior había sueros y una mezcla de nutrientes con la función de recuperar al paciente de la severa desnutrición y deshidratación que sufría.

Como sabía que no debía entrar sin protección, Sergei accedió a una sala contigua al quirófano y, de uno de los armarios que había en ella, sacó otro traje protector y se lo puso rápidamente. El traje era un poco distinto al que había usado cuando estuvo en las instalaciones científicas. Este era de color amarillo anaranjado y bastante más liviano. En lugar de llevar una máscara antigás con sofisticados visores y detectores de gases, este poseía una simple capucha de corte sencillo que cubría toda su cabeza, habiendo una parte plástica transparente en su parte delantera para que pudiera ver con comodidad. Desde luego esta vestimenta no era tan protectora como la anterior, pero al menos era bastante menos incómoda y pesada.

Después de vestirse y activar los sistemas de purificación de aire y ventilación de la vestimenta, salió del vestuario y abrió la puerta de metacrilato de la sala de aislamiento pulsando un botón, tras lo cual, se adentró en un diminuto espacio estanco. Tras cerrarse la entrada por la que había accedido, una serie de chorros a presión de un extraño vapor amarillento le rociaron todo el cuerpo como método de descontaminación y una vez terminó, otra compuerta se abrió dejándole por fin ingresar al quirófano. El médico, al verle entrar, le saludó sonriente.

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora