Capítulo 39 Novosibirsk (parte 2)

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Capítulo 39

Novosibirsk (parte 2)


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Aquella voz tranquila resultó ser especialmente espantosa, ya que tuvo la peculiaridad de apartar, de manera abrupta, los propios pensamientos del suboficial, dejando la mente de este como un papel en blanco: sin la capacidad de hablarse a sí misma. Una vez retirada toda interferencia, la única voz que retumbó en la consciencia de Yao Ming fue la de aquel misterioso pro-human.

Al desaparecer cualquier atisbo de su propio ego, también se desvaneció cualquier miedo y, en consecuencia, pudo escuchar a su dominador con una paz inusitada. Yao Ming ya no era un spetsnaz, ni un orgulloso soviético, ni un amigo, ni siquiera un hombre. No podía tener miedo por la sencilla razón de que había dejado de existir como persona, como entidad, como voluntad. Y en ese estado tan precario de anulada rebeldía, escuchó muchas cosas que no recordaría, salvo una de no muy halagüeño mensaje: «En Novosibirsk hallaréis la muerte; solo los elegidos deben ir».

Fueron dos soldados los que pusieron fin a aquella extrema situación. Los hombres encontraron a Yao Ming inconsciente, yaciendo, desnudo, en el suelo del baño. Enseguida se agacharon junto a él para intentar reanimarlo. Al principio, el sargento les dio la sensación de estar muerto: su rostro se veía pálido como el yeso y la respiración era tan débil que resultaba inapreciable. Sin embargo, de forma repentina, el cuerpo del oriental pareció regresar a la vida y, tras convulsionar varias veces con cierta violencia, Yao Ming fue víctima de un ataque de tos que a punto estuvo de vaciar su estómago.

Al ver esto, uno de los soldados se apresuró a girar al sargento de tal forma que su cuerpo quedó acostado de lado. Esta posición ayudó al suboficial a expulsar, tras una serie de fuertes tosidos, la flema blanca y espesa que le obstruía las vías respiratorias.

En cuanto la angustia de la asfixia se desvaneció y de nuevo el vital oxígeno revitalizó el organismo del sargento, este pudo por fin escuchar las palabras de los hombres que le acababan de ayudar.

—¡...gento! ¡Sargento! ¡Señor! ¿Se encuentra usted mejor? —le preguntó el soldado Víctor Tupolev, uno de los dos soldados que lo atendían.

Yao Ming se sentía bastante mareado y agitado, pero, aun en ese estado, trató de incorporarse. En sus ojos desorbitados era evidente la sensación de pavor y turbación que lo embargaba.

—¡Cuidado señor, espere un rato! —le pidió el otro spetsnaz, un hombre rubio, de gran tamaño y complexión, que se llamaba Karolek Borchin—. No se levante, mi sargento. Al principio la sensación de vértigo es tremenda, pero no tarda en pasarse. Debe tener cuidado o caerá.

El chino apenas tenía fuerzas para otra cosa que no fuese seguir tosiendo y jadeando en busca de aire. Un delgado hilo de babas salía de su boca entreabierta. Con los ojos y el rostro enrojecidos por el desagradable episodio vivido, apoyó sus manos trémulas en el suelo y alzó —aún desorientado— un poco la mirada para observar lo que tenía en derredor. A pesar de ser un hombre de evidente bizarría, estaba asustado. Tenía miedo; miedo a encontrarse de nuevo frente al temible pro-human, miedo a ver aparecer otra vez a aquella misteriosa niña, angustia por volver a escuchar las extrañas voces de aquellas personas ilusorias.

—No se apresure, sargento —le pidió Victor Tupolev—. Quédese un rato recostado mientras le explicamos.

Karolek, le pasó una toalla a su superior.

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora