Capitulo 1: Sin Piedad, Sin Alma. (1ª Parte) Edición Final.

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Capitulo 1

Sin Piedad, Sin Alma.

 (Hay una melodía para acompañar el texto)

 Mírame.

—¿Quién eres?

—¿Aún no lo sabes?

—Creo que sí…, pero me da miedo reconocerlo.

—Llegará el día en que te verás obligado a despertar…

Hans Ansdifeng abrió sus azules ojos de pronto. Unos mortecinos haces de luz solar traspasaban las rendijas paralelas de una nívea persiana de estilo veneciano y teñían la habitación de tonalidades anaranjadas.

Se encontraba en una estrecha estancia escasamente decorada, en la que había una pequeña cama arrinconada, una mesita de noche sin adornos y una estantería tan blanca y vacía como el resto de cosas que había allí. La parca decoración se debía a que aquel lugar no era un hogar, sino una simple estancia circunstancial que quizás no volvería a visitar nunca más.

Había dormido con la misma ropa con la que había llegado la noche anterior: un pantalón negro, un jersey de cuello alto de lana artificial y una larga chaqueta de cuero sintético. En realidad, no había planeado dormir, pero el sueño había podido con él.

Respiró hondo, angustiado por una molesta sensación de agobio. Aquella pesadilla volvía a repetirse una y otra vez hasta la saciedad, y no era capaz de entender cuál era su significado. Sudoroso, no tanto por la temperatura del ambiente sino por efecto de su redundante ensoñación, se incorporó y se aproximó a la ventana abriendo la persiana, momento en el que, de nuevo, la visión de un insólito mundo volvió a abrumarlo traspasando sus retinas.

Un borroso sol naranja se perfilaba cual luminosa silueta chinesca a través de la colosal cúpula de resina translúcida que cubría toda la ciudad. Aquella obra maestra de la ingeniería, sostenida por enormes esqueletos metálicos en forma de pilares, travesaños y vigas, protegía a los habitantes de la urbe de los letales rayos ultravioleta que atravesaban la atmósfera global sin oposición y también de la radiación asesina reinante en todo el planeta. Debajo de esa asombrosa y, a la vez, monstruosa construcción, existía un mundo no menos insólito: una ciudad oscura y triste, cimentada sobre las ruinas de la arrasada Múnich. Esa megalópolis, levantada por una decadente humanidad que se arrastraba agónica hacia su propia extinción, representaba uno de los escasos oasis donde la vida aún era posible. Un lugar donde edificios abandonados y casi derruidos se mezclaban de forma caótica con residencias de nueva construcción en las que se usaban materiales modernos como el merídium, de aspecto metálico pero de ligereza similar al plástico, o cristales artificiales capaces de absorber la luz del astro rey para suministrar energía a la urbe. De hecho, la propia gran cúpula que cubría la ciudad tenía como misión secundaria ese mismo propósito: captar la energía solar. Algo que llamaba la atención a simple vista era la ausencia de vegetación allá donde se mirase. Los árboles, en su gran mayoría, estaban extintos (al igual que muchas otras cosas en aquel mundo decadente), y los que quedaban eran protegidos con mucho celo en invernaderos custodiados por militares. Lo cierto era que, en general, todos los recursos naturales escaseaban. La civilización que una vez fue difícilmente podría volver a despertar.

Hans Ansdifeng cerró la persiana. Odiaba aquella ciudad agonizante. Odiaba el mundo que le rodeaba. Detestaba a cada ser humano que conocía. Todos le parecían patéticos, egoístas y carentes de integridad. Ninguno le había demostrado lo contrario. En aquellos tiempos no había demasiado espacio para la virtud, y la supervivencia lo significaba todo.

A2plus: Esencia Evanescente I y II (YA EN LIBRERÍAS)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora