Capítulo 33 - SINCERIDAD

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Sara no sabía porque la abrazaba, pero se sentía bien. Tal vez en el fondo de su mente sabía que era probable que luego de esa mañana no contara con muchos a quien abrazar. El abrazo fue corto, pero reconfortante. Cuando ambas se separaron, Sara miró al suelo y aclaró rápidamente su garganta.

—Yo… uh, sólo quería sentir el material del vestido —vaciló—. Es de Morgana Jazz.

—¿Lo es? —la doctora sonrió.

—Es mi diseñadora favorita —repuso débilmente, luego cerró sus ojos y apoyó la cabeza en el sofá—. Usted tenía razón… acerca de Tomás.

La doctora hizo una pausa como si no se esperara que soltara esa confesión de esa forma tan abrupta, así, mientras tenía el rostro casi verde, débil y con mareo. Pero era probable que antes tuviera razón en lo que le había dicho a Val y estuviera tan rota en ese momento, que ya no se estaba molestando en dar vueltas a ese asunto.

 —Bueno, esa no es razón para sentirse mal —dijo la doctora después.

Sara sacudió su cabeza.

—Claro que si es razón, lo descubrí de la forma más horrible.

Sara abrió sus ojos cuando la doctora se levantó, pero sólo iba a la mesita donde se encontraba la tetera, allí empezó a servir té.

—Tengo todo el tiempo del mundo —dijo ella al brindarle un poco—. Cuéntame que sucedió.

Y lo hizo.

Bien, en realidad sabía que no le iba a contar todo, pero quizás se debía a su agotamiento y debilidad, porque en ese momento ella ni siquiera podía controlar a su lengua mientras le contaba cómo había encontrado a Tomás y a Katherine en la oscuridad, y cómo luego alguien más la había acorralado en la oscuridad.

—Él me volvió a salvar —gruñó con enojo— ¿Por qué lo hace, doctora? Primero me miente y después me salva...

Sara esperaba alguna de sus respuestas elocuentes, pero la doctora estaba en silencio. A pesar de que sus papás le pagaban bastante bien, la doctora jamás se había guardado las ganas de decirle algunas cosas cuando las creía necesarias; como aquella vez en que la había llamado “pequeña malcriada” o cuando había dicho que merecía unos azotes luego de la expulsión de uno de los colegios.

No, la doctora Vélez jamás estaría en su lista de personas más cuerdas que conocía.

—Sara, todos hemos sido jóvenes —dijo ella finalmente—. Cuando yo tenía tu edad me escapaba a fiestas y bebía, tus padres también lo hacían.

—¿En serio? —Sara la miró confundida ¿Por qué le hablaba de eso?

La doctora sonrió.

—Por supuesto, lo mejor de ser joven es ir contra las reglas —continuó después de beber un poco más de té—. Sé que ese chico Brown hizo muy mal, pero en esos momentos estaba totalmente alcoholizado y por fortuna Tomás llegó a tiempo.

—Yo iba a huir —murmuró sacudiendo la cabeza—. Sé que nadie me cree, pero a pesar de que Martín puede ser un cretino, no es un abusador.

La doctora asintió.

—Pero hay un punto en que todo se sale de nuestras manos. Ese chico tiene sus propios demonios como todos los demás, pero debe aprender que el alcohol jamás aliviará una pena.

Sara de pronto saltó en su puesto, lo que hizo que por poco derramara su té. Ella bebió un poco y luego lo dejó a un lado.

—¿Quien le pidió que viniera? —Exigió enfrentando a la doctora—. ¿Cómo sabe que estaba hablando de Martín Brown? Yo no he mencionado su nombre.

AtrapadaWhere stories live. Discover now