Capítulo 10: Es un trato, Cadell

5.5K 541 60
                                    

Después de mi relación con Dewey, y el tema de cuando me hizo la cicatriz de la pierna, mi madre entró en un estado de paranoia de que era muy frágil y cualquiera podría ser capaz de lastimarme y aunque era cierto, las consecuencias de lo ocurrido...

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Después de mi relación con Dewey, y el tema de cuando me hizo la cicatriz de la pierna, mi madre entró en un estado de paranoia de que era muy frágil y cualquiera podría ser capaz de lastimarme y aunque era cierto, las consecuencias de lo ocurrido – e incluso para mí un castigo y una bendición a la vez – mi madre tomó la decisión de inscribirme sin avisar a las clases de defensa personal que ofrecían en un edificio lleno de actividades para adolescentes complicados después que me dieron de alta en el hospital y me retiraron los treinta puntos dos semanas después.

Fue la manera más sutil de decir – o como a mi me gustaba decirle – que era un confinamiento para que los hijos rebeldes de padres cansados tuvieran tiempo de reflexionar sobre lo mal que se portaban con su familia o en tal caso, para mi era más una manera de deshacerse por unos horas de los hijos envueltos en problemas. Sabía que mi madre solo lo había hecho para que tuviera una manera de cuidarme sola, pero, también tenía claro que era una manera de darse un respiro de mis malas decisiones. Después de todo, yo era una adolescentes, y me gustara o no, debía de acatar las órdenes de mis padres, mucha más con la conciencia sucia de haberles preocupado.

El entrenador del centro para adolescentes rebeldes, era un hombre de al menos treinta años retirado de la armada, porque fue herido en batalla, así que para no echar a perder todos los entrenamientos forzosos y arriesgados que experimentó durante su vida en el ejército, decidió impartir clases a adolescentes que prefieren escaparse y desobedecer, sobre cómo patear traseros. Y aunque a simple vista era claro que combinar a un soldado retirado con adolescentes mal portados era una mala combinación; el hombre parecía disfrutar de poner en regla a los jóvenes a pesar de que él parecía ser el triple de problemático.

Me bastaron tres clases con el hombre para saber que las odiaba por completo junto con él y el resto de la clase. El soldado lograba dejarnos jadeando en el suelo después de horas de lanzar puños a un saco lleno de arena, correr por todo el salón, aprender a esquivar patadas y golpes e incluso como dejar a un oponente noqueado en el suelo. Fui a treinta y dos clases, dos veces por semana luego de la escuela. Hasta que un día simplemente decidí que no era lo mío, y que las reuniones clandestinas con Lucille eran más divertidas. Pero en realidad, solo me retiré porque comenzaba a disfrutarlas, y después de Dewey, no creía ser merecedora de sentir felicidad. Estaba deprimida, herida y con una cicatriz que me recorría lo que sucedió para toda la vida.

No sé exactamente en qué momento tomé la alternativa de ser rebelde con mis padres, de llevarles la contraria y ser todo lo que ellos no querían que fuese. Me habían dado todo lo que necesitaba, y deseaba. Incluso, después de las consecuencias que trajo mi relación con Dewey, siguieron buscando maneras de ayudarme a salir adelante, que me mantuviera fuerte y en pie. Pero con el paso de los años, cuando me fui de casa al terminar la secundaria, mis padres se fueron rindiendo, y estuve indecisa de si lo agradecia o mi lado egoísta quería que siguieran insistiendo. Lo primero en perderse entre nuestra relación, fue la conexión al escribir que tenía con Adriel. Mi madre, Amara, dejó también de hornear pasteles cada vez que iba de visita a casa. Dejaron de sonreír en mi dirección.

Entre Uniones de SangreWhere stories live. Discover now