Capítulo 51

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El movimiento rústico del carruaje me despertó, pero no era un carruaje, era una jaula para prisioneros. Las había visto antes, de lejos. Metían a tantas personas que en sus rostros y cuerpos se marcaban los barrotes, quedaban tan presionados contra el metal oxidado que se les rompía la piel.

Al menos tenía la certeza de que estos hombres no iban a arriesgarse a meter a nadie conmigo. Era demasiado valiosa. Sin embargo, seguía temiendo que fueran ellos los que quisieran algo más. Y no lo dudaba, por la forma en la que sus ojos sádicos me miraban, sentí que comenzaba a sudar frío.

Me quedé recostada, intentando verme insignificante y asquerosa. Busqué la otra jaula, donde Danielle y Eloise iban. Estaban casi junto a mí, solo un caballo nos separaba. Danielle estaba acostada, tenía los ojos cerrados, pero su pecho subía y bajaba con lentitud.

«Viva», me dije.

Eloise estaba sentada, se veía miserable, el cabello húmedo le caía sobre su rostro redondeado y aspiraba por la nariz ruidosamente. Las ronchas en su piel estaban desapareciendo, al igual que las de Danielle. Lo que fuera que hubieran tenido, estaban sanando y sus pieles comenzaban a lucir normales.

Eso también me alivió, pero fue poco, a penas un segundo hasta que uno de los hombres hizo un comentario para alertarme de que yo no era la única que notaba aquello.

Quizás las prefiriera enfermas, solo hasta que pudiéramos librarnos de ellos.

Miré arriba, hacia los árboles, mientras que una de mis manos iba hacia el bolsillo de mi pantalón. Me habían quitado mi bolso, pero por pura obra de los dioses o por su costumbre de subestimar a una mujer, no tocaron mis bolsillos. Había guardado en uno de ellos lo que Allerick me dio antes de dejarme junto al acantilado, tenía la apariencia de una escala, pero al trazar su borde con mi dedo me corté. 

Saqué mi mano de allí y la dejé inmóvil junto a mí, la sangre de mi dedo manchaba el suelo sucio y hediondo de la jaula.

—Creí que serías igual que tu madre —mascullaron a mi espalda. No tuve que girar para saber que era Ossom.

Pensé en seguir fingiendo estar inconsciente, pero tenía la sensación de que su ego se regodearía. Aunque quizás fuera una decisión inteligente, mi propio orgullo fue el que venció.

—No nos parecemos. Ella no tiene las agallas para asesinar a un hombre.

Me giré, solo para que mi ego obtuviera satisfacción. Ossom caminaba junto a mi jaula, su mano se sostenía de los barrotes y tenía una expresión de calma falsa, sus ojos lo delataban. Me miraba como lo había hecho su padre, como si fuera un animal insignificante que estaba desobedienciendo a su amo.

—¿Es eso una confesión? —escupió. Los dedos que sostenían los barrotes se apretaron, creí que se imaginaba estrangulandome.

—¿Acaso la necesitas? ¿No lo habían adivinado ya? ¿O solo el hecho de que soy una mujer te impide aceptarlo?

Ossom soltó un resoplido divertido.

—No te conviene provocarme ahora, princesa. No soy yo el que está en una jaula. Sé inteligente y cierra la puta boca.

Moví mi cuerpo, reincorporándome. Había dejado de llover, pero seguía teniendo la ropa húmeda y llena de barro. Estremecimientos me atravesaron mientras lo miraba, a la misma altura.

—¿Sabes qué no fue inteligente? Envenenar a un cazador de la jauría —dije.

—No les tengo miedo. No son inmortales. Sangran al igual que tú o yo. Sienten. Y son tan manipulables como cualquier otro —rió—. Son...demasiado nobles, eso los hace débiles y predecibles, a mí parecer —llevó una de sus manos al cinturón de su cadera, donde estaban sus armas. Tomó un frasco con un contenido trasparente y me lo mostró—. Tuve la segunda dosis todo el tiempo conmigo y ellos me dejaron ir contigo y su hombre muriendo, ¿Sabes por qué, princesa?

ScarWhere stories live. Discover now