Capítulo 34

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Tragué, dudando.

Eso no pasó desapercibido para Conrad.

—Soy yo —dijo.

Acuné su rostro en mis manos para mirarlo. Acaricié la piel sonrojada de sus mejillas, sentí sus labios llenos bajo mis pulgares, los colmillos inusuales saludaron cuando abrió su boca para jadear con tormento. Mis manos siguieron hacia sus orejas, donde tracé su forma alargada y sonreí.

—Eres tú.

Esta vez lo dejé tumbarme en su cama, cuando lo vi alzado sobre mí, no me aterroricé. Era Conrad. Era su mirada ardiente y encantadora sobre mi cuerpo. Eran sus manos tocándome como si no hubiera nada más delicado en el mundo que yo. Era su olor. Era su piel. Eran sus suspiros.

Su boca encontró la mía, probé su lengua y me estremecí ante el rocé de sus colmillos en mis labios.

Era él.

Estaba a salvo. Quería esto. Mi cuerpo lo ansiaba.

—No tengas miedo de mí, Vakne —pidió, moviendo su boca hacia mi mandíbula, al llegar a mi cuello sus besos se hicieron demandantes contra mi piel.

—Conrad —jadeé, cerrando mis ojos.

Mi espalda se arqueó y mi pecho entró en contacto con el suyo, recordándome lo desnuda que estaba y lo impresionante que se sentía nuestro contacto sin nada interponiéndose entre nosotros. Deslicé mis manos por su espalda, sintiendo los músculos y las cicatrices.

Conrad se movió para frotar su rostro contra la piel bajo mi clavícula. Su mano subió por mi vientre hasta encontrar uno de mis pechos, lo amasó en su mano antes de dirigirlo a su boca. Mis ojos se abrieron de golpe y me ahogué con un gemido ronco. No solo estaba besando, estaba lamiendo y chupando, las corrientes que eso provocó en mi cuerpo eran tan intensas que por un momento temí no poder con ellas. Mis parpados cayeron y se apretaron con fuerza.

No contento con solo abarcar uno, buscó el otro para brindarle la misma atención.

Clavé mis uñas en su cabello cuando su exigente lengua jugó con mi pezón antes de besarlo con una ternura irónica. Su cuerpo me separó las piernas con cada centímetro que bajaba. Me llenó el estómago y el vientre de besos, empujó mis muslos con sus manos y hundió su rostro entre mis piernas. Sin ninguna duda ni reserva.

Emití un grito sin aliento.

Quise preguntar, pero no tuve oportunidad, Conrad gruñó y lo sentí en todas las partes correctas, su lengua invadió mis pliegues, conquistando. Mis manos se aferraron a las mantas y sentí que mi corazón se saldría de mi pecho, así como mi cuerpo se arqueaba, toda mi alma lo hizo.

Esto era impensable. Era...magnifico.

Había un punto exacto que parecía ser su favorito, también se convirtió en el mío, Conrad batió su lengua sobre él y mis ojos se pusieron en blanco.

Gimoteé cuando se detuvo, miré hacia abajo y lo vi dándome una sonrisa salvaje mientras dirigía dos de sus dedos sobre mí, las caricias no tenían otro propósito que la de probar mi humedad, cuando estuvo satisfecho los puso contra mi entrada y embistió.

Jadeé su nombre, sin aliento.

El envite de sus dedos fue lento y cuidadoso, me resultó incomodo, solo un poco, terminé olvidándolo cuando su lengua caliente volvió a saborearme entre las piernas, sobre el manojo de nervios que me estaba aniquilando.

Sentí un centellar de cosas a la vez, todas eran por Conrad. Mi corazón corría, saltaba, aullaba. En mi mente no cabía una sola cosa más que él. Su boca y sus dedos parecían ser la combinación más perfecta que podía existir en todo el universo. No podía haber nada mejor.

Perdí la cabeza en el momento exacto en el que Conrad añadió otro de sus dedos y todo se apretó. Mi cuerpo se contrajo vapuleado por la maravillosa ola de emociones intensas, mis dedos se arquearon, mi boca quedó abierta en la búsqueda de oxígeno.

Nunca nada se había sentido mejor. Nunca nada había sido tan...puro.

—No tengo palabras —lo escuché decir. Las palabras emergieron de su boca con dificultad—. Ni una sola.

Tragué, reincorporándome un poco.

Conrad me miró con insoportable deseo, dejó besos sobre mis caderas y trepó sobre mi cuerpo una vez más para volver a besarme. Conocí mi propio sabor en su boca y pensé que era una locura el hecho de que me gustara tanto eso. Estar en su boca. Quería estarlo en todo su cuerpo. Dejar mi esencia en él. Lo quería todo de él.

—¿Quieres parar? —preguntó entre besos.

—Nunca.

Sus botas cayeron al suelo y sus manos fueron a sus pantalones. Su desesperación era evidente. Tiré de su rostro hacia el mío para besarlo, no sabía nada sobre lo que debía hacer, pero me encontré nerviosa, no asustada, solo...confundida, porque no estaba segura sobre como sucedería algo de lo que apenas había escuchado hablar.

—No tengas miedo —Conrad atrapó una de mis temblorosas manos y la llevó a su boca para besarla antes de apoyarla contra la cama. Me besó entre la cejas, besó la punta de mi nariz y mi boca—. Soy yo —repitió.

Suspiré, apretando su mano.

Alcé mis ojos hacia él y en ese instante empujó sus caderas contra las mías, abriéndose camino a mi interior. Cada una de mis emociones las vi reflejadas en sus ojos, mi vista se empañó y su expresión se torció con preocupación. Se detuvo y yo pude respirar. Un temblor me invadió el cuerpo por la impresión. Conrad me besó susurrando que todo estaría bien, que estaba a salvo y que no tenía que tener miedo. Cuando conseguí aflojar mi cuerpo cavó más profundo, la sensación me hizo apretarme a su alrededor, provocándole un gemido estrangulado.

Sus ojos se inundaron con fascinación y anhelo.

Retiró sus caderas unos centímetros y volvió a mí, sin quitarme los ojos de encima. Lo hizo de nuevo y de nuevo. Estudió mis respuestas hasta que mi cuerpo estaba suave contra el suyo, dispuesto y complacido. Liberó mi mano para recoger mis muslos, su boca cayó sobre mi mandíbula y sus dientes capturaron mi piel en el siguiente golpe, esta vez más posesivo.

El sonido que barboteé lo inspiró.

Sus dedos se hundieron en la piel de mis piernas, lamió mi cuello y chupó el lóbulo de mi oreja cuando volvió a penetrarme.

Eres mía —susurró.

Clavé mis uñas en su espalda y gemí de acuerdo.

Se estremeció sobre mí, sus embestidas se hicieron intensas, los sonidos que salían de él provocaban los míos y eso parecía hacerlo trizas. Atrapó mis labios entre los suyos y masculló una plegaría enterrándose en mí tan profundo como su cuerpo se lo permitía. Se quedó quieto de repente. Todo su cuerpo perdió fuerza, su peso cayó sobre mí sin aplastarme, solo cansado. Abatido. Jadeó mi nombre, como si fuera una bendición.

Cuando se apartó, algo tibio se escurrió de mi interior. Conrad se acostó a mi lado, atrayéndome cerca de su cuerpo, su mano se apoyó en mi mejilla para que lo mirara, tenía una expresión seria, sin aliento.

—¿Te hice daño?

Negué.

El hecho de que siguiera verificando mi bienestar me sacudió el corazón. Me quitó el aliento la forma en la que se veía, así, con los ojos encendidos por una fiebre feroz que acababa de ser saciada, adorándome.

No podía dejar de mirarlo, temía que fuera un sueño, una especie de ilusión que iba a desvanecerse. La idea me golpeó con horror.

Algo de mi expresión debió asustarlo, porque con dolor preguntó: —¿Te arrepientes?

¿Arrepentirme? ¿De él?

—Me arrepiento de muchas cosas en mi vida, Conrad —dije. Mis brazos fueron hacia él, buscándolo—. Pero no de ti. Nunca de ti.

ScarWhere stories live. Discover now