Capítulo 50

508 91 9
                                    

Viajar a través de los Saltos era como estornudar. Durante lo que parecía ser un segundo todo era un torbellino extraño del que apenas se  podía ser consciente, al final, lo que quedaba era un aturdimiento leve. Casi no noté la diferencia entre Saltos mientras el duende me guíaba, pero al principio, cuando salimos del bosque de Siempre Otoño, fue lo más impresionante que había experimentado en mi vida.

El sentimiento salvaje de que por fin estaba mirando de frente mi futuro era desgarrador. No habían más personajes, no quería seguir otros caminos. El que me pertenecía me asustaba, pero sabía que huir era peor. Se sentía...peor.

Tras pasar el quinto Salto el duende soltó mi mano y aprovechó mi desorientación para desaparecer. Supuse que esto sería todo, que había llegado.

Me sujeté de un árbol, jadeando. La corteza estaba babosa y fría, la niebla llenaba el bosque y una suave llovizna comenzaba a humedecerme la piel. Me encontraba en una área inclinada desde donde podía ver un camino abajo. Iba a moverme hacia esa dirección, pero entonces me percaté de algo más, había mucho ruido acercandose.

Era tanto ruido que me tambaleé hacia atrás y caí sobre el lodo entre los árboles.

Escuchaba las pezuñas de los caballos contra el suelo, los carruajes y los mascullidos malhumorados de unos hombres con un acento que hacía mucho tiempo no había oído. Esas voces me obligaron a reincorporarme lo suficiente como para ver entre los árboles.

Vi a los hombres a caballo, vestían los uniformes de la guardia real de Wyspertark, pero... No pude reconocer a ninguno, solo escuchaba sus voces. Hablaban con el mismo tono en el que lo había hecho Tressal Videy. No pude ver quién lideraba el grupo, sin embargo, vi a los rehenes.

Eran tres. Y los tenían en jaulas. En una de ellas iba Radley arrodillado, atado por todas partes con cadenas, su ropa tenía manchas de sangre demasiado fresca y su cola estaba atrapada e inerte en el suelo sucio. En la otra habían dos mujeres de aspecto terrible y sucio, el tono de su piel era verdoso y tenían ampollas en todo lo que su ropa no escondía. Ambas parecían desmayadas o dormidas, demasiado quietas.

Se me revolvió el estómago.

Eran Danielle y una mujer que...me había atendido en el palacio. La recordaba. Se llamaba Eloise. Y creía haber visto a sus niños alguna vez.

El grupo siguió hacia adelante. Yo también. Me arrastré en el lodo, entre los arbustos y los árboles, siguiéndolos sin acercarme. Utilizaba su propio ruido para esconder el mío.

Y rezaba, «Perdona cada pensamiento violento que es alimentado por la venganza y que motiva cada uno de mis movimientos, pero por favor, no por mí, por ellos, permíteme salvarlos... ». El barro llegaba a mi barbilla y tenía tierra en mis ojos, pero nada me hizo detenerme. Solo pensaba en lo que acababa de ver, dejaba que sus risas impulsarán mi cuerpo, que lo hicieran arder.

Iban a pagarlo. Lo juraba. La sangre que había corrido por sus manos sería saldada con la suya y su dolor. Ya lo había jurado antes, ante las estrellas, y mientras ellas y yo siguieramos con vida, mi promesa también. 

«Los veré caer en pedazos», me llené de ese pensamiento. «Gritaran por piedad». Tiré de mi cuerpo hacia adelante. «Y si no se arrodillan ante mí y las estrellas me verán reclamando sus corazones a cambio».

—¡Detenganse! —bramó alguien en voz alta.

Levanté la cabeza a tiempo para ver a todo el grupo detenerse abrupto. Ahora ponía ver al frente, a quien los dirigía. Su rostro era como el de su padre, repugnante, tenía sus ojos también, oscuros y con una mirada agresiva que aseveraba las perversiones de las que era capaz. El ruido de su armadura fue lo único que se escuchó cuando bajo de su caballo y miró a su grupo.

ScarWhere stories live. Discover now