Capítulo 8

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Mi madre me abrazaba. Pero se sentía diferente, estábamos entre las sombras, creía estar en mi habitación del castillo y era la noche en la que me anunciaba mi compromiso con Tressal Videy. Comencé a llorar, porque cuando ella estaba a mí alrededor seguía siendo una niña.

—Las princesas no lloran —dijo mi madre—. Se casan y tienen herederos.

Sus palabras me rompieron, quebraron mi alma hasta reducirla a partículas.

Intenté hablar, pero me costaba, porque sentía que ella se desvanecía y no me escuchaba.

—Las princesas no lloran —concedí—. Matan usurpadores y conquistan reinos.

Esas palabras me arrastraron y me empujaron fuera de la oscuridad. No estaba con mi madre. Esto no era el pasado. Estaba envuelta en un abrigo de piel blanca con olor a acero, tierra y travesía. Me dolía la espalda porque estaba sentada sobre un caballo en movimiento y había alguien sosteniéndome contra un duro cuerpo.

—¿Qué es esto? —mascullé.

—Ya casi llegamos al campamento —informó una voz gutural.

Conrad me estaba llevando con él mientras, Athen y Richard iban al frente junto con los otros cazadores. No recordaba cómo habíamos terminado así, yo monté mi propio caballo para ir de regreso...

—Te desmayaste —dijo, como si entendiera el porqué de mi corazón desbocado, ¿podría sentirlo haciendo latir todo mi cuerpo—. No podíamos detenernos, por eso vienes conmigo, no es seguro que vayas sola, todavía podrías estar intoxicada.

Tragué y la garganta me escoció.

—Me duele la cabeza —solté en un murmullo.

—Producto de los malos sueños.

Me enderecé y esa acción me hizo dar cuenta de lo cerca que estaba su cuerpo, lo sentía en todas partes, su mentón rozaba mi oreja y la sensación de su aliento erizó mi piel.

—¿Cómo sabes que tenía una pesadilla? —cuestioné alarmada.

—Cuando te enfrentas a un Nadnok, eso sucede. Revives pesadillas —explicó—. Y balbuceabas. Una y otra vez lo mismo.

—¿Qué?

Cerré mis ojos esperando mi condena.

No quiero —musitó—. Solo eso.

Las reminiscencias de mi sueño me confundían y me asustaban. Esa noche, cuando mi madre me había dicho esas palabras, yo no pude responderle nada, no pude enfrentarla, solo lo acepté, así como ella lo había hecho.

Pero nunca lo había querido.

—Tranquila, estás a salvo.

¿Era absurdo que quisiera reírme?

—No tengo miedo.

Que no se te olvide que puedo sentir tus mentiras —susurró.

Un escalofríos me recorrió el cuerpo y la piel me ardió porque sabía que él podía sentir eso también. Giré mi rostro lejos de su barbuda barbilla con obstinación, sus brazos me rodeaban, su capa me protegía, no tenía a donde ir, no podía escapar de esto.

Mis ojos encontraron al hombre del hacha cabalgando casi junto a nosotros. Era tan enorme como Richard, pero...no podía decir que fueran lo mismo. Tenía una cola de pelaje corto saliendo de su espalda baja y se movía como la de un gato. No pude evitar mirar sin vergüenza. Era larga y levantada alcanzaba sus hombros.

Dioses santos.

El hombre tenía una cola.

—Veo que estás muy despierta —espetó sin mirarme, estaba centrado en lo que hacían sus manos, lo que no podía ver.

ScarWhere stories live. Discover now