Capítulo 13

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Lo único que me importó en ese instante fue asegurarme de que Danielle e Yvaine estuvieran bien. Athen había corrido detrás de Conrad y yo me quedé atrás para revisar las celdas, pero todo estaba vacío. Corrí hacia afuera, escuchando el barbullo de varias personas. El viento nocturno me saludó batiendo mi cabello fuera de mi rostro, vi al grupo de cazadores que conocía rodeando algo, junto con el resto de habitantes del campamento.

Las personas se movieron y pude ver como Conrad levantaba su puño para golpear el rostro de Heim. La visión del impacto crudo me dejó paralizada, el sonido del golpe fue violento y su rostro estaba poseído por una mueca iracunda.

Eliaj intentó detenerlo.

—Déjalo —gritó Danielle descontenta—. Que le pegue.

Me pregunté cómo era posible que ella no se inmutara ante un acto así. Nunca había visto a un hombre pegar a otro de esa forma. Una parte de mí esperó que Conrad le destrozara el rostro, eso era lo que sugería su mirada,  pero después del segundo puñetazo se detuvo.

—No tienes derecho a tomar decisiones sobre estas personas —siseó, callando al resto—. No tienes derecho a ponerle las manos encima.

—No hice nada incorrecto —escupió Heim—. Puedes preguntárselo a quien quieras.

—Eso haré —aseguró Conrad, enderezándose—. Todos los que estaban presentes serán interrogados.

Al terminar de decirlo me miró, como si hubiera sabido todo el tiempo en donde me encontraba. Me llamó sin palabras, la intensidad de su mirada era suficiente. Me obligué a moverme hacia él, el resto me miraba en silencio. Heim tenía su mano contra su nariz sangrante, pero estaba firme, observando a Conrad con rabia, todavía seguía sorprendida de que no hubiera devuelto ninguno de sus golpes.

—La golpeaste —acusó Conrad, la ira reviviendo en su rostro.

—Fue un accidente —dijimos Heim y yo al unísono. El cazador me miró sorprendido, así que continué: —. Quise detenerlo cuando intentó golpear a Yvaine —carraspeé—. Su codo se tropezó con mi cara. Pero eso no es importante, todo es un gran malentendido —me giré hacia Heim—. Yvaine no puede entender tus palabras, no habla ni percibe las cosas como nosotros. No puedes interrogarlo porque no va a responder, solo lo aterrorizarás.

—No tienes que darle más explicaciones, Scar —intentó detenerme Conrad.

Negué.

—Quiero hacerlo. Quiero que comprenda. Danielle no te mintió, ellos son hermanos, no comparten la misma sangre, pero son familia, ¿Cómo esperas que reaccione alguien cuando intentas separarlo de su familia? —mi voz perdió fuerza—. No escuchaste cuando intentó explicarte sobre Yvaine, si te dejaba separarlo de ella, ¿qué le hubieran hecho a él?

El cazador me sostuvo la mirada.

—Eliaj, lleva a los nuevos refugiados a los calabozos, escoge un par de cazadores para hacer los interrogatorios. Deja que la señorita se quede con el chico —ordenó Conrad con voz firme—. Todos los demás regresen a sus oficios. Heim, tú y yo hablaremos en privado —Conrad pasó de mí y sin mirarme dijo: —. Deja que alguien revisé tu boca.

Arrugué mi ceño.

Todos se pusieron en movimiento, pero yo me quedé allí, consternada.

Richard fue el primero en acercarse.

—¿Estás bien?

—Sí —musité—. ¿Me ayudas a buscar a Athen?

Todavía había algo que tenía que conversar con ella.

*****

Estaba preocupada por mí, por las emociones que se estaban alzando en mi interior. Mi cuerpo estaba alerta, mis pensamientos eran cautelosos, era como si creyera que en cualquier minuto la situación volvería a descontrolarse. Reconocí mi estado. Reconocí la amarga ansiedad.

Me había acostumbrado a la tranquilidad, había olvidado lo fácil que una situación podía torcerse. Tenía que aceptarlo, en este campamento, a pesar de estar rodeada de cazadores salvajes, me sentía segura. A salvo. Pero después de lo que había pasado esta tarde con Danielle, de repente, mis murallas estaban arriba de nuevo, vacilantes.

Era como si su violencia me hubiera guiñado un ojo, recordándome que yo era su enemigo, aunque ellos no lo supieran.

—Athen —llamé aliviada.

Estaba descargando unas bolsas de su caballo.

—¿Te revisaron la herida? —cuestionó.

—Estoy bien —aseguré.

—Y menos mal —se quejó—. Niña, hazte un favor y no te metas en peleas con tipos más grandes que tú.

«Pero si esa es mi especialidad», pensé. Sin embargo, no iba a discutir eso con ella en este momento.

—Athen —dije—, quería preguntarte algo.

Se enderezó y se giró para mirarme, sus trenzas cayeron sobre su rostro.

—¿Qué quieres?

Alguien me dijo una vez que si la verdad sobre algo me asustaba, entonces lo mejor era no perseguirla. Pero creía que si dejaba de hacerlo, entonces esa verdad comenzaría a perseguirme a mí.

Vacilé.

—¿A qué te referías con lo del cortejo?

Su rostro se tensó.

—¿No sabes lo que es un cortejo? —inquirió, por alguna razón parecía haberse molestado.

—Sé lo que significa la palabra —balbuceé a la defensiva—. Lo que no entiendo es qué tiene que ver conmigo.

Rodó sus ojos quejándose.

—Le gustas a un cazador, es por eso que te da regalos y se asegura de que haya comida en tu mesa. Es su ritual de cortejo.

—¿Por qué? —cuestioné con horror.

—¿Qué se yo? Tiene algo por las pelirrojas.

Athen —reprendió una voz de hombre.

Me giré con el corazón subiéndome por la garganta.

No lo había escuchado acercarse, ni un solo paso.

—Bien, explícaselo tú mismo, ya tengo suficiente por hacer.

La mujer mágica se inclinó para recoger los sacos llenos de bayas y se dirigió a la cocina, dejándome sola con Conrad. Expuesta. No dudaba en que nos hubiera escuchado, ahora sabía que había estado preguntando sobre el cortejo.

Tragué saliva.

Conrad se acercó, una de sus manos descansaba sobre el mango de su espada. Alcé la mirada para ver su rostro.

—¿Por qué estarías tú cortejándome?

Se detuvo.

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Quiero una esposa —dijo el cazador.

—No puedo ser una esposa —espeté.

Conrad enarcó su ceja.

—¿No sabes ser una?

No.

—¿Pero no es eso lo que le enseñan a todas las mujeres de tu pueblo?

Cerré mis manos en puños.

—No he aprendido nada.

El cazador asintió, sonriendo. Era experto detectando mentiras, sabía que en mis palabras no había ninguna.

—Entonces eres perfecta. 

Y allí estaba la verdad. Había tenido razón al mantenerme alerta, porque sin dudas sus palabras significaban que mi situación se estaba torciendo una vez más, esta vez, quizás era la más peligrosa. 

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