Capítulo 29

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Era inusual que el campamento se sintiera tan silencioso, pero era tarde y muchos de mis amigos se habían ido, tal vez solo era yo. Mientras caminábamos hacia la habitación de Conrad, me preguntaba cuando me acostumbraría a su ausencia, la que ahora mismo, se sentía como si me quemaba el alma con la crudeza de los vientos helados del norte.

Aferré mis manos a las cosas que había tenido que buscar en la habitación de refugiados, se trataba de mi abrigo, una camisa limpia y el camisón que utilizaba para dormir, que aunque no fuera usado todo el tiempo, tenía la intensión de usarlo esta noche.

Estaba ansiosa por conocer la habitación de Conrad, esperaba no encontrarme con que dormía junto a otros once cazadores, como pasaba con los refugiados, aunque en verdad no lo creía, de otra forma él no me lo hubiera propuesto. Debía ser un espacio pequeño para él, porque no era la primera vez que caminaba por el tramo de las puertas y reconocía las divisiones en las habitaciones, pero seguro era mejor que no tener privacidad.

El silbido del viento era alto y demandante, Conrad se apresuró a una de las puertas y la abrió para mí. Cuando entré me pareció que ingresaba en un armario, pequeño y frío, la cama era un montón de heno cubierto por una gruesa piel curtida, había una mesa sobre la que había más pieles, ropa, una tasa con agua y en la pared un trozo de vidrio roto.

—Es pequeño, lo sé —dijo Conrad sobre el viento, me giré para mirarlo y me di cuenta de que parecía avergonzado—, pero es más cálido cuando la puerta está cerrada —carraspeó—. ¿Quieres volver con...?

Negué.

—Me gusta —aseguré, adentrándome. Tenía esa sensación de que mi aprobación en esto era importante para él.

Conrad entró y se dirigió a una de las esquinas en la habitación, no lo había notado, había un pequeño montón de velas en el suelo, algunas consumidas, otras con un poco más de vida. Cerró la puerta y la oscuridad nos tragó, me quedé quieta en mi lugar, escuchándolo y sintiendo su capa moverse, un segundo después hubo un pellizco de luz que iluminó su silueta.

—Esto servirá —suspiró levantándose, me evitó con cuidado, deslizándose hacia la puerta—. Te daré privacidad para que te cambies y te acuestes, llámame cuando estés lista —farfulló—, hay agua limpia sobre la mesa.

Salió con torpeza, procurando detener con su cuerpo el empuje grosero del viento.

La luz parpadeó cuando la puerta se cerró, las observé un momento y pensé en que deberían ser aprovechadas y no desperdiciadas, así que comencé a quitarme mis capas. Era extraño desnudarme, solo solía hacerlo en la piscina de agua mágica para lavarme, hacerlo aquí y echarle un vistazo rápido a mi cuerpo en el espejo hizo que se me revolviera el estómago.

Había pasado mucho tiempo desde que había pensado en la cicatriz en mi cadera, cuando me bañaba no la miraba, no la tocaba, no me lo permitía. Era horrible, me sentía sucia y marcada como el ganado. La piel era rosada e irregular. Tenía una forma que hacía mi respiración vacilar.

Me puse el camisón y fui hacia el tazón con agua, no me importó que estuviera helada, sumergí un trozo de mi camisa y la pasé por mi rostro con rudeza. Las manos me temblaron con rabia, la necesidad violenta de arrancarme la piel me ahogó. Si hacía eso Tressal dejaría de existir en mí, no me importaba destrozarme, solo quería...volver a pertenecerme.

El sonido de unas botas afuera me hizo saltar en mi lugar, solté una respiración recordándome que había alguien esperando por mí, que estaba aquí ahora, no en una habitación elegante con un hombre sudoroso sobre mi cuerpo.

Me alejé de ese espejo infernal, doblé mi ropa y me metí en la cama usando mi capa como cobertor.

—Puedes pasar —mi voz salió en un hilo de voz temblorosa.

ScarWhere stories live. Discover now