Capítulo 32

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—Podría ser gracioso.

—No lo es —gruñó Conrad.

Entendía que estuviera molesto, había querido hacer mis necesidades en un lugar inadecuado solo para asegurarme de que Conrad no me viera, escogí una especie de escondite entre las ropero entonces terminé en la guarida de un Bakta. Una especie de oso con tantos colmillos que deformaban su hocico. Conrad estuvo ahí un segundo después, porque claro que me había seguido, ¡bendito fuera! Tal vez estuviera muerta si no. Blandió su espada con la fuerza de un cazador y le destrozó el estómago a la criatura del doble de su tamaño, que por desgracia, le vomitó encima antes de caer inerte en el suelo.

Conrad estaba cubierto de una asquerosa mezcla de ácidos intestinales, sangre y algo muy verde que apestaba a podredumbre. Me había arrastrado fuera de ese nido después de eso, sin decir nada, solo una absoluta expresión de furia e indignación. Tuvimos que movernos por el bosque hacia un río no tan cercano para que pudiera limpiarse, me ofrecí a ayudarle, pero me ignoró. Se arrodilló a las orillas del río, desechó su camisa y con movimientos brucos se apresuró a raspar el vómito de su rostro.

Aún consciente de su molestia, tomé un trozo de tela, lo hundí en el agua fría del río y me acerqué para pasarlo sobre sus hombros, donde habían trozos de -los dioses sabrían qué- adheridos a su piel. Conrad detuvo sus movimientos brutos ante mi contacto, pero no me miró.

—¿Qué parte de esto es gracioso para ti? —exigió.

Me mordí el labio reprimiendo una sonrisa culpable.

«Quizás su cara de asombro cuando la criatura le vomito encima como una especie de venganza antes de morir...».

—Te lo diré cuando ya no estés molesto —musité.

Empapé la tela una vez más para limpiarla y pasarla por su cabello. Me impresionaba el hecho de que ni siquiera se estremeciera cuando el aire frío soplaba.

—Te pedí que no te alejaras —comenzó con voz frustrada.

Suspiré.

—Me equivoqué y me arrepiento, solo quería un momento a solas.

—En el bosque los momentos a solas podrían matarte, Scar —medio gruñó, pero luego suspiró—. Te he enseñado algunas cosas, estás avanzando en el entrenamiento, pero no estás lista para estos bosques.

—Ya lo sé.

—Lo que parece inofensivo y hermoso es lo que te matara primero si bajas la guardia —advirtió. No dije nada, creí que él necesitaba regañarme y yo escuchar—. No quiero que me desobedezcas cuando se trata de esto, si te doy una orden no estoy siendo caprichoso, es que estoy intentando mantenerte a salvo.

La caprichosa había sido yo.

—¿No te preocupa lo que te hubiera pasado? ¿Y si yo no hubiera llegado a tiempo? —continuó, enojándose con cada palabra—. ¿Y si el Bakta te hubiera matado?

—Sería una muerte piadosa...—susurré.

Todo su cuerpo se tensó y se calló al instante.

Él no lo sabía, pero había personas planeando una muerte lenta y dolorosa para los que llevaban mis apellidos, si caía en sus manos, estaba segura de que el Bakta sería una mejor opción para morir.

—¿Quieres morir? —preguntó con el tono más serio que le había escuchado dirigirme. Se puso de pie para enfrentarme, postura recta, mirada franca—. Contéstame, si ahora mismo pudieras escoger, ¿preferirías estar muerta?

La tela se me resbaló de las manos y sentí un nudo en el estómago.

Pensé que en el pasado habría deseado estarlo, porque era más fácil creer que el mundo estaba mejor sin alguien que les había fallado a tantas personas, pero mis pensamientos habían cambiado. No quería estar muerta, porque entonces no habría nadie que luchara por mi gente. No quería estar muerta, porque todavía quería mirar a los ojos a mis padres. No quería estar muerta, porque quería pelear por mí, quería pelear por la princesa que fue vendida y la reina que fue marcada, quería pelear porque ellas tuvieran una vida verdadera.

ScarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora