Capítulo 30

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—Cásate conmigo —me pareció escucharlo decir.

Sabía que Conrad estaba frente a mí, pero lo único que podía ver con claridad eran sus ojos, tan anormales y preciosos.

—No puedo —le susurré.

—¿Por qué?

Tenía la sensación de que me acariciaba el rosto, pero de nuevo, él parecía desvanecerse. Estaba soñando.

—Porque si te digo quien soy, dejaras de quererme —contesté.

—No es verdad —refutó.

Intenté verlo, encontrarlo en la bruma del sueño, pero no pude.

—Nadie me ha querido como tú lo haces —dije en un hilo de voz—. No me han querido nunca.

Quizás fuera una mentira, una a medias, porque mis padres me habían querido alguna vez, lo creía, porque me negaba a pensar en que las memorias más atesoradas de mi infancia eran una ilusión. Tal vez seguían queriéndome, pero ellos no lo comprendían, no sabían qué hacer con eso.

Conrad ya no estaba y yo caminaba por las calles de Wyspertak.

Era de noche y no había nadie, salvo antorchas iluminando mi camino.

El desgarrador sonido de un grito femenino me aterrorizó.

Corrí hacia una de las casas, sus paredes eran de madera podrida y húmeda, quise abrir la puerta, pero no pude. Golpeé la madera jadeando. Quería esconderme, cerrar mis ojos y hacerlo todo desaparecer.

Los gritos de la mujer continuaron, no pararon.

Había una ventana junto a la puerta, cuando miré a través de ella vi a Tressal Videy sobre una mujer desnuda con el vientre ensangrentado.

Me paralicé de absoluto pavor.

*****

—¿Cómo se siente? —preguntó Conrad.

—Sigue pesada —resoplé. Sostenía la empuñadura con firmeza, pero cuando el viento sopló mis brazos comenzaron a temblar.

—Es bueno que lo reconozcas. Una espada no es un arma sencilla. Su uso requiere entrenamiento, el entrenamiento requiere disciplina y respeto —pululaba a mi alrededor, corrigiendo mi postura, subiendo mis codos y moviendo mis caderas—. Mi gente dice que las espadas fueron hechas por los dioses y entregadas a los mortales como prueba.

El esfuerzo quemaba mis músculos, me hacía sentir tensa, inestable. Lo corregía tanto como podía, cada vez que identificaba los errores de novatos que me había enseñado Conrad.

—¿Prueba? —inquirí.

No era difícil de creer, mantenerme erguida con el peso de la espada en alto intentando no flaquear era toda una prueba de resistencia.

—Balancéate y haz la serie de movimientos que te enseñé, no pierdas tu agarre en el suelo esta vez —comencé a hacer lo que me había ordenado, moviendo la espada con lentitud, procurando recordar cada uno de sus consejos—. Con una espada puedes matar y salvar vidas, el poder puede llegar a confundir a los mortales, haciéndolos creerse dioses. La prueba es recordar el valor de cada vida. La prueba es escoger quedarse un paso atrás del límite.

No había muertes injustas o accidentales. Cada cazador había hecho un juramento la noche de su bautizo. Me había hablado de ello el día en que decidió dejarme sostener su espada por segunda vez.

«Ni mi odio ni mi inconsciencia dirigirán mi espada».

Me agradaba que me contara sobre sus juramentos, descartaba cada cosa que me habían contado en el castillo, lo que le contaban a mi gente sobre los cazadores mágicos. Era tan injusto que siguieran habiendo personas que creyeran sus palabras, desearía que pudieran ver lo que era en realidad.

ScarWhere stories live. Discover now