Capítulo 27

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Olía a caldo de granos y a carne seca, la cocina se sentía bulliciosa esta tarde, aunque las personas estaban silenciosas, las emociones que emanaban lo encendían todo. Me dolía el ceño y la garganta, estaba molesta y quería soltar un pequeño sollozo quejumbroso, pero lo reprimía, mi estado de sensibilidad no tenía que convertirse en el problema de otros.

Suspiré regresando a mi estación de trabajo, Richard había terminado su parte y se encontraba barriendo los restos del piso. Tomé un trozo de cuero sucio y me dispuse a limpiar el terrible pigmento verde que manchaba desde la mesa hasta mis manos, el agua tibia y el jabón siempre lo arreglaba, pero hoy no se sentía suficiente y me exasperaba.

—Scar, tranquilízate quieres, todo va a estar bien —musitó Richard, dándome una mirada compasiva.

Sus palabras solo me hacían sentir más terrible.

El invierno estaba empeorando y las presas comenzaban a escasear, el comandante había exigido que el grupo más antiguo de refugiados se moviera inmediatamente a la ciudad de Vangaw, de esta forma se evitarían los estómagos insatisfechos en el campamento.

Pero eso a mí no me satisfacía.

Yo no quería moverme de aquí todavía. Sin embargo, mis amigos estaban tan entusiasmados como nerviosos por este nuevo cambio. Para ellos no era lo mismo. Ni tampoco para las chicas que rescatamos del bosque, ellas apenas estaban comenzando a acostumbrarse, ahora iban a someterlas a otro duro enfrentamiento con personas desconocidas.

O a lo mejor estaba equivocada, a lo mejor ellas querían ir a la ciudad y yo solo...buscaba a alguien que quisiera quedarse tanto como yo, para no quedarme sola.

—Si dejaras de aferrarte al pasado...

—Yo no voy a ir —espeté.

Dejé lo que hacía, tomé mi abrigo, mis nuevos guantes y salí por la puerta trasera.

No era justo que le hablara así a Richard, él quería que los acompañara, que olvidara mi tortuosa vida en Wyspertak y abrazara a las nuevas posibilidades en Vangaw. Me sentía traicionada, pero no podía odiarlo, él no conocía la verdad sobre mí, solo intentaba ayudarme, como lo hizo en aquel bosque cuando tomó mi mano.

Apreté los labios y caminé sin rumbo por el campamento.

*****

Joanne parloteaba, barriendo la nieve del establo, Yvaine y Aramis cepillaban a los caballos y yo reposaba sobre el heno enfurruñada admirando mi regalo de cortejo. Me gustaban los guantes, eran de color rojizo-naranja, casi demasiado similar a mi cabello, una encantadora casualidad, según Conrad. Tenían bordados algunas hojas en hilo marrón dorado, se veían preciosas y me hacían pensar en un clima más cálido. Por dentro eran peludos y suaves. Se veían elegantes y se sentían increíbles.

A veces desearía que no me gustaran, borrarían su sonrisa socarrona cada vez que me pillaba observándolos. Como ahora. Hablaba con Frazna cerca de una cabaña, pero parecía que no estaba escuchando al cazador, todo lo que hacía era sonreírme.

Le puse mala cara, a lo que él me guiñó su ojo y empujó al otro cazador para que siguiera caminando antes de que este se girara y me mirara.

—Esto será tan bueno para nosotros, estoy segura —medio chilló Joanne extasiada con la idea de dejar el campamento—. Espero que haya una biblioteca y que tenga un jardín hermoso, he escuchado a Athen decir que...

—¿Qué hay de la seguridad? ¿Qué hay de un techo sobre tu cabeza? —inquirí con amargura.

Joanne se detuvo ante mis abruptas palabras. Me observó con sus suaves ojos azules, eran más claros que los de Conrad, mucho más mundanos.

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