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Vendetta

•••

Al llegar a la casa noté que algo iba mal.

Todo parecía en calma, pero sentía que las cosas no eran así. Busqué a Engel en todo el piso de abajo, pero no estaba en parte. Y eso era extraño, él nunca salía de casa si yo estaba fuera y Tiago no se encontraba, decía que alguien podría entrar y atacar a mi llegada. Podría subir a las habitaciones, pero solo mirar las escaleras hacía que mi corazón se acelerara.

—Adelin.

Di un respingo al escuchar que me llamaron. Giré la cabeza con rapidez y me encontré a Alessio recostado de la pared.

—Me has asusta...

Se llevó un dedo a la boca indicando que guardara silencio. En ese momento las alarmas en mi interior se activaron, miré hacia los lados, pero nada parecía inusual.

Al volver mi atención hacia el pequeño de los Castelli pude observar que tenía leves marcas rojizas en el cuello. Él estaba incómodo, frunció el ceño y me acercó algo que venía escondiendo tras su espalda. Era una flor negra pegada a un pedazo de papel, la cual decía Vendetta en una letra maltrecha.

—¿Qué significa?

Él tragó grueso antes de susurrar —: Venganza.

No pasaron ni tres segundos cuando un fuerte ruido asotó el lugar. Miré a Alessio en busca de respuesta, pero él solo apretó los labios. Quise ir hacia donde provenía el ruido, parecía como si la puerta de cristal que daba hacia el jardín hubiese estallado. Una vez intenté moverme escuché unos pasos que se acercaban hacia nosotros. Por instinto agarré mi daga y cuando los pasos estuvieron cerca de salir del pasillo la lancé con decisión, pero lo único que logré fue que esta cayera al suelo sin lastimar a nadie.

—¿Querías matar a alguien, bonita? —cuestionó una voz femenina en mi oído.

La chica fue rápida y me sujetó los brazos. Podía intentar soltarme, pero era mejor quedarme quieta hasta saber qué estaba sucediendo. Delante de mí aún se encontraba Alessio, parecía que la forma en la que me miraba reflejaba una disculpa. No sabía que sucedía, tampoco quería sacar conclusiones, pero me aterraba que él tuviera algo que ver. No era como si tuviéramos una buena relación, o una relación en sí, pero de alguna extraña manera creía que podía confiar en los Castelli.

Al cabo de unos segundos dos hombres salieron por el pasillo, uno era alto y delgado, el otro bajito y robusto. Ambos miraron con desdén a Alessio antes de centrar su atención en mí.

El primero me miró de arriba hacia abajo antes de esbozar una sonrisa, misma que se vio reemplazada por una mueca antes de decir —: Esa no es forma de tratar a una dama. Suéltala.

Cuando la chica me soltó, él pasó un brazo sobre mi hombro mientras nos encaminaba hacia la sala, como si aquella fuese su casa y yo una invitada.

Estaba atónita, el hombre iba hablando sin parar y yo no era capaz de decir ni una palabra.

Una vez nos sentamos frente a frente en los sofás él adoptó un semblante serio.

—Esto es sencillo, querida. Por cada movimiento brusco le corto un dedo al chiquito. —Señaló a Alessio con la cabeza—. ¿Entendiste?

—Por mí pueden ser dos, no me interesa.

—Claro. Así mismo como no te importó cortarle dos dedos al pastor y luego culpar a tu amigo.

Intenté no mostrar lo sorprendida que estaba de que aquel desconocido lo supiera. Esa era la razón por la que Jay estuvo en la cárcel. Mi prueba de lealtad suponía hacer algo que nadie de Serfol se atreviera, entre el pastor y yo había un desprecio mutuo; por lo que fue mi primera opción.

El misterio que me persigue ©Where stories live. Discover now