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Maratón 1/3

—¿Crees que deberíamos entrar?

—Te he dicho que sí más de diez veces —respondió Engel, poniendo los ojos en blanco.

En la mañana nos había llegado una invitación, la cual nos ofrecía asistir a una actividad para jóvenes que se estaría dando en la iglesia. No me convencía en absoluto, pero Engel insistía en que fuéramos. En el fondo anhelaba ir, pero mi mente gritaba a cuatro vientos que era una trampa; hacía mucho tiempo que no éramos incluidos en ninguna actividad que organizara el pueblo. ¿Por qué ahora?

Por otro lado, Tiago se estaba comportando extraño, aunque bueno, no es como si fuese sorpresa —pero está vez estaba actuando fuera de lo habitual—; había pasado todo el día hablando por el teléfono con el ceño fruncido. Le llamé par de veces, pero solo se limitaba a levantar la cabeza y dirigirme una mirada, que a lo que yo pude interpretar; me mandaba directito al demonio. Obviamente la curiosidad me ganó y quise indagar en qué rayos lo mantenía sentado frente a una de las puertas del papelito rojo, pero tan pronto como quise agarrar la manija esta me dio un corrientazo.

Por un momento sentí temor de que los militares fueran a capturarme, ya que ni el final del mundo haría que Tiago dejara de custodiar la puerta; por lo tanto, tuve que salir a la calle sin él. 

Pero lo más lejos que tenía era que el día había amanecido al revés.

Tiago no era el único que se comportaba extraño.

En todo el camino que Engel y yo recorrimos para llegar a la iglesia, ni siquiera una mosca se giró a vernos. Todos estaban sumidos en sus propios asuntos mientras actuaban como si fuéramos invisibles. Y eso me desconcertó, todo parecía girar a lo opuesto, hasta Engel parecía mostrarse más valiente que nunca mientras yo dudaba de absolutamente todo.

La entrada de la iglesia eran dos puertas grandes diseñadas con cristales de colores  y unas líneas doradas. Serfol tenía suerte que la religión era fundamental para sus ciudadanos, porque si hubiese sido en otro sitio hace mucho hubieran entrado a la fuerza para robarse las ofrendas y decoraciones.

Le di una última mirada a Engel antes de entrar al lugar con actitud altiva y la espalda recta.

Como siempre, sustituían todos los bancos por mesas y sillas para formar grupos. Habían varias personas distribuidas en toda la habitación, pero ninguna se había percatado de que habíamos entrado, nadie giró la cabeza para ver a la chica tragedia.

Lamí mis labios tratando de alejar mis pensamientos, una parte de mí estaba convencida de que era una trampa, mientras otra quería saltar de la emoción por ya no ser el centro de atención.

Las apariencias engañan, Adelin. Los giros repentinos son armas peligrosas cuando se quiere atacar con desesperación.

¿Lo han visto? —cuestionó una de las chicas de la mesa cerca de la entrada—. Dicen que llegó ayer...

—¿Qué hace un chico solo mudándose a Serfol? —habló otra, haciendo que todas las demás soltaran un grito ahogado.

—¿Se imaginan si hizo alguna fechoría en otro pueblo y vino a esconderse aquí?

—No creo, dicen que es un joven escritor en busca de inspiración. Parece que alguien filtró alguna noticia de Serfol y ha venido aquí a escribir un libro de misterio y suspenso.

El misterio que me persigue ©Where stories live. Discover now