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Cada vez más cerca de la verdad

—¿Todo está bien? ¿Qué tal los análisis?

—Todo está bien, linda, solo procura tener sexo con preservativo para que te evites estos sustos. —Rodó los ojos, divertida—. Te he dicho muchas veces que la inyección anticonceptiva previene un embarazo, pero no te protege de   enfermedades de transmisión sexual.

Santa me me miró con severidad antes de seguir ojeando algunos papeles. Esa mujer era un rayito de luz en ese mísero pueblo. Trabajaba como enfermera en el hospital de Serfol, pero nadie sabía que también era ginecologa.

—Muchas gracias por recibirme en tu prestigioso consultorio —exclamé dándole un rápido vistazo a su lugar de descanso.

Ella entrecerró sus ojos hacía mi y reí.

—Recuerda venir en tres meses, Adelin.

—Claro.

Salí de allí con una alegría insostenible, me satisfacía en gran manera saber que no estaba embarazada. En ese momento lo menos que deseaba era darle vida a un ser humano, el cual tendría de madre a una hija de puta y como padre a un psicópata. No podía negar que Tiago se había vuelto alguien importante en mi vida, de cierta forma me había acostumbrado a él, sin embargo; no veía un futuro a su lado. Lo nuestro era un romance enfermizo, pero prefería quitarme las ganas a quedarme con las dudas.

Al salir del hospital visualicé a los chicos al otro lado de la calle.

—¿Todo bien? —cuestionó Engel llegando hasta mí.

Le sonreí ampliamente cuando sentí sus manos en mi cintura. Su contacto siempre me hacía sentir segura.

—Todo bien. —Acaricié su cabello.

Él había estado muy pendiente de mí estos días. Estaba agotada mentalmente, el tema de las cartas, la supuesta venganza y el regreso del ministro me tenía la cabeza a punto de explotar. Engel se mantuvo firme a mi lado, a pesar de que aún seguía lidiando con la muerte de su madre.

Por otro lado, Tiago esperaba recostado del carro con los brazos cruzados y una expresión seria. Cuando llegamos hacia él su mirada viajó directamente hasta nuestras manos entrelazadas y esbozó una mueca.

—¿Ahora qué pasa? —le pregunté arqueando una ceja.

—Engel me da pena.

—¿Pena o celos? —cuestionó el rubio.

Tiago puso los ojos en blanco.

—¿Es en serio? —lo miró de arriba hacia abajo—. Además de sobrado también bruto.

—Ya es suficiente, Tiago. ¿Qué demonios te pasa?

El pelinegro me ignoró y miró fijamente a Engel. Esbozó una sonrisita y luego fingió tristeza.

—Me da muchísima lástima lo ilusionado que estás con mi dulzura. Es una pena que no seas su primera opción.

—¿Qué te hace pensar que tú lo eres? —cuestionó Engel soltando mi mano.

—De no ser así, estuvieras muerto —Tiago esbozó aquella sonrisita que lo caracterizaba.

—¿Y si te digo que él SÍ es mi primera opción? —Me crucé de brazos viendo cómo se inclinaba hacia mí.

—Lo mato.

Sentí un nudo que se iba formando en mi pecho. Tiago no estaba vacilando.

»Quita esa cara de susto, dulzura; yo estoy seguro que cuando estás caliente el primer nombre y rostro que se te viene a la mente es el mío.

El misterio que me persigue ©Where stories live. Discover now