CAPÍTULO 62 - La Fiesta en Casa de Simón

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Simon de Betania era considerado discípulo de Jesús. Era uno de los

pocos fariseos que se habían unido abiertamente a los seguidores de

Cristo. Reconocía a Jesús como maestro y esperaba que fuese el Mesías,

pero no le había aceptado como Salvador. Su carácter no había sido

transformado; sus principios no habían cambiado.

Simón había sido sanado de la lepra, y era esto lo que le había atraído

a Jesús. Deseaba manifestar su gratitud, y en ocasión de la última

visita de Cristo a Betania ofreció un festín al Salvador y a sus

discípulos. Este festín reunió a muchos de los judíos. Había entonces

mucha excitación en Jerusalén. Cristo y su misión llamaban la atención

más que nunca antes. Aquellos que habían venido a la fiesta vigilaban

estrechamente sus movimientos, y algunos, con ojos inamistosos.

El Salvador había llegado a Betania solamente seis días antes de la

Pascua, y de acuerdo con su costumbre había buscado descanso en la casa

de Lázaro. Los muchos viajeros que iban hacia la ciudad difundieron las

noticias de que él estaba en camino a Jerusalén y pasaría el sábado en

Betania. Había gran entusiasmo entre la gente. Muchos se dirigieron a

Betania, algunos llevados por la simpatía para con Jesús, y otros por la

curiosidad de ver al que había sido resucitado.

Muchos esperaban oír de Lázaro una descripción maravillosa de las

escenas de ultratumba. Se sorprendían de que no les dijera nada. Nada

tenía él de esta naturaleza que decir. La Inspiración declara: "Los

muertos nada saben.... Su amor, y su odio y su envidia, feneció ya."

Pero Lázaro tenía un admirable testimonio que dar respecto a la obra de

Cristo. Había sido resucitado con este propósito. Con certeza y poder,

declaraba que Jesús era el Hijo de Dios.

Los informes llevados de vuelta a Jerusalén por los que visitaron

Betania aumentaban la excitación. El pueblo estaba ansioso de ver y

oír a Jesús. Por todas partes se indagaba si Lázaro le acompañaría a

Jerusalén, y si el profeta sería coronado rey en ocasión de la Pascua.

Los sacerdotes y gobernantes veían que su influencia sobre el pueblo

estaba debilitándose cada vez más, y su odio contra Jesús se volvía más

acerbo. Difícilmente podían esperar la oportunidad de quitarlo para

siempre de su camino. A medida que transcurría el tiempo, empezaron a

temer que al fin no viniera a Jerusalén. Recordaban cuán a menudo había

frustrado sus designios criminales, y temían que hubiese leído ahora sus

propósitos contra él y permaneciera lejos. Mal podían ocultar su

ansiedad, y preguntaban entre sí: "¿Qué os parece, que no vendrá a la

El deseado de todas las gentesWhere stories live. Discover now