CAPÍTULO 60 - La Ley del Nuevo Reino

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El tiempo de la Pascua se estaba acercando, y de nuevo Jesús se dirigió

hacia Jerusalén. Su corazón tenía la paz de la perfecta unidad con la

voluntad del Padre, y con paso ansioso avanzaba hacia el lugar del

sacrificio. Pero un sentimiento de misterio, de duda y temor, sobrecogía

a los discípulos. El Salvador "iba delante de ellos, y se espantaban, y

le seguían con miedo."

Otra vez Jesús llamó a sí a los doce, y con mayor claridad que nunca les

explicó su entrega y sufrimientos. "He aquí --dijo él-- subimos a

Jerusalén, y serán cumplidas todas las cosas que fueron escritas por los

profetas, del Hijo del hombre. Porque será entregado a las gentes, y

será escarnecido, e injuriado y escupido. Y después que le hubieren

azotado, le matarán: mas al tercer día resucitará. Pero ellos nada de

estas cosas entendían, y esta palabra les era encubierta, y no entendían

lo que se decía."

¿No habían proclamado poco antes por doquiera: "¿El reino de los cielos

se ha acercado"? ¿No había prometido Cristo mismo que muchos se

sentarían con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de Dios? ¿No había

prometido a cuantos lo habían dejado todo por su causa cien veces tanto

en esta vida y una parte en su reino? ¿Y no había hecho a los doce la

promesa especial de que ocuparían puestos de alto honor en su reino, a

saber que se sentarían en tronos para juzgar a las doce tribus de

Israel? Acababa de decir que debían cumplirse todas las cosas escritas

en los profetas concernientes a él. ¿Y no habían predicho los profetas

la gloria del reino del Mesías? Frente a estos pensamientos, sus

palabras tocante a su entrega, persecución y muerte parecían vagas y

confusas. Ellos creían que a pesar de cualesquiera dificultades que

pudieran sobrevenir, el reino se establecería pronto.

Juan, hijo de Zebedeo, había sido uno de los dos primeros 502 discípulos

que siguieran a Jesús. El y su hermano Santiago habían estado entre el

primer grupo que había dejado todo por servirle. Alegremente habían

abandonado su familia y sus amigos para poder estar con él; habían

caminado y conversado con él; habían estado con él en el retiro del

hogar y en las asambleas públicas. El había aquietado sus temores,

aliviado sus sufrimientos y confortado sus pesares, los había librado de

peligros y con paciencia y ternura les había enseñado, hasta que sus

corazones parecían unidos al suyo, y en su ardor y amor anhelaban estar

más cerca de él que nadie en su reino. En toda oportunidad posible, Juan

se situaba junto al Salvador, y Santiago anhelaba ser honrado con una

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora