CAPÍTULO 57 - "Una Cosa te Falta"

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"Y saliendo él para ir su camino, vino uno corriendo, e hincando la

rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para poseer

la vida eterna?"

El joven que hizo esta pregunta era uno de los gobernantes. Tenía

grandes posesiones y ocupaba un cargo de responsabilidad. Había visto el

amor que Cristo manifestara hacia los niños que le trajeran; cuán

tiernamente los recibiera y alzara en sus brazos, y su corazón ardía de

amor por el Salvador. Sentía deseo de ser su discípulo. Se había

conmovido tan profundamente que mientras Cristo iba por su camino,

corrió tras él y arrodillándose a sus pies, le hizo con sinceridad y

fervor esa pregunta de suma importancia para su alma y la de todo ser

humano: "Maestro bueno, ¿qué haré para poseer la vida eterna?"

"¿Por qué me llamas bueno? --dijo Cristo.-- Ninguno es bueno sino uno,

es a saber, Dios." Jesús deseaba probar la sinceridad del joven, y

conseguir que expresara la manera en que lo consideraba bueno. ¿Se daba

cuenta de que Aquel a quien hablaba era el Hijo de Dios? ¿Cuál era el

verdadero sentimiento de su corazón?

Este príncipe tenía en alta estima su propia justicia. No suponía, en

realidad, que fuese deficiente en algo, pero no estaba completamente

satisfecho. Sentía la necesidad de algo que no poseía. ¿Podría Jesús

bendecirle como había bendecido a los niñitos y satisfacer la necesidad

de su alma?

En respuesta a su pregunta, Jesús le dijo que la obediencia a los

mandamientos de Dios era necesaria si quería obtener la vida eterna; y

citó varios de los mandamientos que muestran el deber del hombre para

con sus semejantes. La respuesta del príncipe fue positiva: "Todo esto

guardé desde mi juventud: ¿qué más me falta?"

Cristo miró al rostro del joven como si leyera su vida y escudriñara

su carácter. Le amaba y anhelaba darle la paz, la gracia y el gozo que

cambiarían materialmente su carácter. "Una cosa te falta --le dijo:--

ve, vende todo lo que tienes, y da a los pobres, y tendrás tesoro en el

cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz."

Cristo se sentía atraído a este joven. Sabía que era sincero en su

aserto: "Todo esto guardé desde mi juventud." El Redentor anhelaba crear

en él un discernimiento que le habilitara para ver la necesidad de una

devoción nacida del corazón y de la bondad cristiana. Anhelaba ver en él

un corazón humilde y contrito, que, consciente del amor supremo que ha

de dedicarse a Dios, ocultara su falta en la perfección de Cristo.

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora