CAPÍTULO 43 - Barreras Quebrantadas

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Después de su encuentro con los fariseos, Jesús se retiró de Capernaúm,

y cruzando Galilea, se fue a la región montañosa de los confines de

Fenicia. Mirando hacia el occidente, podía ver dispersas por la llanura

que se extendía abajo las antiguas ciudades de Tiro y Sidón, con sus

templos paganos, sus magníficos palacios y emporios de comercio, y los

puertos llenos de embarcaciones cargadas. Más allá, se encontraba la

expansión azul del Mediterráneo, por el cual los mensajeros del

Evangelio iban a llevar las buenas nuevas hasta los centros del gran

imperio mundial. Pero el tiempo no había llegado todavía. La obra que le

esperaba ahora consistía en preparar a sus discípulos para su misión. Al

venir a esa región, esperaba encontrar el retraimiento que no había

podido conseguir en Betsaida. Sin embargo, éste no era su único

propósito al hacer el viaje.

"He aquí una mujer cananea, que había salido de aquellos términos,

clamaba, diciéndole: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi

hija es malamente atormentada del demonio." Los habitantes de esta

región pertenecían a la antigua raza cananea. Eran idólatras,

despreciados y odiados por los judíos. A esta clase pertenecía la mujer

que ahora había venido a Jesús. Era pagana, y por lo tanto estaba

excluida de las ventajas que los judíos disfrutaban diariamente. Había

muchos judíos que vivían entre los fenicios, y las noticias de la obra

de Cristo habían penetrado hasta esa región. Algunos de los habitantes

habían escuchado sus palabras, y habían presenciado sus obras

maravillosas. Esta mujer había oído hablar del profeta, quien, según se

decía, sanaba toda clase de enfermedades. Al oír hablar de su poder, la

esperanza había nacido en su corazón. Inspirada por su amor maternal,

resolvió presentarle el caso de su hija. Había resuelto llevar su

aflicción a Jesús. El debía sanar a su hija. Ella había buscado

ayuda en los dioses paganos, pero no la había obtenido. Y a veces se

sentía tentada a pensar: ¿Qué puede hacer por mí este maestro judío?

Pero había llegado esta nueva: Sana toda clase de enfermedades, sean

pobres o ricos los que a él acudan por auxilio. Y decidió no perder su

única esperanza.

Cristo conocía la situación de esta mujer. El sabía que ella anhelaba

verle, y se colocó en su camino. Ayudándola en su aflicción, él podía

dar una representación viva de la lección que quería enseñar. Para esto

había traído a sus discípulos. Deseaba que ellos viesen la ignorancia

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora