Después de su encuentro con los fariseos, Jesús se retiró de Capernaúm,
y cruzando Galilea, se fue a la región montañosa de los confines de
Fenicia. Mirando hacia el occidente, podía ver dispersas por la llanura
que se extendía abajo las antiguas ciudades de Tiro y Sidón, con sus
templos paganos, sus magníficos palacios y emporios de comercio, y los
puertos llenos de embarcaciones cargadas. Más allá, se encontraba la
expansión azul del Mediterráneo, por el cual los mensajeros del
Evangelio iban a llevar las buenas nuevas hasta los centros del gran
imperio mundial. Pero el tiempo no había llegado todavía. La obra que le
esperaba ahora consistía en preparar a sus discípulos para su misión. Al
venir a esa región, esperaba encontrar el retraimiento que no había
podido conseguir en Betsaida. Sin embargo, éste no era su único
propósito al hacer el viaje.
"He aquí una mujer cananea, que había salido de aquellos términos,
clamaba, diciéndole: Señor, Hijo de David, ten misericordia de mí; mi
hija es malamente atormentada del demonio." Los habitantes de esta
región pertenecían a la antigua raza cananea. Eran idólatras,
despreciados y odiados por los judíos. A esta clase pertenecía la mujer
que ahora había venido a Jesús. Era pagana, y por lo tanto estaba
excluida de las ventajas que los judíos disfrutaban diariamente. Había
muchos judíos que vivían entre los fenicios, y las noticias de la obra
de Cristo habían penetrado hasta esa región. Algunos de los habitantes
habían escuchado sus palabras, y habían presenciado sus obras
maravillosas. Esta mujer había oído hablar del profeta, quien, según se
decía, sanaba toda clase de enfermedades. Al oír hablar de su poder, la
esperanza había nacido en su corazón. Inspirada por su amor maternal,
resolvió presentarle el caso de su hija. Había resuelto llevar su
aflicción a Jesús. El debía sanar a su hija. Ella había buscado
ayuda en los dioses paganos, pero no la había obtenido. Y a veces se
sentía tentada a pensar: ¿Qué puede hacer por mí este maestro judío?
Pero había llegado esta nueva: Sana toda clase de enfermedades, sean
pobres o ricos los que a él acudan por auxilio. Y decidió no perder su
única esperanza.
Cristo conocía la situación de esta mujer. El sabía que ella anhelaba
verle, y se colocó en su camino. Ayudándola en su aflicción, él podía
dar una representación viva de la lección que quería enseñar. Para esto
había traído a sus discípulos. Deseaba que ellos viesen la ignorancia
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...