CAPÍTULO 34 - La Invitación

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"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados que yo os haré descansar."

Estas palabras de consuelo fueron dirigidas a la multitud que seguía a Jesús. El Salvador había dicho que únicamente por él podían los hombres recibir un conocimiento de Dios. Se había dirigido a los discípulos como a quienes se había dado un conocimiento de las cosas celestiales. Pero no había dejado que nadie se sintiese privado de su cuidado y amor. Todos los que están trabajados y cargados pueden venir a él.

Los escribas y rabinos, con su escrupulosa atención a las formas religiosas, sentían una falta que los ritos de penitencia no podían nunca satisfacer. Los publicanos y los pecadores podían afectar estar contentos con lo sensual y terreno, pero en su corazón había desconfianza y temor. Jesús miraba a los angustiados y de corazón cargado, a aquellos cuyas esperanzas estaban marchitas, y a aquellos que trataban de aplacar el anhelo del alma con los goces terrenales, y los invitaba a todos a hallar descanso en él.

Tiernamente, invitó así a la gente que se afanaba: "Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas."

En estas palabras, Cristo habla a todo ser humano. Sépanlo o no, todos están cansados y cargados. Todos están agobiados con cargas que únicamente Cristo puede suprimir. La carga más pesada que llevamos es la del pecado. Si se nos deja solos para llevarla, nos aplastará. Pero el Ser sin pecado tomó nuestro lugar. "Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.' El llevó la carga de nuestra culpabilidad. El sacará la carga de nuestros hombros cansados. Nos dará reposo. Llevará también la carga de congoja y pesar. Nos invita a confiarle todos nuestros cuidados, porque nos lleva sobre su corazón.

El Hermano Mayor de nuestra familia humana está al lado del trono eterno. Mira a toda alma que se vuelve hacia él como al Salvador. Sabe por experiencia cuáles son las debilidades de la humanidad, cuáles son nuestras necesidades, y en qué reside la fuerza de nuestras tentaciones, porque fue tentado en todo punto, así como nosotros, aunque sin pecar. El vela sobre ti, tembloroso hijo de Dios. ¿Estás tentado? El te librará. ¿Eres débil ? El te fortalecerá. ¿Eres ignorante? Te iluminará. ¿Estás herido? Te sanará. El Señor "cuenta el número de las estrellas;" y sin embargo, "sana a los quebrantados de corazón, y liga sus heridas." "Venid a mí," es su invitación. Cualesquiera que sean nuestras ansiedades y pruebas, presentemos nuestro caso ante el Señor. Nuestro espíritu será fortalecido para poder resistir. Se nos abrirá el camino para librarnos de estorbos y dificultades. Cuanto más débiles e impotentes nos reconozcamos, tanto más fuertes llegaremos a ser en su fortaleza. Cuanto más pesadas nuestras cargas, más bienaventurado el descanso que hallaremos al echarlas sobre el que las puede llevar. El descanso que Cristo ofrece depende de ciertas condiciones, pero éstas están claramente especificadas. Son tales que todos pueden cumplirlas. El nos dice exactamente cómo se ha de hallar su descanso.

"Llevad mi yugo sobre vosotros," dice Jesús. El yugo es un instrumento de servicio. Se enyuga a los bueyes para el trabajo, y el yugo es esencial para que puedan trabajar eficazmente. Por esta ilustración, Cristo nos enseña que somos llamados a servir mientras dure la vida. Hemos de tomar sobre nosotros su yugo, a fin de ser colaboradores con él.

El yugo que nos liga al servicio es la ley de Dios. La gran ley de amor revelada en el Edén, proclamada en el Sinaí, y en el nuevo pacto escrita en el corazón, es la que liga al obrero humano a la voluntad de Dios. Si fuésemos abandonados a nuestras propias inclinaciones para ir adonde nos condujese nuestra voluntad, caeríamos en las filas de Satanás y llegaríamos a poseer sus atributos. Por lo tanto, Dios nos encierra en su voluntad, que es alta, noble y elevadora. El desea que asumamos con paciencia y sabiduría los deberes de servirle. El yugo de este servicio lo llevó Cristo mismo como humano. El dijo: "Me complazco en hacer tu voluntad, oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón." "He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, mas la voluntad del que me envió." El amor hacia Dios, el celo por su gloria, y el amor por la humanidad caída, trajeron a Jesús a esta tierra para sufrir y morir. Tal fue el poder que rigió en su vida. Y él nos invita a adoptar este principio.

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora