Jesús amó siempre a los niños. Aceptaba su simpatía infantil, y su amor
franco y sin afectación. La agradecida alabanza de sus labios puros era
música para sus oídos y refrigeraba su espíritu cuando estaba oprimido
por el trato con hombres astutos e hipócritas. Dondequiera que fuera el
Salvador, la benignidad de su rostro y sus modales amables y bondadosos
le granjeaban el amor y la confianza de los niños.
Entre los judíos era costumbre llevar a los niños a algún rabino, a fin
de que les impusiese las manos para bendecirlos; pero los discípulos
pensaban que el trabajo del Salvador era demasiado importante para ser
interrumpido de esta manera. Cuando venían las madres a él con sus
pequeñuelos, los discípulos las miraban con desagrado. Pensaban que esos
niños eran demasiado tiernos para recibir beneficio de una visita a
Jesús, y concluían que su presencia le desagradaba. Pero los discípulos
eran quienes incurrían en su desagrado. El Salvador comprendía los
cuidados y la carga de las madres que estaban tratando de educar a sus
hijos de acuerdo con la Palabra de Dios. Había oído sus oraciones. El
mismo las había atraído a su presencia.
Una madre con su hijo había dejado su casa para hallar a Jesús. En el
camino habló de su diligencia a una vecina, y ésta quiso también que
Jesús bendijese a sus hijos. Así se reunieron varias madres, con sus
pequeñuelos. Algunos de los niños ya habían pasado de la infancia a la
niñez y a la adolescencia. Cuando las madres expresaron su deseo, Jesús
oyó con simpatía la tímida petición. Pero esperó para ver cómo las
tratarían los discípulos. Cuando los vio despedir a las madres pensando
hacerle un favor, les mostró su error diciendo: "Dejad los niños venir a
mí, y no los impidáis; porque de tales es el reino de Dios." Tomó a los
niños en sus brazos, puso las manos sobre ellos y les dio la bendición
que habían venido a buscar.
Las madres quedaron consoladas. Volvieron a sus casas fortalecidas y
bendecidas por las palabras de Cristo. Quedaron animadas para reasumir
sus cargas con nueva alegría, y para trabajar con esperanza por sus
hijos. Las madres de hoy han de recibir sus palabras con la misma fe.
Cristo es tan ciertamente un Salvador personal hoy como cuando vivió
como hombre entre los hombres. Es tan ciertamente el ayudador de las
madres hoy como cuando reunía a los pequeñuelos en sus brazos en Judea.
Los hijos de nuestros hogares son tanto la adquisición de su sangre como
lo eran los niños de entonces Jesús conoce la preocupación del corazón
de cada madre El que tuvo una madre que luchó con la pobreza y la
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El deseado de todas las gentes
SpiritualA través de las páginas de esta obra conocerás a profundidad la vida en la tierra del Ser más maravilloso que haya podido pisar nuestro mundo. Este libro está cargado de detalles que te llevarán a vislumbrar la vida de quien es El Deseado de todas l...