CAPÍTULO 61 - Zaqueo

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En camino a Jerusalén, "habiendo entrado Jesús, iba pasando por Jericó."

A pocas millas del Jordán, en la orilla occidental del valle que se

extiende allí formando una llanura, descansaba la ciudad en medio de una

vegetación tropical, exuberante de hermosura. Con sus palmeras y ricos

jardines regados por manantiales, brillaba como una esmeralda en el

marco de colinas de piedra caliza y desoladas barrancas que se

interponían entre Jerusalén y la ciudad de la llanura.

Muchas caravanas en camino a la fiesta pasaban por Jericó. Su arribo era

siempre una ocasión festiva, pero ahora un interés más profundo excitaba

al pueblo. Se sabía que el Rabino galileo que poco antes había

resucitado a Lázaro estaba en la multitud; y aunque abundaban los

susurros acerca de las maquinaciones de los sacerdotes, las muchedumbres

anhelaban rendirle homenaje.

Jericó era una de las ciudades apartadas antiguamente para los

sacerdotes, y a la sazón un gran número de ellos residía allí. Pero la

ciudad tenía también una población de un carácter muy distinto. Era un

gran centro de tráfico, y había allí oficiales y soldados romanos, y

extranjeros de diferentes regiones, a la vez que la recaudación de los

derechos de aduana la convertía en la residencia de muchos publicanos.

"El principal de los publicanos," Zaqueo, era judío, pero detestado por

sus compatriotas. Su posición y fortuna eran el premio de una profesión

que ellos aborrecían y a la cual consideraban como sinónimo de

injusticia y extorsión. Sin embargo, el acaudalado funcionario de aduana

no era del todo el endurecido hombre de mundo que parecía ser. Bajo su

apariencia de mundanalidad y orgullo, había un corazón susceptible a las

influencias divinas. Zaqueo había oído hablar de Jesús. Se habían

divulgado extensamente las noticias referentes a uno que se había

comportado con bondad y cortesía para con las clases proscritas. En

este jefe de los publicanos se había despertado un anhelo de vivir una

vida mejor. A poca distancia de Jericó, Juan el Bautista había predicado

a orillas del Jordán, y Zaqueo había oído el llamamiento al

arrepentimiento. La instrucción dada a los publicanos: "No exijáis más

de lo que os está ordenado," aunque exteriormente desatendida, había

impresionado su mente. Conocía las escrituras, y estaba convencido de

que su práctica era incorrecta. Ahora, al oír las palabras que se

decían venir del gran Maestro, sintió que era pecador a la vista de

Dios. Sin embargo, lo que había oído tocante a Jesús encendía la

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora