CAPÍTULO 79 - "Consumado es"

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Cristo no entregó su vida hasta que hubo cumplido la obra que había venido a hacer, y con su último aliento exclamó: “Consumado es.” La batalla había sido ganada. Su diestra y su brazo santo le habían conquistado la victoria. Como Vencedor, plantó su estandarte en las alturas eternas. ¡Qué gozo entre los ángeles! Todo el cielo se asoció al triunfo de Cristo. Satanás, derrotado, sabía que había perdido su reino. 

El clamor, “Consumado es,” tuvo profundo significado para los ángeles y los mundos que no habían caído. La gran obra de la redención se realizó tanto para ellos como para nosotros. Ellos comparten con nosotros los frutos de la victoria de Cristo. 

Hasta la muerte de Cristo, el carácter de Satanás no fué revelado claramente a los ángeles ni a los mundos que no habían caído. El gran apóstata se había revestido de tal manera de engaño que aun los seres santos no habían comprendido sus principios. No habían percibido claramente la naturaleza de su rebelión. 

Era un ser de poder y gloria admirables el que se había levantado contra Dios. Acerca de Lucifer el Señor dice: “Tú echas el sello a la proporción, lleno de sabiduría, y acabado de hermosura.” Lucifer había sido el querubín cubridor. Había estado en la luz de la presencia de Dios. Había sido el más alto de todos los seres creados y el primero en revelar los propósitos de Dios al universo. Después que hubo pecado, su poder seductor era tanto más engañoso y resultaba tanto más difícil desenmascarar su carácter cuanto más exaltada había sido la posición que ocupara cerca del Padre. 

Dios podría haber destruído a Satanás y a los que simpatizaban con él tan fácilmente como nosotros podemos arrojar una piedrecita al suelo; pero no lo hizo. La rebelión no se había de vencer por la fuerza. Sólo el gobierno satánico recurre al poder compulsorio. Los principios del Señor no son de este orden. Su autoridad descansa en la bondad, la misericordia y el amor; y la presentación de estos principios es el medio que quiere emplear. El gobierno de Dios es moral, y la verdad y el amor han de ser la fuerza que lo haga prevalecer. 

Era el propósito de Dios colocar las cosas sobre una eterna base de seguridad, y en los concilios del cielo fué decidido que se le debía dar a Satanás tiempo para que desarrollara los principios que constituían el fundamento de su sistema de gobierno. El había aseverado que eran superiores a los principios de Dios. Se dió tiempo al desarrollo de los principios de Satanás, a fin de que pudiesen ser vistos por el universo celestial. 

Satanás indujo a los hombres a pecar, y el plan de la redención fué puesto en práctica. Durante cuatro mil años Cristo estuvo obrando para elevar al hombre, y Satanás para arruinarlo y degradarlo. Y el universo celestial lo contempló todo. 

Cuando Jesús vino al mundo, el poder de Satanás fué dirigido contra él. Desde que apareció como niño en Belén, el usurpador obró para lograr su destrucción. De toda manera posible, procuró impedir que Jesús alcanzase una infancia perfecta, una virilidad inmaculada, un ministerio santo, y un sacrificio sin mancha. Pero fué derrotado. No pudo inducir a Jesús a pecar. No pudo desalentarle ni inducirle a apartarse de la obra que había venido a hacer en la tierra. Desde el desierto al Calvario, la tempestad de la ira de Satanás le azotó, pero cuanto más despiadada era, tanto más firmemente se aferraba el Hijo de Dios de la mano de su Padre, y avanzaba en la senda ensangrentada. Todos los esfuerzos de Satanás para oprimirle y vencerle no lograron sino hacer resaltar con luz más pura su carácter inmaculado. 

Todo el cielo y los mundos que no habían caído fueron testigos de la controversia. Con qué intenso interés siguieron las escenas finales del conflicto. Vieron al Salvador entrar en el huerto de Getsemaní, con el alma agobiada por el horror de las densas tinieblas. Oyeron su amargo clamor: “Padre mío, si es posible, pase de mí este vaso.” Al retirarse de él la presencia del Padre, le vieron entristecido con una amargura de pesar que excedía a la de la última gran lucha con la muerte. El sudor de sangre brotó de sus poros y cayó en gotas sobre el suelo. Tres veces fué arrancada de sus labios la oración por liberación. El Cielo no podía ya soportar la escena, y un mensajero de consuelo fué enviado al Hijo de Dios. 

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora