CAPÍTULO 65 - Cristo Purifica de Nuevo el Templo

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Al comenzar su ministerio, Cristo había echado del templo a los que lo

contaminaban con su tráfico profano; y su porte severo y semejante al de

Dios había infundido terror al corazón de los maquinadores traficantes.

Al final de su misión, vino de nuevo al templo y lo halló tan profanado

como antes. El estado de cosas era peor aún que entonces. El atrio

exterior del templo parecía un amplio corral de ganado. Con los gritos

de los animales y el ruido metálico de las monedas, se mezclaba el

clamoreo de los airados altercados de los traficantes, y en medio de

ellos se oían las voces de los hombres ocupados en los sagrados oficios.

Los mismos dignatarios del templo se ocupaban en comprar y vender y en

cambiar dinero. Estaban tan completamente dominados por su afán de

lucrar, que a la vista de Dios no eran mejores que los ladrones.

Los sacerdotes y gobernantes consideraban liviana cosa la solemnidad de

la obra que debían realizar. En cada Pascua y fiesta de las cabañas, se

mataban miles de animales, y los sacerdotes recogían la sangre y la

derramaban sobre el altar. Los judíos se habían familiarizado con el

ofrecimiento de la sangre hasta perder casi de vista el hecho de que era

el pecado el que hacía necesario todo este derramamiento de sangre de

animales. No discernían que prefiguraba la sangre del amado Hijo de

Dios, que había de ser derramada para la vida del mundo, y que por el

ofrecimiento de los sacrificios los hombres habían de ser dirigidos al

Redentor crucificado.

Jesús miró las inocentes víctimas de los sacrificios, y vio cómo los

judíos habían convertido estas grandes convocaciones en escenas de

derramamiento de sangre y crueldad. En lugar de sentir humilde

arrepentimiento del pecado, habían multiplicado los sacrificios de

animales, como si Dios pudiera ser honrado por un servicio que no nacía

del corazón. Los sacerdotes y gobernantes habían endurecido sus

corazones con el egoísmo y la avaricia. Habían convertido en medios

de ganancia los mismos símbolos que señalaban al Cordero de Dios. Así se

había destruido en gran medida a los ojos del pueblo la santidad del

ritual de los sacrificios. Esto despertó la indignación de Jesús; él

sabía que su sangre, que pronto había de ser derramada por los pecados

del mundo, no sería más apreciada por los sacerdotes y ancianos que la

sangre de los animales que ellos vertían constantemente.

Cristo había hablado contra estas prácticas mediante los profetas.

Samuel había dicho: "¿Tiene Jehová tanto contentamiento con los

El deseado de todas las gentesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora