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Maratón 2/3

Patricia culminó la reunión disculpándose por la actitud del chico, cogiendo como excusa que era "muy reservado" y necesitaba adaptarse. Como si fuera poco, canceló la actividad de llevarle las dichosas canastas.

Quizá las demás se creyeron el cuento, pero a mí no me convencía. A diferencia de otros pueblos, Serfol no recibía a sus visitantes con canastas —tampoco es como si recibiera muchos—, a esta gente no les interesaba caerle bien a nadie.

Hubo algo que se llevó toda mi atención, Patricia mencionó que el chico era importante para el pastor —tan importante que ni siquiera se presentó—. También que el chico era un escritor y venía a escribir un libro de misterio/suspenso. Una de las chicas mencionó que se había filtrado una noticia de aquí, ¿será que va a escribir una historia de Serfol?

Parecía un tanto ilógica esa idea, pues una de las leyes del pueblo era que las cosas que pasaban aquí, aquí se quedaban; era muy poco lo que los de afuera sabían de Serfol. Y no podía creer que el pastor, la figura "política" de este lugar haya permitido dicha acción.

Y no era que me molestaba, sino que todo tenía mucho que ver, al igual que era sospechoso porque el chico se había fijado en mí. 

Me encontraba frente a la iglesia con Engel sentado en el pavimento. Estaba esperando a Patricia para hacerle unas cuantas preguntas, pero ella parecía saber mis intenciones y no había salido.

—No creo que vaya a decirte algo, es fiel devota a su religión —comentó Engel mientras jugaba con unas piedritas en el suelo.

Rodé los ojos y me crucé de brazos. Él tenía razón, pero igual no iba a dejar pasar la oportunidad. 

—Recuerda que existen muchas formas de hacer a una persona hablar.

—¿Cómo cuáles?

—Contigo, por ejemplo: solo tengo que ponerme encima y haces todo lo que yo diga.

Engel me miró y sonrió.

—Cierto, es que tú consigues todo lo que quieres. ¿Sabes? Tú eres mi religión, a ti yo te rezo.

—Me encanta cuando te arrodillas —comenté lamiendo mi labio inferior.

—Y a mí me encanta arrodillarme ante ti, mejor si tengo mi cara entre tus piernas.

Solté una risa observando mi alrededor. 

—Eres un seguidor muy obediente, me gusta. 

—Es que tú haces posible lo imposible. 

—Ajá, ¿cómo qué?

—Levantas cosas sin tocarla. —Me miró con una sonrisa traviesa—. Esa es la mejor demostración. 

Solté una risa por lo bajo. Me encantaba la forma en la que podía hablar sin vergüenza con Engel, no teníamos tabúes alguno en hablar estas cosas donde sea. Al igual que amaba porqué lo hacía, él estaba consciente de que me encontraba ansiosa y buscaba la forma de relajarme.

Miré hacia la entrada de la iglesia y visualicé a Patricia con su abuela; una señora esbelta, cabello grisáceo y una cara toda arrugada.

Comencé a caminar en su dirección y le hice un seña a Engel para que se quedara donde estaba. Cuando la mujer me vio avanzando hacia ellas me sostuvo la mirada, pero Patricia no, e incluso parecía rogarle a su abuela para que la apartara.

—Regina, es un placer poder verte de nuevo —saludé—. Tienes la misma actitud irritable de siempre, pero es bueno verte.

La mujer apretó los labios y me miró de arriba hacia abajo, mientras Patricia le imploraba que se fueran de allí.

El misterio que me persigue ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora