52. Peligro

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Hey! Febrero es un mes corto y se ha ido volando. Y aquí vengo yo con una entrega algo tarde (algooo???) de Cambio. Lamento la tardanza, había tantas cosas en mi cabeza que se bloqueó jiji, y perdonden si hay faltas ortográficas. Siempre lo digo pero no me canso: gracias por sus comentarios y votos y todo el apoyo diario que de ustedes recibo. Simplemente hacen mi día, LUV YA. ¡Disfruten la lectura!

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El día de Navidad, Seth pasó a recogerme a las cinco en punto, tal y como habíamos acordado. Me arreglé con poco más de lo usual, con unas medias negras y cálidas debajo de unas botas del mismo color con un poco de tacón que me llegaban a la rodilla, y un vestido beige de manga larga. Probé suerte con mi primer labial rojo, y al checarme unas tres veces en el espejo, decidí oscurecerme un poco más los ojos con una línea. Peiné mi cabello de un lado, con ondas al final. No sé por qué estaba tan nerviosa, ni que fuera una cita a ciegas.

—¿A dónde tan guapa? —me preguntó papá mientras bajaba las escaleras.

—Seth está afuera. No tardamos.

—¿Se quedará a cenar?

—No, ya tiene planes en su casa.

—Dile que le mando saludos a su padre, hace mucho que no lo veo.

—Yo me encargo —le sonreí y le di un beso en la mejilla como despedida.

Él vestía ropa cómoda, pues planeábamos pasar parte de la noche en la comodidad de nuestro sofá, acurrucaditos los tres.

—¿Quién es…? Oh, pero si es mi hermana —apareció Tayler desde la cocina, con un tazón de palomitas en las manos. Me sonrió y se despidió de mí como antes lo hice con papá.

—No se acaben las palomitas sin mí.

—Tarde. Estas son las últimas —me respondió.

—Saldremos a comprar más —afirmó papá—, pásenla bien.

—Gracias, los quiero, ¡ciao!

Seth me esperaba del otro lado de la puerta y el cuello oculto detrás de una bufanda azul rey. El abrigo que llevaba, el mismo que se llevase al cine la última vez, con esos jeans que destacaban sus piernas, lo hacían ver demasiado guapo —sexy, coff coff—. Eso y su cabello, que en contraste con el pálido ambiente, lucía más negro que el carbón.

—¿Te hice esperar mucho? —le pregunté mientras lo saludaba con un beso en la mejilla.

—No, acabo de bajar del auto —dijo y me dio una rápida checada de pies a cabeza—. Te ves hermosa. ¿Lista?

—Sí, sólo déjame cerrar bien.

Saqué las llaves de mi enorme bolsa con cuidado de no dejarle ver su regalo —que finalmente no fue ese espantoso cuadro—.

—¿A dónde me llevas? —le pregunté una vez a unas diez cuadras de mi casa, advirtiendo que tomaba una ruta que para nada llevaba a la zona metropolitana de la ciudad o a algún lugar que yo considerara digno de una cita en Navidad.

—Es sorpresa —respondió sin despegar los ojos del camino.

—¿Por qué tanto misterio? ¿Iremos al bosque donde estarán todos los animalitos reunidos en una cena romántica y me… —iba a decir “propondrás matrimonio” pero era un tema algo precoz y no algo que se me antojara conversar en ese momento— darás un enorme pastel? ¿O acaso me llevas a un motel?

Sonrió y me miró de soslayo con ojos risueños.

—Respóndeme —reí—. No te quedes callado.

CambioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora