CAPITULO 25 DEVIL IN HER HEART

93 6 0
                                    

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.


SHADIA

Pasaron los días, ya era viernes y todo parecía en completa calma; al menos en el exterior, porque en mi interior se libraba la batalla de Troya, con una Helena que huía y un Paris que no luchaba.

Desde aquel día no había vuelto a ver a Jareth, sin embargo, siempre andaba con ese miedo de topármelo en algún lugar. Ya no había Londres seguro para mí.

Ese día las clases me habían cambiado el humor, me encontraba positiva e intentaba esforzarme al máximo en ellas. Había tenido buenos resultados académicos y eso me hacía respirar aires de paz.

Pero...todo estaba por cambiar y como siempre, yo no tenía ni idea.

Comí un almuerzo ligero en la cafetería del campus; pese a que estaba desbordante de gente, me sentí segura por un segundo. El tiempo se me iba sumergida en pensamientos sin importancia y era hora de ir a la oficina; prefería llegar temprano y terminar todo lo más rápido posible para huir de esas paredes asfixiantes.

Entré de prisa y Margaret me lanzó esa mirada que ya conocía.

—Buenas tardes, Shadia.

—Buenas tardes —respondí con una leve sonrisa.

Entonces pasó lo inevitable, lo que tanto temía y en mi mente recreaba cómo encararlo cuando sucediese. Jareth. Con esa estúpida sonrisa de los que siempre salen victoriosos y esos ojos verdes que a veces emanaban fuego.

—Hola, Preciosa. —Me reparó de pies a cabezas. Esa vez me había cuidado de no usar faldas o vestidos. Estaba en Jeans y blusa cuello alto.

—Buenas Tardes, Sr. Finley —me limité a contestar.

— ¿Señor? Esas formalidades déjalas para mi padre. A mí me puedes llamar de otra forma.

—Como guste. —Le di la espalda y busqué mi escritorio. Parecía que el aire de la habitación se agotaba. Las manos me temblaban un poco, sabía que estaba detrás mirándome, sentía sus ojos devorándome la espalda.

La tarde fue incómoda pero ambos trabajamos en silencio. De vez en cuando me entregaba documentos y me reparaba con la mirada; era una lástima que todo resultase así. Era un hombre apuesto —demasiado diría yo—, podía tener a la mujer que quisiese a sus pies, el problema era que yo no iba a ser cualquiera de esas... ¿Por qué? Se preguntarán ustedes.

¿Qué lo hacía diferente a Daniel?

¿Acaso si lo conocía cuando tuve sexo con él en el baño?

Era cierto, podría ser igual que como con Daniel, si quizás lo hubiera conocido primero, pero en el fondo tenía la impresión de que el Doctor Emiliani era muy diferente a Jareth.

Daniel era un fuego azul, pasional, celestial, que escondía mucho más allá de lo que demostraba pero que no parecía peligroso.

Jareth era un fuego verde, infernal, enigmático y posesivo, al que no necesitaba tocar para saber que me haría arder como nadie, pero que ocultaba mucho y no lo deseaba averiguar.

Podría haberme equivocado con ambos, tal como sucedió con mi fracasado matrimonio pero lo prefería así.

Suspiré hondo cuando me di cuenta que estaba por terminar la jornada. No veía la hora de salir corriendo y quizás ocultarme en el baño mientras él se marchaba de allí para evitar que me siguiese o me dijese algo.

No lo estaba observando pero sentí cuando se levantó de su asiento y sus pasos sonando en el suelo de madera, marcando una dirección hacia mí. Instintivamente me giré y quedamos frente a frente paralizados, hasta que él llevó a cabo el primer movimiento y me tomó por las muñecas obligándome a levantarme de la silla.

—No aguanto más. Te necesito —su voz era ronca y llena de locura.

—Suéltame, no me toques —espeté firme pero sin gritar, forcejeando para liberarme de su agarre.

Me toó por el cuello ahogando lo que estaba a punto de decir.

—No creas que porque vienes así vestida te vas a librar de mí. Te llegó la hora, putita de mierda.

Me estaba ahorcando, lastimándome sin un atisbo de arrepentimiento y soltando frases con desdén; mis lágrimas se desbordaban a mares mientras mis brazos y piernas luchaban con ahínco por apartarlo. Con mis manos intenté que me soltase del cuello pero no lo lograba, tenía además mis piernas bloqueadas con su cuerpo. No tenía fuerzas suficientes ante él.

—Me estás haciendo daño —alcancé a decir.

—Ni se te ocurra gritar, pedir ayuda o llamar a Margaret ni a ninguna otra persona. Ni el doctorcito ese con que te revuelcas te va a salvar de mí.

Me jaló del cabello y me colocó de espaldas a él, dominante, brusco y humillante. Su nariz husmeó mi cuello como rata asquerosa. Me inclinó sobre el escritorio haciendo que mis piernas flaqueasen ante su fuerza y mis brazos fueron atados por los suyos, que los mantenían atrás.

Con uno de sus brazos postergaba el agarre sobre los míos en mi espalda y con su mano libre viajó hasta el botón de mi pantalón, intentando soltarlo.

Llorando bajo le supliqué que no lo hiciese, que se detuviese y me dejase en paz.

—No te he hecho nada, Jareth, por favor suéltame.

— ¿Por qué te revuelcas con él y conmigo no? Pronto verás que puedo darte mayor placer del que él te proporciona.

Intenté empujarlo utilizando mi cuerpo pero él se mantuvo firme. Sentí en mis nalgas el bulto de su pene erecto antes de que me girase nuevamente para tenerme frente a él. Estaba semidesnudo, me bajó el pantalón con todo y bragas de manera brusca y entonces cuando estaba a punto de entrar en mí, tomé una engrapadora del escritorio y se la lancé en la cara.

—Puta. ¿Quién te crees? —Reprimió un grito y me estampó el puño entre la mejilla y el labio, haciéndome sangrar en el acto.

Su teléfono sonó salvándome nuevamente; él contestó la llamada en tanto acomodaba su ropa. Por mi parte me arrinconé en la última esquina de la oficina, vistiéndome y llorando.

—Ni si te ocurra decirle a nadie sobre esto, porque a donde sea que vayas, te perseguiré y te haré pagar. —Salió de la oficina simulando completa calma.

Me quedé llorando por un rato no tan largo pensando en qué diablos estaba pagando para que la factura de cobro fuese tan maldita conmigo. No entendía la gracia de la situación y mucho menos porque todo eso me sucedía a mí.

Resultaba casi que irónico que mi huida de Colombia resultase tan caótica cuando solo buscaba paz. ¿Era ese el pago por pecar en mi primer encuentro con Daniel? ¿Era la forma en que la vida me gritaba que estaba haciendo todo mal desde el principio? ¿Era ese el precio de todos mis pecados?

Me atemorizaba la sola idea de ese malnacido haciendo lo quisiese conmigo y con mi cuerpo. Debía hacer algo pero no sabía qué hacer ni mucho menos a donde recurrir por ayuda. 


Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
Nocturnos © [+18]  ✔️Where stories live. Discover now