CAPITULO 20 WILD HONEY PIE

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DANIEL

El deseo me tenía cegado de pasión. Estaba sediento de su cuerpo. Ardiendo de las ganas por entrar en ella, por llenarla toda de mí, por no dejar ni un centímetro de su piel sin tocar, sin marcar con mis caricias.

Estaba entrando a un laberinto sin salida llamado Shadia Michelsen.

La conduje hacia el borde del sofá con ansias, era un imperativo tenerla en cuatro, solo para mí. Ella me obedecía cegada también por el deseo, por esa locura a la que nos arrastra lentamente las ganas de poseer y ser poseído.

Estábamos tan fuera de sí, que ninguno de los dos se dio cuenta que no traía preservativo.

Entré en ella y fue... cálido, muy caliente, demasiada humedad. Mi pene estaba abrazado por ese fuego que emanaba su vagina. Ella se sostuvo con ambos brazos al borde del sofá mientras la tomé ligeramente de sus caderas y comencé a embestirla como loco. Baje un poco el cuerpo, viendo como encajábamos a la perfección. Entraba y salía de ella desesperado. Ella acompañaba mi ritmo con gemidos fuertes. Luego en un arranque de locura, la tomé por el cabello haciendo que gritara, pero del puro placer, sí. Hubieran visto su cara, sus ojos oscuros, sus labios pidiendo más.

Pegué mi pecho a su espalda, lamí su oreja con mi mano aun jalando sus cabellos y mi pene penetrándola sin compasión.

—Me fascinas de formas que no puedo describir —musité en su oído.

Ella cerro sus ojos mientras la inundé por dentro con mis fluidos.

Aun con nuestras respiraciones agitadas, la tomé por las muñecas, sentí su pulso, estaba descontrolado. Debo confesar que me encantaba sentirla así por mí.

De inmediato la jalé hacia mí y me senté en el sofá con ella encima, abrí sus piernas y ella lo entendió todo.

Echo su cabeza atrás por sobre mi hombro, acomodándose perfectamente entre mis brazos. Llevé mi mano derecha a su vagina, mientras la izquierda jugaba con sus pezones. Sus caderas estaban inquietas mientras mi dedo del medio se hizo paso entre sus pliegues; lo humedecí con una mezcla de sus fluidos y los míos, busqué su clítoris y ella enloqueció a mi tacto. Gemía y mordía sus labios. Movía mi dedo con suavidad, pero luego intensifiqué los movimientos, en círculos, hacia arriba y hacia abajo, en todas las direcciones posibles.

Shadia intentaba cerrar sus piernas sabía que venía construyéndose un orgasmo, pero entonces con mi brazo izquierdo le sujeté una pierna al tiempo que mi dedo la hacía suya.

Se corrió en mi dedo. Nuestras respiraciones seguían incontroladas, sentía que nos habíamos acabado todo el aire disponible.

Fuimos dos casos tremendamente perdidos esa noche...en la lujuria, en el sexo desenfrenado, en la pasión del momento, en la necesidad de encajar nuestros cuerpos y degustarnos en el placer consentido.

— ¿Aun quieres más? —La observé divertido.

Me devolvió la mirada esbozando una sonrisa.

—Define más.

—Eres un caso perdido, Shadia Michelsen.

—No me digas. —Dejó escapar una carcajada.

— ¿Te burlas de mí?

—No, para nada. Ya veremos quién será el caso perdido al final.

— ¿Me estas amenazando?

— ¿Crees que puedas trabajar mañana?

Reí como loco.

—Tienes un punto.

Se levantó con cuidado y se alejó para buscar su ropa. Me miró seria y mis ojos le hacían mil preguntas.

—No usamos preservativo —exclamó alarmada.

—Lo sé. —Vi preocupación en su mirada—. No te preocupes por eso, no estoy enfermo y de inmediato pasamos por una farmacia y solucionamos el descuido.

Alzó las cejas.

Ok. —Bajó la mirada, continuó recogiendo su ropa y me miró nuevamente.

—En mi habitación está. —Comprendí sus miradas, necesitaba un baño y le indiqué donde quedaba.

Me levanté del sofá, necesitaba ducharme. Me dirigí a la habitación y ahí estaba ella desnuda.

Cálmate, Daniel.

Sonrió apenada.

—Necesito una toalla.

Busqué una toalla limpia en el closet y se la entregué. Se metió al baño y cerró la puerta dejándome con las ganas de ducharme con ella.

Digo, hay que ahorrar agua ¿no?

No se demoró nada en el baño, salió ya vestida y con el cabello peinado.

—Tengo que irme ya. No es necesario que me lleves ni que me compres nada en la farmacia, yo lo puedo hacer.

Me dejó mudo.

¿Porque de repente se ponía tan a la defensiva?

Suspiré cansado. No pensaba discutir esas cosas, estaba bien si ella así lo prefería. Solo pretendía ser amable, aunque hace un rato no lo fuese para nada.

—Está bien, si así lo deseas, por mí no hay problema.

—Ya pedí el taxi, no tarda. Dúchate tranquilo que yo cierro la puerta al salir.

Asentí y entré al baño. Abrí el grifo y dejé correr el agua sobre mi piel, recordando a ese pastel de miel salvaje que acaba de probar y que justo salía de mi casa.


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