CAPITULO 9 WHY DON'T WE DO IT IN THE ROAD?

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DANIEL

Llegamos al Café Rossi, uno de mis lugares preferidos de comida para llevar. Nos sentamos y no pudimos evitar nuestras miradas. Estaba ruborizada, quizás algo en su pensamiento o el que yo no le retirara la mirada ni un segundo.

—Espero que te guste la comida, realmente es deliciosa, a mí la verdad me encanta este lugar.

—Huele muy bien todo, así que me imagino que la comida está exquisita, de hecho, luce exquisita. —Ambos reímos.

Hacía algo de frío, vi como su piel se erizaba un poco. Maldije dentro de mí por no haber traído algo a la mano para ofrecerle como abrigo.

Comimos entre risas tímidas y frases lanzadas.

Me contó un poco sobre ella, lo que hacía aquel día en la decanatura donde nos tropezamos por primera vez, su amistad con Isabelle o Izzy como ella le decía. Yo le hablé de mi amistad con Greg, del trabajo de mi padre y de lo mucho que amaba mi profesión.

Se nos hizo un poco tarde mientras comíamos y hablábamos un buen rato.

Era tan sencillo conversar con ella. Había química entre los dos, mucha, demasiada. También algo más que me atraía además de su belleza y era esa seguridad que salía a flote por momentos pero allí estaba, haciendo juego con su sonrisa y sus preciosos ojos color avellana.

Salimos del Café Rossi y subimos a mi auto, aún estábamos lejos de nuestro destino.

— ¿Dónde vives exactamente? —Me observó atenta mientras empezaba a conducir.

—Vivo en Whitfield St. —Quedó algo perdida—. ¿No sabes dónde es? —pregunté.

—Realmente no lo sé. Llevo poco tiempo en esta ciudad y aun desconozco el noventa por ciento de ella. ¿Queda cerca de mi residencia?

—Pues, no está muy lejos, pero la verdad mi casa queda antes del John Adams Hall.

— ¡Oh!, no sabía. ¡Qué vergüenza! si quieres puedo tomar un taxi desde tu casa.

—Claro que no, yo te llevo y me regreso, no hay ningún problema. Además, es tarde, prefiero dejarte sana y salva en tu puerta.

Me sonrió, sus cautivantes ojos brillaban y sentí el impulso de devorarle la boca a besos construyéndose en mi interior.

—Gracias, no tienes por qué molestarte.

—No es ninguna molestia, lo hago con gusto —confesé.

Me detuve en un semáforo, tragué grueso y nos miramos fijamente.

Provocativamente.

Sensualmente.

No aguanté más, solté el cinturón de seguridad y la besé. Ella me correspondió con la misma pasión y desenfreno que en el baño del Phonox. Sujeté su cara con mi mano y fui descendiendo por su cuello, sus pechos y su cintura. Ella se desabrochó el cinturón de seguridad sin soltar mi boca, me rodeó el cuello con sus manos y la atraje hacia mí.

Me moría por tenerla encima.

No percibimos el cambio del semáforo y un vehículo empezó a pitar desde atrás. Nos separamos con la respiración afectada.

—Vamos hasta mi casa, estamos cerca —le propuse.

Ella me miró como si fuese una completa locura —quizás lo era—. No me importaba realmente. Solo sentía una extrema necesidad de hacerla mía otra vez.

—No quiero salir de allí por la mañana con la misma ropa de anoche —comentó incómoda.

Dios, tenía toda la razón, pero no lo soportaba.

Conduje hasta una calle solitaria y me detuve.

No podía más.

En cuestión de segundos tenía un condón puesto y a ella encima; su pecho estaba desnudo, el vestido medio colocado y hecho un lío en su cintura, sus bragas corridas hacia un lado dejándola poseerme a su antojo. Sus manos se aferraban a mi cabello mientras gemía deliciosamente cerca de mi oreja, me estaba matando del éxtasis.

Succioné como loco sus pezones y llevé mis manos a su cintura para dar las últimas estocadas profundas. Deseaba penetrarla hasta el fondo, que no quedase ni un centímetro de mi erección fuera de ella.

Aumentó su ritmo, gemía y brincaba encima de mí, sus piernas aprisionaban las mías; echó su cabeza hacia atrás cuando se venía el orgasmo. La atraje nuevamente y la besé con esa sed de sus labios. Continué penetrándola hasta que me corrí dentro de ella. Nos miramos con cierta complicidad y los latidos desbordados. Casi podía sentir la presión sanguínea en mi oído y el bombeo alterado de mi corazón.

Acerqué mi rostro al suyo, nuestras narices y bocas se juntaron en el acto; susurré en sus labios.

—Quiero volver a verte esta noche, por favor —respondió con una sonrisa, le acaricié la oreja y bajé hasta su mentón.

¿Qué carajos estaba haciendo?

Llevó uno de sus dedos a mi boca, acarició con lentitud y suavidad la comisura de mis labios y no pude dejar de mirarla mientras hacía eso.

—Pasa por mí a las 8:00 pm ¿Puedes? —Asentí de manera insensata porque sabía perfectamente a donde me conducían esos repentinos impulsos y no estaba haciendo absolutamente nada por frenarlos.

Nos separamos, se sentó nuevamente a mi lado; me quité el preservativo mientras ella arreglaba su ropa y emprendimos nuevamente el recorrido hasta la residencia.

No tardamos en llegar al John Adams Hall. Me detuve en la puerta y ella todavía batallaba con su cabello intentando peinarlo un poco. La miré de reojo mientras le sonreí sin que lo percibiese.

—Gracias por traerme, nos vemos en la noche.

Salió del auto y entró directo a la residencia sin mirar atrás. Encendí el Audi y me marché con la sonrisa más estúpida del mundo tatuada en mi cara. Negué reiteradas ocasiones con la cabeza.

¿En qué lío me estaba metiendo?

En uno que me superaba por mucho pero del cual me veía tentado cada que pasaban los segundos con la imagen de su cuerpo delineado en mi boca. 


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