CAPITULO 11 SLOW DOWN

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DANIEL

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DANIEL

Desperté sintiéndome extraño, divagando entre mis ganas de verla, de que no se acabase el fin de semana, de extender un poquito más mis días libres y mantenerme alejado de todo lo que me recordase al hospital.

Cuando decidí convertirme en médico, los días eran duros; yo era muy inexperto, un mimado de sus padres recién graduado de secundaria que no sabía mucho más allá de lo que la vida le había enseñado hasta el momento.

Aunque estando en Estados Unidos me eduqué en una de las mejores escuelas de Nueva York, no fue fácil para nosotros llegar a lo que somos hoy, mucho menos para mis padres. Todo siempre fue producto de su tenacidad, de su valor y el amor hacia la familia, de un ejemplar trabajo en equipo; todo ello nos llevó a crecer en unión y a prosperar con el sueño americano.

Me di una ducha larga y en calma, cerré los ojos y pensé en ella recorriéndome con sus delicadas y pequeñas manos, rodeando mi cuello para sostenerse. Imaginé sus labios en mi intimidad, absorbiendo todo lo que le ofrecía.

No debía pero quería verla, necesitaba verla.

No supe el momento exacto en que me perdí en ella, no supe cuántas veces me hizo falta mirarla para desearla, lo cierto es que había pasado todo el día con su recuerdo pegado a mi piel.

Me vestí impaciente tras pasar el día en toalla y comiendo poco saludable; eran ya las 7:00 de la noche y no había sabido nada de ella en lo que llevaba del día. No me atreví a llamarla, me sentía algo indeciso.

Era obvio que me gustaba, que me había fascinado, que me había vuelto loco y que me había atrapado esa fogosidad con la que tuvimos sexo dos veces —sí, dos veces—, entre la noche y la madrugada.

Pero no deseaba apresurar nada, quería arriesgarme, pero había algo que aún me detenía.

Me reí de mis pensamientos.

Y que no quería apresurar nada, ¡Ja!

Si estaba haciendo todo lo contrario, sexo antes de la primera cita y al doble.

Faltando quince minutos para las ocho, decidí llamarla, no quería que se hiciera falsas ideas en su cabeza, pensando que no iba a recogerla para nuestra cita, tal como habíamos quedado; ni siquiera se me había ocurrido a dónde llevarla, no había planeado nada en específico y ya me sentía nervioso. Un hombre de casi treinta años, nervioso ante los encantos de una mujer de no sé cuántos años... —Así es, ni siquiera se lo pregunté, ni ella lo mencionó—, pero no parecía mayor que yo.

—Hola —contestó a mi llamada.

—Hola, Shadia, soy Daniel.

—Oh, Daniel, sí, ¿Cómo estás?

—Bien ¿y tú?

—Muy bien, gracias por preguntar.

—Sí, llamo para avisarte que en quince minutos estaré abajo esperándote. ¿Aún sigue en pie lo de hoy, cierto? —me animé a preguntar.

Nocturnos © [+18]  ✔️Where stories live. Discover now