Amnesia [gay/yaoi]

12. El amor duele (Parte I)

~Dakota~

Miedo.

Eso era todo lo que sentía al mirar a Elliot a los ojos.

Me encogí aún más, aferrándome a la poca ropa que todavía tenía, rogándole con la mirada que se calmase.

—Elliot... —musité, intentando que mi voz no temblase—, p-por favor, cálmate...

—No voy a repetírtelo —espetó, apoyándose en la pared, con ambas manos al lado de mi rostro. Aparté la mirada. No soportaba verlo a los ojos—. Lo haces por las buenas, o lo haces por las malas.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda y traté de empujarlo un poco pero mis manos temblaban. Las lágrimas volvieron a caer por mis mejillas y volví a mirarlo a los ojos.

Nada cambiaba.

Me asustaba plantearme lo que Elliot pensaba.

Sus manos se enredaron en mi cabello y, tomándome por sorpresa, tiró de él, con fuerza, levantando mi rostro.

—Para... —sollocé.

—Será por las malas entonces —gruñó y, antes de que pudiese decir algo, sus labios se estamparon contra los míos.

Introdujo su lengua en mi boca sin la más mínima pizca de compasión; tan salvajemente que dolía. Intenté empujarlo de nuevo pero no logré absolutamente nada.

Me mordió el labio, fuerte, hasta el punto de hacerme sentir el sabor a óxido en mi boca.

Gemí.

Dolía.

Sus manos soltaron mi cabello y bajaron a mi espalda, comenzando a tirar de lo que quedaba de mi camisa hacia abajo. Me revolví y traté de para sus brazos con los míos pero me tomó de las muñecas y las estampó contra la pared, haciendo que me ardiesen.

Separó sus labios de los míos y bajó a mi cuello, donde mordió la herida que previamente había hecho Patrick.

Dolía.

¿Por qué hacía esto? ¿Qué ganaba haciéndome daño de aquella forma?

Soltó mi cuello y me miró a los ojos. Apenas podía a causa de las lágrimas que me nublaban la visión pero su expresión, en vez de suavizarse, se hacía cada vez más dura.

Hizo más presión en mis muñecas y lamió la sangre que aún caía por mi labio. Sollocé.

—Eres mío —espetó—. Nadie puede tocarte más que yo. Sólo yo puedo lastimarte, ¿está claro?

—Ya basta... —gemí—. Por favor...

—Le voy a hacer entender a tu cuerpo eso.

Volvió a besarme, de la misma forma que antes y, soltándome, bajó una de sus manos hasta mi ropa interior —que era lo único que llevaba— y comenzó a tirar de ella con fuerza, como si tratase de romperla.

Entré en pánico.

—¡Para! —chillé, intentando apartarlo—. ¡No quiero!

Me ignoró y escuché el crujido de la tela. Sollocé.

—¡¿Por qué haces esto?! —gemí—. ¡No me gusta esto! ¡No así! ¡Estás haciendo lo mismo que Patrick!

Se detuvo y se quedó estático por un segundo, con los ojos muy abiertos y me pareció ver todo ese odio desaparecer de su mirada.

Me soltó y dio un paso atrás. Se había puesto pálido y sus manos temblaban.

Me dejé caer al suelo y abracé mis rodillas, sintiendo los espasmos que mi cuerpo daba debido a los sollozos.