Capítulo 27.

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Shawn se cercioró de que estuviera a salvo en un taxi rumbo a casa, sin embargo, él no vino conmigo, solo palmeó mi hombro y dijo que nos veríamos después

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Shawn se cercioró de que estuviera a salvo en un taxi rumbo a casa, sin embargo, él no vino conmigo, solo palmeó mi hombro y dijo que nos veríamos después. Estaba tenso y su rostro se veía tan endurecido como el granito, no sabía con quién había hablado, tampoco lo que dijo ya que se había retirado para que no escuchara su conversación.

Por un momento mi corazón se sintió vacío sentada en el asiento trasero del taxi recordando como los hoyuelos de Shawn se habían borrado de un momento a otro. Sentí la añoranza, ¿cuándo volvería a ver la sonrisa de Shawn? ¿Volvería a ser el británico cascarrabias de siempre?

Cuando el taxi estacionó frente al edificio de piedra, el conductor me ayudó a bajar mi maleta de la parte trasera y cuando le fui a pagar me indicó que mi acompañante ya lo había hecho, ¿en qué momento lo hizo?

La señora Henderson estaba regando las plantas en la entrada de su apartamento, tenía un par de cactus y platas con flores a las que no podía ubicar por nombre. Le sonreí apenas ella me observó con curiosidad, pero no me devolvió la sonrisa.

—Buenas tardes, señora Henderson, ¿cómo se encuentra?—saludé educadamente, aunque conociendo a la vieja casera seguro escupiría a mis pies.

—No sabía que estabas de viaje, cuarenta y dos.

Una de las pocas cosas que había conocido de la señora Henderson es que aparte de ser la chismosa número uno del edificio amaba llamar por los números de los apartamentos a sus vecinos. La primera vez que me llamó de esa manera había retrocedido por la sorpresa, hoy solo me causaba gracia.

—Estuve en casa por acción de gracias.

—Estamos en octubre.

—En Canadá lo celebramos en octubre—dije tratando de aguantarme una carcajada al ver la mirada, ahora de desconfianza, de mi casera.

—Pensé que eras francesa.

—Soy francesa—le afirmé—, pero la mayoría de mi familia está en Toronto.

Me di cuenta de que esta había sido mi conversación más larga con la señora Henderson, había cruzado unas cincuenta palabras con ella desde que me había mudado a su edificio.

—Cuarenta y uno también estaba de viaje—dijo como si me estuviera contando el chisme del siglo acercándose a mí hablando en voz baja—. Es la primera vez que lo veo irse por tanto tiempo, todavía no llega y veintiuno está que se vuelve loca.

—¿Veintiuno?—cuestioné sin tener idea de quién me hablaba.

—La vaga, ya sabes, siempre está metida en su computadora.

Hice un repaso mental de quién vivía en el piso dos y mis neuronas hicieron contacto. Hablaba de Vera.

—¿Vera está como loca?

—Tanto como una cabra—cuchicheó la señora feliz de que le siguiera el cuento—. Enloqueció al saber que cuarenta y uno no aparecía por ninguna parte. El pobre trata de evitarla, pero ella siempre lo termina buscando. Él es amable, siempre tratando de ayudar a los demás, veintiuno se dio cuenta de eso y lo usa a su favor.

La melodía de Lucy | Hijos de sus padres #1Where stories live. Discover now