Ahora, entonces y siempre

By Elza_Amador

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En la Ciudad de México el anticipado concierto de Muse está a punto de comenzar... Cuando Carolina es arrojad... More

{Book Trailer}
Capítulo 1 {Solo se vive una vez}
Capítulo 2 {La Fuerza Del Destino}
Capítulo 3 {A Fuego Lento}
Capítulo 4 {Han Caído los Dos}
Capítulo 5 {Sonrisa de Ganador}
Capítulo 6 {Aquí No Es Así}
Capítulo 7 {Nunca Nada}
Capítulo 8 {Dilema}
Capítulo 9 {Carretera}
Capítulo 10 {Esa Noche}
Capítulo 11 {Salir Corriendo}
Capítulo 12 {Tú}
Capítulo 13 {Cada Que...}
Capítulo 14 {3 a.m.}
Capítulo 15 {Pijamas}
Capítulo 16 {Indecente}
Capítulo 17 {Todas Las Mañanas}
Capítulo 18 {Bestia}
Capítulo 19 {Negro Día}
Capítulo 20 {Yo Solo Quiero Saber}
Capítulo 21 {Cosas Imposibles}
Capítulo 22 {Yo No Soy Una De Esas}
Capítulo 23 {Contradicción}
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 1)
Capítulo 24 {Vamos a Dar Una Vuelta al Cielo} (Parte 2)
Capítulo 25 {Deja Que Salga La Luna}
Capítulo 26 {Andrómeda}
Capítulo 27 {Las flores}
Capítulo 28 {Amores Que Me Duelen}
Capítulo 29 {Bonita}
Capítulo 30 {Lluvia de Estrellas}
Capítulo 31 {Sólo Algo}
Capítulo 32 {Más Que Amigos}
Capítulo 33 {Mi Lugar Favorito}
Capítulo 34 {Tu Calor}
Capítulo 35 {Eres}
Capítulo 36 {Cuidado Conmigo}
Capítulo 37 {Altamar}
Capítulo 38 {Mi Burbuja}
Capítulo 39 {Ojos Tristes}
Capítulo 40 {Enamórate de Mí}
Capítulo 41 {Corazonada}
Capítulo 42 {Enfermedad en Casa}
Capítulo 43 {Al Día Siguiente}
Capítulo 44 {Showtime}
Capítulo 45 {Te Miro Para Ver Si Me Ves Mirarte}
Capítulo 46 {Un Año Quebrado}
Capítulo 47 {Día Cero}
Capítulo 48 {Planeando el tiempo}
Capítulo 49 {Tú sí sabes quererme}
Capítulo 50 {No creo}
Capítulo 51 {Luna}
Capítulo 52 {Para Dejarte}
Capítulo 53 {Cuando}
Capítulo 54 {Huracán}
Capítulo 55 {Adelante}
Capítulo 56 {Todo para ti}
Capítulo 57 {Dueles}
Capítulo 58 {Hasta la piel}
Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 2
Capítulo 60 {No Te Puedo Olvidar}
Capítulo 61 {Cómo hablar}
Capítulo 62 {Arrullo de Estrellas}
{Epílogo}

Capítulo 59 {Nada Que No Quieras Tú} parte 1

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By Elza_Amador


"Ya no lo oculto más, sé que el tiempo se nos va

Ya no lo pienso más, solo contigo quiero estar

No quiero nada que no seas tú"

-Ramona


     Leo consiguió una escobilla y recogedor para levantar el destrozo que había hecho al romper el tazón de cerámica donde depositaba las llaves. Debía empezar a liberar su temperamento de otro modo, pensó burlándose de sí mismo por sus desahogos juveniles. A este paso acabaría pronto con todo lo que quedaba dentro de su departamento.

Observó por un instante los afilados fragmentos antes de deshacerse de estos. Ojalá fuera así de sencillo reparar su corazón: arrojar los pedazos al cesto de basura y después se conseguía uno nuevo, de preferencia de plástico, pensó, agobiado.

Nada que valiera la pena en la vida resultaba fácil, resolvió Leo usando las palabras que su padre utilizaba cuando la frustración lo cegaba y lo hacía desistir. ¿Qué tanto se aplicaba a los problemas del corazón?

Apoyó la espalda en la barra de la cocina, metió las manos en los bolsillos del pantalón y con los dedos sintió el delicado brazalete que le había regalado a Carolina. La expresión de su amor por ella que no ya no sabía si alguna vez fue real. Lo apretó con fuerza en su puño y se entregó a los pensamientos que no lo dejaban en paz. ¿Todo este tiempo estuvo tan ciego? ¿O había estado ensimismado en sus propios dilemas, que no pudo ver ver más allá de su nariz?

En tan solo un instante los ejes de mundo se giraron. El suelo que pisaba, que siempre creyó firme, se había vuelto inestable.

Era incapaz de hacerse la idea que durante tantos años su padre ocultara algo de esa magnitud. No sabía a quién creerle o si creerlo siquiera. Si en lo que Celina le había contado había un poco de verdad, su padre no era la persona que pensaba.

Era poco lo que podía hacer para serenarse en ese momento, necesitaba ver a su progenitor lo más pronto posible, tenía varias explicaciones que pedirle. No regresaría con las manos vacías. No esta vez.

Fue en busca de su saco a la habitación, era lo último que le hacía falta para poder marcharse. Quizás era mejor cambiarse de ropa, pero desistió casi de inmediato porque estaría perdiendo el tiempo innecesariamente. Al acercarse a la estancia, se escuchó a alguien llamando a la puerta.

—¡Ahora qué quieres! —gritó y abrió la puerta sin pensar, esperando encontrarse nuevamente con Celina.

Sin embargo, se llevó una sorpresa al ver al hombre que estaba de pie en el umbral con gesto risueño. Lo que le faltaba. Echó la cabeza hacia atrás y resopló antes de invitarlo a pasar con desgano. Se habría ahorrado la invitación, pero la cortesía que le habían inculcado superó sus otras emociones.

—Esas no son maneras de saludar, especialmente cuando traigo felicidad de la mejor clase. —Leo le agradeció en silencio que hiciera caso omiso a lo que había dicho. Julio elevó la pequeña bolsa de papel y el termo que traía en las manos—: la que puedo elaborar en mi cocina.

Leo tomó la bolsa y la abrió. Tan solo el delicioso aroma a pan recién horneado y mantequilla derretida fue suficiente para apaciguar la tormenta que se fraguaba dentro de él. Hasta las tripas de su estómago se dejaron seducir cuando crujieron escandalosamente.

—¿Qué haces aquí? —preguntó arrancándole un trozo a un croissant. ¡Dios! Se deshacía en su boca. La fama que gozaba era bien merecida, pensó, pero prefirió guardarse sus opiniones.

—¿Necesito un pretexto para visitar a un amigo y comprobar que está bien? —El joven chef se acomodó en uno de los sillones. Sentado con una pierna cruzada sobre la otra rodilla parecía no tener la intención de irse pronto.

Leo revisó su reloj con cierta aprensión. No tenía tiempo para esto. Era evidente que para julio el tiempo andaba de una forma distinta que la del resto de los mortales.

—¿No te parece algo temprano para hacerlo? ¿Y qué te hace pensar que no estoy bien? —dijo Leo.

—No atiendes las llamadas y tampoco te has aparecido en las partidas de videojuegos en las últimas semanas. —Con los dedos hizo el gesto de estar oprimiendo los botones de un control remoto—. No me dejaste otra opción.

Leo sintió una punzada de remordimiento por haber ignorado audazmente a sus amigos. No había tenido cabeza para nada más que sus propias preocupaciones. Sabía que tenía las mejores intenciones, pero no se encontraba con el ánimo de aceptarlas. ¿Por qué nadie podía entender que quería estar solo?

—El trabajo me ha mantenido ocupado.

—¿No te cansas de usar ese cascado pretexto? —dijo con un aire socarrón—. Además no todo en la vida es trabajo. Hay que salir a vivirla y gozarla, solo tenemos una y hay que sacarle el mejor provecho.

El eterno optimismo de Julio lo mareaba, sin embargo, a veces era irremediablemente contagioso y lo hacía creer que todo era posible. En momentos como este, Leo se preguntaba si todo en su vida eran flanes de vainilla y lo que pregonaba lo aplicaba para sí mismo.

—Como te decía, no tengo tiempo. Te agradezco el café, los croissants y la visita, pero debo que marcharme.

—De verdad, eres insufrible. Tienes todo lo dulce que la vida puede ofrecerte y prefieres agriarte como un limón.

Leo encogió los hombros.

—¿Hasta ahora lo notas? —ironizó con una mueca burlona.

Luego se palpó la billetera, se guardó el teléfono y las llaves en el bolsillo del saco.

Escuchó un suspiro profundo al tiempo que Julio se levantaba del sillón.

—No se cómo te aguantan, especialmente Caro. Encima de lo que tiene que padecer, tiene que tolerarte.

Leo entrecerró los ojos y lo miró con frialdad. Una temperatura que más y más ganaba dominio en sus sentimientos. O más bien estaba regresando a lo habitual, concluyó. Apretó los dientes cuando el chef mencionó su nombre. Reprimió el impulso de corregirlo, a ella le desagradaba el uso del diminutivo de su nombre. Dedujo que a estas alturas, no tenía caso hacerlo.

—Por suerte ya no tiene que soportarme. Me sorprende que no estés enterado de que rompimos. —Un fugaz enrojecimiento apareció en las mejillas de Julio que le extrañó—. Te equivocaste, después de todo no éramos el uno para la otra como me insistías —dijo Leo con un tono que exhibía su amargura.

Si había algo que le gustaba en esta vida, era ganar, pero esta vez no le importaba perder la partida sabiendo lo que estaba en juego.

—No cantes victoria aún. —Julio le sonrió con petulancia, como si supiera algo que él desconocía—. Esta historia no ha terminado de escribirse, le falta la parte más emocionante: el final.

¿Era su imaginación o había algo en su mirada? Era difícil interpretarlo. Julio era un romántico incurable y solo era capaz de ver arcoíris, incluso donde solo existían cielos decolorados

No tenía la fuerza de contradecirlo, ni de decirle que lo que había entre ellos difícilmente cambiaría. Leo y Carolina ya habían alcanzado su destino inevitable y no había nada que pudiera hacer.


***


     Leo estaba delante del edificio de Textiles Santillán. Toda la vida lo creyó imponente, como su propietario, ahora veía lo que realmente era: un montón de ladrillos a punto de desplomarse. Infinidad de veces caminó por esos pasillos, y además del olor a tinta podía percibir el éxito suspendido en el ambiente. La soberbia, poco a poco, sustituyó al triunfo, y, por supuesto, el último en darse por enterado fue Antonio Villanueva.

Conforme pasaron los años el atractivo de la empresa se fue perdiendo. Ni Leonardo y ni Alejandra se interesaron en el legado que su padre, entusiasmado, les dejaría algún día. Ambos querían forjar algo por ellos mismos, y al final, Antonio se resignó a aceptarlo.

Durante las últimas semanas, Antonio casi vivía en las oficinas de Textiles Santillán. Su madre lo había puesto al tanto cuando la llamó, y era de esperarse que hiciera lo imposible por mantener a flote el barco que estaba hundiéndose. Si Leo se encontrara en su lugar lo más probable sería que actuara de la misma forma. ¿Cómo podría desprenderse de algo que le costó tanto construir? Era como haber tirado por la borda los mejores años de su vida en vano.

Soltó el aire que estaba guardando en los pulmones, enderezó los hombros y se encaminó al último piso. Prefirió usar las escaleras, necesitaba esa distracción.

—Esa maldita canción de nuevo —masculló para sí mismo en cuanto avanzó por el pasillo. Nunca fallaba en erizarle los vellos de la nuca. Enseguida un pensamiento lo asaltó helándole la sangre. Al trágico rompecabezas se le unía una pieza más. Las puntas de sus dedos recordaron a la perfección la silueta de una mariposa, que en sus alas resaltaba la frase Always on my mind como un anuncio de neón.

«Es la canción favorita de mi mamá», resonó en su cabeza la fragilidad en la voz de Carolina cuando le contó sobre el tatuaje que tenía dibujado en el ápice de su espalda.¿Cómo pudo ser tan imbécil? ¿Se habría regocijado con su logro? Desechó ese pensamiento, no tenía caso.

En la recepción encontró a Elisa, la asistente de su padre, intentando mover una caja de cartón. La saludó con cordialidad antes de tomar la caja de sus manos para ayudarla.

—¿Dónde quieres que la coloqué?

—Te lo agradezco, junto a esas otras si me haces el favor. En un rato vendrán a recogerlas para llevarlas a la bodega. Qué pena me da está situación, de verdad. Va a necesitar mucho de tu ayuda. —La mujer lo miró con ojos suplicantes. Luego tomó una de sus manos para envolverla con las suyas y añadió—: Eres un buen hijo, muchacho.

Leo asintió con la cabeza. Se le hizo un nudo en la garganta porque distaba de serlo, él estaba ahí por un motivo distinto al que ella suponía. Era demasiado tarde para darse la media vuelta y marcharse. Además era poco probable que volviera a hacer a un lado su sentido común, que le decía que al estar ahí complicaría todo en vez de simplificarlo.

Golpeó la puerta con los nudillos antes de entrar. Su padre estaba parado junto al ventanal. Con cuidado, removió la aguja del tocadiscos. Un minuto más escuchando esa enervante canción lo haría enloquecer.

Antonio estaba tan sumergido en sus propios pensamientos, que no despegó la vista del cielo grisáceo que se asomaba cuando la música se detuvo.

—Papá, ¿podemos hablar?

Hubo una larga pausa. Por un momento pensó que no había notado su presencia.

—¿Sabías que la tela de algodón es más resistente cuando se humedece? —dijo, giró levemente la cabeza sobre su hombro, como si temiera voltear por completo e impedirle a Leo encontrar algo en su mirada

—Es necesario que hablemos —insistió Leo.

No sabía realmente qué decirle ni cómo. Ellos no tenían conversaciones serias, solo expectativas vacías y desilusiones; lo que mejor sabían hacer.

—¿Entonces por qué las personas no se hacen más fuertes cuando están debajo de una tormenta? —Su padre no parecía escucharlo.

—Es importante. Se trata de mi hermana.

De pronto acaparó su atención. Sin embargo, tenía la mirada ausente.

—¿Le pasa algo a Alix? —preguntó.

—No hablo de ella. —Antonio frunció el ceño, y Leo percibió cierta tensión en sus hombros—. Me refiero a... Celina.

Se quedaron de pie y en silencio por un largo minuto. Quizá fue más.

—¿Cómo sabes de ella? —dijo al fin. Antonio se pasó la mano por la frente, nervioso. Caminó hasta su escritorio, se derrumbó en la silla y hundió el rostro en sus manos.

—¿Entonces es cierto? —le recriminó Leo sin tratar de esconder su decepción—. Celina es la hija que tuviste con otra mujer y que abandonaste.

El corazón le latía erráticamente dentro de su pecho. Su intención no era ser demasiado directo, ni tampoco juzgarlo de modo severo, pero estaba furioso y apenas podía medir sus palabras. Nunca le había costado tanto controlarse. Enterró los dedos en el respaldo de la silla que estaba delante de él. Sus nudillos estaban blancos por el esfuerzo.

Debatió con sí mismo su siguiente movimiento y terminó arrastrando hacia atrás la silla para ocuparla.

—Nunca pensé que este día llegaría. —Su voz era débil, casi tímida. Algo inusual en Antonio, que estaba acostumbrado a dar órdenes—. No importa cuánto quieras escaparte, el pasado siempre te encuentra, y más te vale estar preparado. —La última frase le pareció que fue un doloroso recordatorio para sí mismo y no una advertencia.

A pesar de su mano dura, toda la vida había sentido nada más que admiración por su padre. Su entereza, sus logros, su opiniones, su honestidad. Esa palabra retumbó en su cabeza como un cañón suelto. Le era difícil conciliar la idea que tenía de él con el hombre desarmado que tenía enfrente.

—¿Fue por ella? —Antonio apretó los párpados y bajó la cabeza. Leo podía ver su dolor, pero no le importó, necesitaba sacar lo que tenía encajado en el pecho de una vez por todas—. ¿Fue por ella que no pudiste ser feliz y te esmeraste en impedir que los demás lo fueran? ¡Debí imaginarlo! —Golpeó con los puños el escritorio y se levantó —. La farsa de matrimonio que han creado tú y mi mamá. Tu insistencia en que las mujeres no son de fiar, pero sobre todo tu arraigada creencia de que el amor no existe. Todo eso me lo hiciste saber en mi beneficio ¿cierto? —ironizó.

Leo sintió que sus pulmones se vaciaron dificultándole dar la siguiente respiración; había luchado contra los hechos y propuesto demostrarle a su padre que estaba equivocado, pero fracasó por completo y se odió. El universo tenía un modo perverso de enseñar lecciones de vida y humildad.

—Tenías razón en todo, papá; lo dos somos más parecidos de lo que creía —confesó abatido. Pensó en Carolina y en cómo se habían lastimado el uno a la otra. Y aquello dolía más que el disparo que había recibido.

¿Habría actuado de modo distinto si Antonio no lo hubiese plantado esas ideas negativas en su cabeza?, se reprochó. En el fondo sabía que lo había entre Carolina y él no podía ser permanente, si decidía quedarse solo terminaría haciéndole más daño, por el bien de los dos era mejor separarse de una vez. ¿Cómo podía haber un «vivieron felices para siempre»? Leo no sabía cómo amar de verdad. No creía en ese amor del que ella hablaba, que resistía tempestades, los hacía volar hasta el infinito y entendía el valor del perdón; eran puras patrañas, una maldita ilusión. Su padre era la prueba fehaciente.

Leo se dio cuenta que tenía las manos crispadas en puños cuando despegó los párpados, ni siquiera notó en que momento los cerró. Levantó la cabeza y se percató que Antonio lo miraba. Una inmensa tristeza se había apoderado de sus ojos.

—No pude ver antes lo equivocado que he estado y te hice tanto daño sin darme cuenta, hijo mío. Pensé tontamente que estaba protegiéndote.

—No, tú me lo advertiste. Me abriste los ojos.

—Esa nunca fue mi intención. Estaba ciego y permití que la amargura, el rencor y el pasado manipularan el presente. —Antonio se puso de pie y se acercó a Leo—. Desde el primer momento condené la llegada de Carolina Arias a mi vida. —Fue extraño escucharlo pronunciar su nombre. Era inexplicable, pero lo enfurecía que lo hiciera—. Supe que su aparición no auguraban buenas noticias. Sin embargo, estaba consciente que el pasado tarde o temprano me alcanzaría. Subestimé mis pecados, y fue ella quien pagó las consecuencias de algo que no cometió. La traté injustamente cuando solo trataba de ayudar, hoy puedo verlo claramente, y más aún cuando te herí con tal de proteger a toda costa mi secreto.

Leo se quedó aturdido que no podía entender lo que estaba diciéndole.

—Estabas tan seguro y decidido cuando hablabas de ella que yo... —«Me tragué ilusamente todo», quiso decirle. Era más fácil culparlo que aceptar lo que había hecho al haber tomado esa repentina decisión.

—Tú no eres como yo, Leonardo. Jamás vuelvas a decirlo. —Tragó saliva en un intento por pasarse el nudo que se había formado en su garganta y estaba estrangulándolo. Leo no estaba seguro que su padre fuese capaz de admitir sus errores, era en extremo orgulloso—. Tú desafiaste las circunstancias, la defendiste con tu vida porque la amas más de lo que crees. Verte con ella y conocer de lo que eres capaz de hacer por esa chica me recordó lo que una vez tuve y dejé escapar por miedo.

¿Qué estaba pasando? Leo sentía que se le enturbiaban los ojos al escucharlo pronunciar aquellas palabras. No podía tener razón. Todo era demasiado que percibió que algo se fracturó dentro de él. Quería irse de ahí.

No obstante, había un motivo que lo encadenaba al suelo y no le permitía marcharse.

—¿Fue por eso que abandonaste a tu hija cuando supiste que venía en camino? ¿Y para hacer tu vida tolerable te refugiaste en el trabajo y en tu despacho escuchando esa insoportable canción hasta el cansancio mientras que esa pequeña crecía sin un padre? —Las palabras y los reclamos le salían sin poder detenerlos—. Si un hombre leal y honesto fue capaz de darle la espalda a la responsabilidad y a la felicidad, no sé qué puedo esperar de mí.

Antonio se cruzó de brazos y entornó la mirada. Era la postura que adoptaba al estar furioso o exasperado. Leo sabía de sobra cuál emoción era la que lo dominaba.

—El modo en que lo planteas, describes a un hombre perverso —expresó con severidad, como si lo hubiera insultado y fuera incapaz de haber ejecutado semejante acto de cobardía del que lo acusaba—. He cometido errores graves, pero debes saber que cada historia posee más de una versión, todos los personajes contribuyen con una perspectiva distinta. Lo hecho, hecho está y el pasado no se puede cambiar, pero te pido que me escuches antes de asumir cosas de las que no tienes ni idea de cómo sucedieron.

Antonio hizo un gesto con la mano para que tomara asiento, esta vez lo hicieron en la pequeña estancia. Leo lo observó acercarse al mueble sobre el que había unas elegantes botellas de cristal que contenían líquidos ambarinos de distintas tonalidades, sin embargo se sorprendió al verlo servir agua simple en un par de vasos. Uno de estos lo colocó frente él antes de sentarse en sillón opuesto al suyo. No sabía que estaba sediento hasta que se lo empinó hasta el fondo. Antonio hizo lo mismo. Tal vez necesitaban esa pausa. Lo que se avenía no sería agradable para ninguno de los dos. Leo no estaba seguro qué tanto quería saber. Por lo que prefirió abstenerse de hacer preguntas innecesarias.

—Tenía veintidós años cuando conocí a Julieta —comenzó a decir—, ese era su nombre, uno que no me había atrevido a pronunciar en muchos años. Debí darme cuenta desde el principio que quererla no iba a ser fácil, pero fui incapaz de verlo hasta que fue demasiado tarde. Ella y yo jamás estuvimos destinados a estar juntos. No puedo recordar el momento exacto en que mi vida se convirtió en caos. Cuando tienes la certeza de que estás enamorado, las cosas no pueden verse con claridad.

De una forma torcida y peculiar entendía a qué se refería. Él mismo padecía la misma aflicción. No podía confiar en sus sentimientos para resolverla, estos mentían todo el tiempo.

—Tu madre y ella eran mejores amigas —continuó—. Yo no sabía cómo alejarme de Julieta a pesar de saber que les podría hacer daño a las dos si continuaba por ese camino sinuoso. Ellas eran distintas y opuestas como el día y la noche: una representaba la espontaneidad, lo impredecible y la otra un lugar seguro y cómodo al que podía llegar pasara lo que pasara.

A Leo se le cayó el alma al piso y se le drenó el color del rostro. Salvo unas diferencias, el parecido con su propia historia era impresionante que resultaba casi imposible distinguir una de la otra. Podía entender a su padre más de lo que él se podía imaginar. Se había quedado sin palabras y aunque quisiera no podía articular una sola.

—No fue difícil tomar aquella decisión cuando le permites al corazón mandar, solo me importó lo que yo deseaba y yo la deseaba a ella con todo mi ser. Estar a su lado me hacia ser mejor persona, pero no conté con su capacidad de también sacar lo peor de mí. Le di todo mi amor y ella lo despreció. Al menos eso creía yo. Me sentí traicionado, desconfié de ella cuando más me necesitaba y la dejé sola. Me di cuenta muy tarde de mi error y mi corazón jamás aprendió a olvidar.

Antonio se pasó la mano por el rostro. Se inclinó hacia adelante y apoyó los antebrazos en las rodillas.

—¿No sabias del embarazo?

Antonio se quedó en silencio, y Leo podía imaginarse el dolor que le causaba recordar y lo difícil que le resultaba hablar de ello. No obstante, más que nunca quería saber la respuesta. Necesitaba saberla.

—Sí lo sabía, Julieta me lo confesó, pero... —El rostro de su padre se ensombreció. Tenía la mirada fija en un punto lejano—. Cuando lo hizo no le creí que el bebé que esperaba fuera mío. Estábamos pasando por un momento difícil y me comporté como un infame. Jamás le di una oportunidad para explicarme y yo perdí la mía de pedirle perdón para siempre. La verdad la supe por completo veintiocho años después en una carta que ella me escribió.

—¿Dónde estaba esa carta?

Leo lo miraba con recelo. Era difícil creer que una carta fuera tan importante.

—Tu novia me la entregó. Esa fue la razón por la cual un día, sin más, apareció en mi vida. —Leo se quedó inmóvil mientras que sus latidos se desbocaban y retumbaban en su oídos—. Por tu reacción, es la primera vez que escuchas sobre esto —dedujo él—. Debí de darle más crédito a esa chica de lo que creí que se merecía.

—¿A qué te refieres?

—Le di el trabajo en mi empresa a cambio de que me guardara el secreto —explicó agitando la cabeza, como si se arrepintiera—. La forcé a hacerlo, todo lo que ella quería era saber más de Julieta.

Su padre se había aprovechado de la situación y de Carolina. Comprendía sus razones, pero no las justificaba. Lamentó que no le hubiese dado otra opción, y al final, terminó por separarlos.

—Conseguiste lo que tanto deseabas —espetó. Antonio lo miraba sin decir nada—. Rompí con ella.

—¿Eso es lo que crees? —Resopló y luego soltó una risa apagada—. Todos estos años te has esmerado en dejarme en claro que eres capaz de tomar tus propias decisiones y forjar un camino propio. Mis deseos no tienen nada que ver con los tuyos. Cada uno de nosotros es responsable, tanto de sus errores, como de sus decisiones. No me culpes por tus acciones, en esta historia yo no soy el villano por más que te empeñes.

Cuántas ganas tenía de contradecirlo, pero su padre tenía razón. No había persona que pudiera obligarlo a hacer algo que no quería. Leo era culpable. Así de simple. ¿Él qué justificación tenía?

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó tras una pausa—. ¿Cómo has podido avanzar sabiendo que nos convertiste en un premio de consolación? Nosotros no somos lo que que deseabas.

—Entiende algo primero, Leonado, me arrepiento de mi comportamiento hacia Julieta, pero no de la decisión que tomé. De otro modo, la vida no me habría dado la oportunidad de conocerte a ti y a Alejandra. Ustedes dos son lo mejor que tiene mi vida. He cometido errores irreversibles y con ello perjudiqué a las personas que más quiero y no sé si la vida me alcance para resarcir un poco el daño que les causé. Se lo debo a ella y a mí mismo.

Por primera vez, sintió compasión por Antonio. De lo poco que conocía a Celina, no se la iba a poner fácil. A Leo aún le costaba aceptar que compartían un vínculo sanguíneo.

Antonio se levantó y se dirigió hacia su escritorio. Abrió unos de los cajones mientras Leo lo observaba en silencio. Recargó su espalda en el sillón y aprovechó esos minutos para meditar lo que acaba de escuchar.

Algo que había aprendido durante estos meses era que las oportunidades se deben de abrazar cuando llegan y se era afortunado si una segunda oportunidad se presentaba porque las de su clase eran las más difíciles, esas se debían ganar. Y él llevaba las de perder.

Estaba tan confundido. La cabeza le decía una cosa y el corazón le decía otra.

Se había perdido en sus pensamientos que no se percató que Antonio estaba de pie frente a él. Como un acto reflejo se levantó enseguida. Las líneas de expresión dibujadas en su rostro hablaban de cansancio y melancolía, y Leo se negaba a terminar como su padre.

—Quiero que tengas esto. —Antonio depositó una pequeña caja de terciopelo en una de sus manos. No necesitaba que le explicara, sabía lo que habitaba en el interior—. Quisiera que lo vieras por lo que para mí representa y no por su origen. Mis intenciones siempre fueron nobles y veraces cuando lo adquirí. El amor es para los valientes y yo no fui. Si es sincero, merece una oportunidad. Lo único que deseo para ti es que encuentres la felicidad. No permitas que tu orgullo, un malentendido o la desconfianza mal fundada se interpongan. Si ella es la que tu corazón eligió y te hace feliz no la dejes ir, lucha por ella. Búscala.

No supo exactamente que lo disparó, pero de pronto todo cobró sentido. Esas frases y palabras sin coherencia que no parecían tener relación entre ellas lo tiraron al suelo de un golpe. «Vamos a estar bien», «La manzana no cae muy lejos del árbol», «Encima de lo que tiene que padecer, tiene que tolerarte». ¡Dios! ¿Qué había hecho?

La sangre se le enfrío y había dejado de respirar.

Carolina estaba esperando un bebé. Un bebé suyo, estaba absolutamente seguro de eso. Los ojos se le enturbiaron, no quería que su padre lo notara por lo que miró hacia el suelo y cerró los ojos.

Lo último que esperó fue sentir los brazos de ese hombre duro e imperturbable incapaz de mostrar vulnerabilidad rodeándolo con fuerza. En ese momento Leo sintió demasiado que fue insoportable. Ahí mismo se rindió y dejó que las mejillas se le empaparan de ese océano de emociones que lo ahogaban y su papá lo apretó con más fuerza. Dejó de pensar. No quería nada que no fuera Carolina.


______________________

¡Hola solecitos! Solo me falló por una semana, pero aquí estoy. Los nervios no me dejan en paz, pero tuve que hacerlos a un lado para poder escribir este capítulo, bueno la primera parte al menos. ¿Se esperaban que así terminara la conversación entre Leo y su papá? ¿Creen que Carolina lo pueda perdonar? Espero que lo hayan disfrutado y no puedo decir del todo que haya disfrutado cada minuto al escribirlo. Si les gustó no olviden darle clic a la estrellita y un comentario que me encantará leer y responder.

¡Nos vemos en el próximo capítulo!

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