DIECISÉIS PRIMAVERAS (en proc...

By IsabeleGPedroso

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Dieciséis años, hermosa y con ciertas habilidades especiales, inexplicables para ella misma. Ella, la cual nu... More

Bilogía de Megana
L'inizio
Viaggio a Londra
Mia suocera e i suoi pensieri
I
II
III
Dieciseis primaveras
I
Decisioni sbagliate
I
II
III
IV
V
VI
Piacere...
I
II
III
IV
V
Benvenuta
I
II
III
IV
Ciao
I
Il mio strambo
I
¡Bambina insolente!
I
II
¿Cosa rispondi?
I
II
III
IV
V
VI
VII
Per te mi sposerò
I
II
III
IV
V
Ricordi del passato e piani futuri
I
II
III
IV
V
Inizia il conto alla rovescia
Dieci
I
II
III
IV
V
Nove
I
II
III
IV
V
Otto
I
II
III
Sette
I
II
III
Sei
Cinque
Quattro
Tre
Due
I
II
Uno
Uno e settantacinque
Uno e mezzo
0!! Mi sa che sei in anticipo
La forza dell'amore
I
II
III
IV
Philip è assente
I
II Jissella
III
IV
V
VI
Insieme per sempre
I
II
Per sempre

VIII

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By IsabeleGPedroso

El interior del hotel me provocaba jaqueca de lo estirado que era el lugar. Todos pasaban con arrogancia por el lado del que fuese y miraban al resto preocupándose por si ellos irían menos o más elegantes o por cuánto dinero los hacía destacar ante el resto.

-Buenas noches. ¿Puedo ayudarles en algo?- nos preguntó el recepcionista trajeado al otro lado del mostrador.

-Sí, tenemos reservada una suite a nombre de Philip Hemsworth- dijo mi chico consiguiendo que en cuestión de segundos el hombre se pusiese a teclear y a mirar algo en la pantalla de su ordenador.

-Ah claro, ¡son ustedes!- dijo de repente. Miré a Philip, que me miró riendo al descubrir que le estaba haciendo señas al recepcionista de que se callase.

-¿Qué plan malvado estás tramando?- pregunté divertida.

-Después de cenar te cuento mis planes malvados para la destrucción del mundo- bromeó, rodeando con su brazo mis caderas, para luego acercarme a él y besar mi cabeza. Fuese lo que fuese no pude averiguarlo ni por medio de pensamientos.
El hombre nos entregó las llaves.

El lugar, quitando la gente, lo pijo y estirado, era realmente bonito. Entre las paredes, techos y suelos se repartían colores claros como el hueso, el blanco o el vainilla, aquellas partes del suelo que quedaban escondidas, estaban cubiertas por largas y aterciopeladas alfombras rojas de bordes dorados. Distintos tipos de plantas de interior decoraban los pasillos, hermosas y curiosas esculturas de distintos metales y materiales...

-Espero que se sientan cómodos en todo momento y cualquier cosa, no duden en pedirla- dijo el botones que nos habían asignado.

-Muchas gracias- dijimos Philip y yo, antes de mirarnos sonriendo por la graciosa coordinación.

-Ten- le dijo mi chico al botones, entregándole en mano un billete de cincuenta. El joven y, aún algo inexperto, botones, de nombre Florentino por lo que mostraba su plaquita de identificación, lo miró sorprendido haciéndome reír. Cogí las maletas para arrastrarlas al interior de la habitación sin dejar de escuchar las quejas de Florentino, de que aquello era demasiado por sólo habernos acompañado y empujado un carrito. Claramente era nuevo.
La habitación era incluso más bonita que lo que llevaba visto del hotel.
Las paredes marmoleas en diferentes tonos de marrones y blancos, los suelos cubiertos por gruesas y peludas alfombras blancas, los muebles de telas claras, cristal o metalizados... Por lo amplio, me recordó a mi "habitación-apartamento" en la agencia de modelos.

¿Cómo irá todo por allí?- pensé casi sin darme cuenta.

-Venga ya, si los dos sabemos que luego te arrepentirás de no haberlos cogido- reí al escuchar a Philip. Los miré por encima del hombro sin girarme -¿Tengo razón o no?- sonreí.

-Pues...- el botones dudó -Lo cierto es que tiene razón.

-Pues no se diga más- dijo Philip prácticamente empujándolo hacia el exterior de la habitación -¿Y si te hace sentir mejor, podrías traernos una botella de champán?- el chico rio entre dientes antes de asentir con la cabeza y dar media vuelta.

-Le ha costado- dije ya vuelta hacia él.

-Puff... Es duro de roer- bromeó acercándose a mí antes de rodearme en un abrazo.

-¿Me dices ya qué tramas?- pregunté estrechando su cintura en un fuerte abrazo.

-Nop- reí.

-¿Un bañito?- lo tenté. Rio por lo bajo haciendo temblar su pecho con suavidad.

-Intentas sacarme información... Pues no lo conseguirás- dijo intentando apartarse, pero lo atraje aún más contra mi cuerpo antes de mirarlo con carita de corderito degollado.

-Pufa- le supliqué haciendo pucheros. Rio besando mi frente.

-Lo siento- se disculpó entre risas.

-Eres un ser cruel y malévolo- bromeé frunciendo el ceño antes de quedarme mirándolo.

-Si me miras con esa carita sabes que me terminarás sacando cualquier cosa- acarició mi mejilla.

-¡Pero si no te estoy poniendo ninguna carita!- rechisté riendo.

-Por lo mismo- me dio un rápido pero cálido beso en los labios. Tocaron a la puerta -Creo que ahí está nuestro champán- pellizcó mi mejilla con cuidado antes de dirigirse hacia la puerta.

Aproveché para ver el resto de la habitación. Por el momento tan sólo había visto el salón comedor. Una pared color miel, escondía la parte restante de la suite. Caminé hacia el estrecho rectángulo sin puerta al final de la pared que hacía de puerta. Me sorprendí. Aquello era enorme... y precioso. La habitación estaba pintada al completo de un suave color vainilla, a excepción de la pared que se situaba tras el cabezal de la gran cama de matrimonio. Esa pared era de color chocolate claro. Unos patrones rizados y otros extendidos, simulando los posibles movimientos de las plantas en un campo de trigo movidas por la brisa, decoraban la oscura pared en altas y finas líneas luminosas. Las cortinas consistían en una cantidad considerable de tiras onduladas. Cada grupo de cinco, eran del mismo color chocolate de la pared, blancas, marrón oscuro, blancas nuevamente y de un color ocre llegando al mostaza, respectivamente. Pero la decoración de los muebles o detalles como esos, no fue lo que hizo que la habitación me pareciese algo hermoso. Pétalos de rosa cubrían las claras sábanas de satín por intervalos, velas aromáticas decoraban suelos y muebles, dándole una agradable iluminación a la habitación y un suave olor a vainilla... Lo gracioso de aquel último detalle fue, que más tarde se me antojó tomar un helado de vainilla.
Caminé hacia el amplio ventanal. Una tenue iluminación que provenía del exterior había llamado mi atención.

-Espera- me pidió Philip a mi espalda cuando no me quedaban más de cinco pasos para llegar a la puerta corredera. Me giré.

-¿Y esto?- sonreí al ver la copa de champán -¿Celebramos algo que yo no sé?- miró al reloj digital que había sobre una de las mesitas de noche.

-Aún faltan un par de horas para las doce, pero igualmente quiero brindar contigo por estos ocho meses juntos- dijo acercándose para tenderme una de las dos copas que tenía en mano -Y porque en lugar de meses, en el futuro podamos estar brindando por décadas- levantó la copa. A pesar de tener ganas de besarlo por aquellas palabras, levanté la copa hasta chocarla suavemente con la suya. Entrelazamos los brazos y cada uno bebió de su copa mientras nos mirábamos a los ojos. Las velas y su tenue luz anaranjada les daban a sus ojos un hermoso y aparente color pardo -Mm...- empezó mientras terminaba de tragar, cayendo en que se le olvidaba algo -El regalo- dijo ahora apartándose para luego dejar la copa en la mesita y salir de la habitación.

-¡Y la pulsera del peque!- prácticamente grité para que pudiera escucharme. Oí su risa baja.
Aquello definitivamente era perfecto...
Me giré nuevamente hacia el ventanal dispuesta a caminar hacia él. Corrí las cortinas antes de quedarme embobada con la imagen. Abrí la puerta corredera de cristal y salí al amplio balcón notando la cálida brisa en mi rostro.
La tenue luz que antes había visto, era la que ofrecía la hermosa luna, prácticamente llena, que iluminaba la noche por completo.
No sé si sería por el desarrollo de la noche, por el lugar... Pero juraría que aquella noche estaba más hermosa que nunca, más brillante, más nítida... Tan sólo tres o cuatro estrellas compartían su luminosidad. A lo lejos, el contorno de las montañas estaba perfectamente perfilado gracias a la hermosa luz. Las nubes que parecían salir de ellas, simulaban la espuma blanca como la nieve, de una ola al cubrir y romper contra las rocas.

-Primero- oí tras de mí antes de que un pequeño ramo de tres rosas rojas y una blanca apareciera por mi lado. Lo tomé de inmediato entre mis manos, acercándomelo a la nariz para poder olerlas. Adoraba el aroma fresco que desprendían.

Me giré hacia Philip sonriente y aún oliendo las rosas, antes de engancharme a su cuello y besarlo, no sin estar apunto de caernos por lo repentino de mi reacción y sin librarme de provocar su risa.

-Me encantan- dije mirándolo a los ojos, perdiéndome en su dulce mirada.

-Mira- colocó en la palma de mi mano derecha, que era la que me quedaba libre, una pequeña pulsera. Sonreí. Era la de nuestro pequeño, igual a la mía en finura, solo que más pequeña y en sus plaquitas ponía "Mami" y "Papi", respectivamente.

-Aah... Las rosas tienen una tarjeta- me apresuré a buscarla, pero no la encontré. Cuando levanté la vista para mirarlo y preguntarle, me encontré con su mano y la tarjeta entre sus dedos. Sonreí mientras la cogía.

"Stasera ho due domande per voi...
La prima. ¿Posso avere questo ballo? "

-Esta noche tengo dos preguntas para ti. La primera. ¿Me permites este baile?- leí en voz baja -¿Qué baile?- le pregunté mirándolo nuevamente. Con una radiante sonrisa, sacó del bolsillo de su pantalón un pequeño y fino mando antes de apuntar hacia el pequeño y moderno reproductor que había sobre una de las cómodas.

"Voglio farti un regalo"- se escuchó tras las primeras notas musicales. Reí mientras tomaba su mano, la cual me había ofrecido para comenzar nuestro baile. La canción era de Tiziano Ferro, su cantante preferido. Il regalo mio più grande, que traducida sería: Mi regalo más grande.
La letra es preciosa, pero lo que más me gustaba de aquel momento, era que Philip me la estuviese susurrando al oído, solo hasta que me tocó acompañarlo en la letra.

-Che sei contenta e non fingi e in questo giorno di metà settembre ti dedicherò il regalo mio più grande... Vorrei donare il tuo sorriso alla luna perché di notte chi la guarda possa pensare a te per ricordarti che il mio amore è importante...- le canté, sacándole una de sus más dulces sonrisas. Me hizo dar una vuelta antes de rodear mi cintura y acercarme a él para robarme un cálido beso. Seguimos bailando entre risas por nuestro baile poco ensayado y cada poco nos dedicamos pequeñas frases de la letra.

-Vorrei donare il tuo sorriso alla luna perché di notte chi la guarda possa pensare a te per ricordarti che il mio amore è importante che non importa ciò che dice la gente e poi amore dato, amore preso, amore mai reso amore grande come il tempo che non si è arreso amore che mi parla coi tuoi occhi qui di fronte .... E sei tu... Il regalo mio... Più grande...- cantamos los dos el final de la canción al unísono, mientras nos mirábamos. En más de una ocasión tuve que esquivar su mirada al sentirme intimidada por tanta dulzura que ocultaba la suya, por lo que tenía que reír cada vez que me tomaba de la barbilla para que lo volviese a mirar. Lo abracé con fuerza, ganándome un beso en la cabeza.

-Y que conste que es cierto que mi regalo más grande eres tú- dijo apoyando su mejilla allí donde había plasmado su beso. No me moví. En la posición en la que me encontraba podía oír sus alocados latidos.

-Estás nervioso- dije.

-¿Por qué lo dices?- preguntó con voz tranquila, cuando en realidad y por sus pensamientos de que tenía que relajarse, averigüé que había dado en el clavo.

-Tu corazón. Va muy rápido.

-Ya sabes que me pasa como a ti.

-Créeme, tengo memorizado tu ritmo- desde su pecho nació una suave risa.

-Será que tengo hambre- bromeó haciéndome reír -Ve duchándote si quieres, tengo que bajar un momento a ver si me tienen lista una sorpresa que te tengo- acarició mi mejilla. Me aparté mirándolo con los ojos entrecerrados.

-¿Más regalos? A ver si te enteras que tengo ya bastante contigo...- me pellizcó la mejilla.

-Pero me gusta mimarte- bromeó antes de despeinarme y escapar corriendo hacia la puerta. Supongo que se esperaba mi reacción. Le lancé una toalla que cogí de la cómoda, fue lo que pillé más a mano, pero para entonces él ya había desaparecido.

Comenzaron a sonar las notas musicales de la canción, también de Tiziano Ferro, Imbranato. Lo cierto es que para mi Tiziano no era mi cantante preferido... quizás sí uno de los mejores, pero es que en realidad sus canciones tienen una pequeñísima parte que no termina de convencerme, sin embargo soy capaz de escucharlo durante horas sin cansarme. Subí el volumen antes de salir en busca de mi maleta para coger algo que ponerme. Estuve indecisa durante un buen rato hasta que me decanté por el hermoso vestido de color burdeos que me tapaba las rodillas, de tela similar a la gasa. La tela se fruncía desde los tirantes, consiguiendo un cuello holgado y elegante, al igual que se fruncía en la cintura, decorando la parte baja con delicados pliegues que le ofrecían al vestido un aire griego. Los acompañé con unas sandalias de tacón en color rojo vino de tacto aterciopelado.
Entré al baño dejando la puerta de cristal abierta, quería escuchar la música mientras me duchaba. Mientras el agua me cegaba desde lo alto y empapaba mis cabellos uniéndolos todos en un mismo mechón, no hacía más que pensar en todo... Mi vida, mi chico, el que sería mi hijo...
Antes de terminar, unos pensamientos alegres y llenos de emoción me alertaron de que Philip ya había llegado. Sonreí. No podía averiguar lo que se tramaba, pero me gustaba saber que le hacía tan feliz. Corrí la mampara extendiendo la mano hacia fuera para coger la toalla doblada sobre el pequeño taburete que había colocado ahí antes de meterme a la ducha. Salí envuelta ya en la toalla con cuidado de no resbalar.

-¿Estás pensando si ponértelo?- bromeé apoyándome en el marco de la puerta, al encontrarme a Philip sentado en una esquina de la cama, con mi vestido entre sus manos mientras lo observaba. Cuando subió la cabeza para mirarme, no me hizo falta saber lo que pensaba para darme cuenta de que su estado de ánimo había cambiado. Me sonrió forzosamente.

-¿Qué pasa?- me acerqué pero antes de poder tocarle se puso en pie dejando el vestido a un lado. Se había cambiado de ropa, ahora llevaba en lugar de una sudadera, una camisa blanca remangada, con los últimos botones del cuello abiertos, y unos pantalones negros.

-Nada... ¿Lista?- intenté no darle mucha importancia, ya me diría lo que le preocupaba, por el momento decidí bloquear mi don sobre él.

-Uy sí, la nueva moda- dije mirándome el cuerpo envuelto en la toalla. Por fin rio sin esfuerzo -Dame unos minutitos- dije acercándome para coger el vestido y la ropa interior -Y estaré lista- dije finalmente antes de ponerme rápidamente de puntillas para besarlo.

Una vez en el baño, ya vestida y maquillada, peiné mis largos cabellos.

-Tengo que cortarme el pelo- hablaba conmigo misma.

-¿Por?- me sobresalté. No me había dado cuenta de que Philip estaba apoyado en el marco de la puerta, mirándome.

-¿Cuánto tiempo llevas ahí?

-¿Cuánto tiempo llevas tú en el baño?- me preguntó divertido haciéndome fruncir el ceño.

-Unos quince minutos posiblemente- respondí.

-Pues llevo unos diez aproximadamente- dijo mientras se acercaba para quitarme el cepillo de las manos -¿Por qué quieres cortártelo?- comenzó a cepillarlo con cuidado. Nos observé a los dos en el reflejo del espejo. Yo enfundada en aquel precioso vestido rojo y él concentrado en mi pelo. Sonreí mientras me quedaba embobada, concentrada yo en él. Rio al mirarme y pillarme infraganti mirándolo. Me abrazó.

-¿Qué hacías mirándome?- me preguntó apoyando el mentón sobre mi hombro.

-Disfrutar de mi suerte- nos observábamos desde el reflejo, por lo que pude ver como su mirada preocupada se repetía. Comenzaba a matarme la angustia de no saber lo que le ocurría.

-A mí me gusta- comenzó a cepillar mi pelo nuevamente. Me quedé mirándolo con el ceño fruncido. Tuve que agitar levemente la cabeza para despejar mis pensamientos cuando me miró.

-Eeh... Es que comienza a ser una molestia a la hora de peinarlo... También quiero darme algún tinte un poco más claro.

-Bueno… De todos modos seguirás estando preciosa- sonreí agradecida. Terminó de cepillarme antes de darme el cepillo y besar mi mejilla. Me lo atusé un poco antes de girarme hacia él.

-¿Así está bien?- pregunté algo preocupada. Me sonrió tiernamente antes de atrapar mi barbilla entre sus dedos y acercar su rostro al mío.

-Puedes ponerte un pijama y bajar, que seguirás siendo lo más bonito del restaurante y Roma entera- el calor subió a mis mejillas a la velocidad de la luz y por su sonrisa divertida supe que él también lo había notado. Me besó haciendo que mi corazón diera un vuelco.

Antes de bajar me puse la pulsera que Philip me había regalado y por pendientes, unos pequeñas diamantes.

Bajamos al restaurante, tan o más bonito que el resto del hotel, con paredes y techado de cristal, cubiertos por partes tanto por fuera como por dentro por cuidadas trepadoras.
Que las paredes fueran cristaleras de tal tamaño, hacía posible que se pudiese disfrutar de la imagen que había fuera. Un hermoso jardín con pequeñas luces en varios árboles y plantas. Farolillos colocados a cada lado de un estrecho camino pedregoso que llevaba a una gran fuente, la cual destacaba por la luz amarillenta que salía desde su interior e iluminaba en gran parte el hermoso jardín lleno de rosas y otras tantas flores.

-Es precioso- miré a Philip encontrándome con su pequeña sonrisa satisfecha por mis palabras.

-Vengan por aquí, por favor- nos indicó un camarero, guiándonos hasta una de las mesas más cercanas a las grandes cristaleras.
Philip me ayudó a sentarme. Lo seguí con la mirada mientras rodeaba la mesa hasta que ocupó su sitio frente a mí.

-Este lugar es...- me tuve que callar por la sorpresa. Una mariposa de amplias alas negras y azules se posó en mi copa -Qué bonita- dije atontada y provocando la dulce risa de Philip. Lo miré algo avergonzada, pero mi cara se repitió al ver que otra mariposa, de alas más pequeñas y colores negros y anaranjados se posaba en el hombro de Philip. Entonces miré a mi alrededor y me di cuenta por primera vez, de que habían mariposas volando por toda la estancia y los camareros caminaban entre ellas sin inmutarse. Miré a Philip intrigada.

-Son parte de la decoración, incluso hay crisálidas- dijo señalándome una que había entre las hojas altas que habían pegadas a la pared. Sonreí.

-La noche está siendo perfecta- pensé en voz alta consiguiendo sacarle una sonrisa a mi niño.

Cenamos tranquilamente y con la compañía de las varias mariposas que volaban a nuestro alrededor o las que descansaban en las hojas de las trepadoras. Incluso sacié mi antojo por un rico helado de vainilla.

Philip sacó del bolsillo de su pantalón una cajita rectangular con un lacito blanco y me lo tendió por encima de la mesa.

-Philip...- protesté haciéndolo reír.

-Te gustará- se defendió. La abrí con cuidado.

-Oou...- dije antes de coger entre mis dedos la fina cadena que como colgante tenía un pequeño medallón en forma de corazón. Su superficie estaba grabada por finos patrones y en el centro destacaba el perfecto y diminuto grabado en letra cursiva de las palabras "Il mio cuore"

-Ábrelo- dijo. Solo entonces me di cuenta de que era hueco.

-Yo no te he comprado nada- me resentí con verdaderas ganas de llorar al abrirlo y encontrarme con la imagen de nosotros dos mirando a la cámara con una alegre sonrisa, mientras él me abrazaba desde atrás. Rio poniéndose en pie.

-Y no necesito que me compres nada, de hecho no quiero, pero esto necesitaba hacerlo. Te lo mereces- dijo acuclillándose a mi lado mientras tomaba mi mano entre las suyas.

-¿Y acaso tú no?- no pude evitar la caída de la lágrima que se deslizó por mi mejilla.

-Nena no seas tonta- me dijo tirando de mí para abrazarme.

-Pero es que para colmo cualquier regalo que te haga ahora será ridículo comparado con los tuyos...- me quejé riendo entre lágrimas.

-¿Tú qué estás llorando o riendo?- rio conmigo.

-Las dos cosas...- besó mi mejilla.

-Ven- se puso en pie llevándome con él.

-Espera, la caja- dije con intención de volver a la mesa a por ella.

-Da igual, no quiero esperar mucho más- dijo arrastrándome con él.

-Pues al menos ve más despacio, que llevo tacones- dije mirándome a los pies con miedo de caer. Se detuvo y en cuestión de dos segundos, cargó conmigo.

-¡Philip!- todos se nos quedaron mirando, por lo que rápidamente escondí la cabeza junto a su cuello. Rio antes de seguir la marcha.
Poco después nos encontrábamos en el exterior. Estábamos en el jardín. Caminamos, bueno, más bien caminó, hasta quedar de espaldas a lo que eran las enormes cristaleras del restaurante. Por encima de su hombro pude ver a las personas como se nos quedaban mirando. Volví a apoyar la cabeza en su hombro para esconder mi rostro de las miradas curiosas.

-Cari no hace falta que me lleves, puedo quitarme los zapatos.

-Es igual, eres una plumita- besó mi frente -Tan solo te pido que cuando lleguemos al final de este camino, cierres los ojos.

-¿Otra sorpresa?- dije abriendo la mano para ver el pequeño y hermoso medallón de oro blanco.

-¿Otra? Si aún no te he dado ninguna- su voz parecía acariciarme.

-Me da igual... Tan solo quiero que seas tú el que me de las sorpresas o los regalos, aunque si quitamos esas cosas y lo cambiamos por un, el que esté a mi lado, tengo de sobra- dije acomodándome contra su pecho.

-Ciérralos- me susurró cuando me concentraba en las copas de los árboles bajo los cuales estábamos pasando, decoradas con las pequeñas luces amarillentas blanquecinas. Bajé la mirada y cerré los ojos poniendo toda la atención posible con los oídos. Sin llegar muy lejos, los latidos salvajes de Philip resonaban en su pecho, su respiración en cambio era suave. Sus pasos destacaban en el silencio de la oscuridad junto al murmullo del agua de la fuente que ya hacía rato habíamos dejado atrás. Se detuvo, para más tarde moverse con cuidado. En ese instante los sonidos pasaron a ser más sordos, pensé entonces que quizás habíamos entrado en algún sitio. El eco de los pasos de Philip y lo cálido y húmedo que se volvió el entorno, me aclaró cualquier duda. Poco a poco me dejó en el suelo sin dejar de sostenerme por los hombros.

-¿Puedo abrirlos ya?- pregunté realmente intrigada. Tardó en responder.

-Sí- abrí los ojos con lentitud antes de encontrarme con el rostro más bello que alguien conozca. Inmediatamente miré a mi alrededor.
Estábamos en una piscina cubierta, también con paredes y techo de cristal. Estaba prácticamente en penumbra, tan sólo cuatro o cinco farolillos en el exterior, los troncos de varios árboles decorados con las pequeñas luces blancas y la luz de la propia piscina, iluminaban el lugar. Éramos los únicos allí.

A un lado, había una gran y fina colchoneta blanca, rodeada por cojines rojos de distintos tamaños y varias velas. Un camino de pétalos de rosa llevaban hasta la piscina. Sobre la superficie del agua flotaban cientos de aquellos pétalos.

-Esto ya es demasiado- dije al ver aquello.

-La ocasión lo requiere- acarició mi mejilla. Negué con la cabeza lentamente aún con sus dedos rozando mi rostro.

-Ocho meses no es para tanto- dije apenada. Seguramente aquel día fue el que más dinero se había gastado en mí y no me hacía gracia.

-A tu lado sí- me mordí el labio inferior. Las lágrimas amenazaban nuevamente con salir. Me llevé la mano a la boca cerrando los ojos en un intento de controlarlas. Era extraña y demasiado fuerte la oleada de sentimientos que me atropellaba, pero lo conseguí. Al abrir los ojos y nuevamente encontrarme con aquella mirada, acorté el espacio que nos separaba para abrazarlo con fuerza, sintiendo cada curva de su dorso por pequeña que fuera bajo mis dedos.
Su corazón estaba más acelerado aún que antes y en mi estómago parecía que revoloteaban todas las mariposas del restaurante y más.

-Si lo que te preocupaba era que esto me pudiese disgustar, puedes respirar con tranquilidad, no hay ninguna duda de que esto es increíble- me abrazó con fuerza, apoyando su cabeza contra la mía y aspirando mi olor. El ritmo de sus latidos no bajaba.

-Báñate conmigo- me susurró al oído antes de apartarse y quedarse mirándome a los ojos -No le ocurrirá nada... Sólo por hoy, ese sería mi regalo- me suplicó.

-No lo digas dos veces- tomé su rostro entre mis manos -Pero hay un problema...- frunció el ceño -No tengo biquini- sonrió divertido.

-¿Y?- reí. Al poco ambos nos encontrábamos en ropa interior.

-Te espero dentro- dijo divertido antes de correr hacia la piscina y tirarse de cabeza haciéndome reír. Sonreí y la sonrisa se mantuvo en mis labios mientras lo miraba observándome en espera a que lo acompañara, pero la sonrisa sólo duró hasta que llegué al bordillo. Lo volví a recordar todo.

Definitivamente se me ha creado algún trauma- pensé con miedo.

-Nena- me llamó Philip antes de nadar hacia mí y salir de la piscina. Se colocó a mi espalda y me abrazó provocándome un espasmo, no de frío, sino por la simple sensación mojada. Apoyó la cabeza en mi hombro, cosa que aproveché para buscar con la mía el tacto de su mejilla.

-No puedo- dije en un hilo de voz antes de que me diese la vuelta obligándome a mirarlo.

-Por favor, inténtalo... Déjame ser el psicólogo que te libere del trauma- sonreía con un toque triste y otro divertido por sus mismas palabras. Sonreí. Me miró a los labios -¿Te he dicho alguna vez que me encanta cada vez que sonríes?- dijo haciéndome sonreír una vez más.

-¿Y yo que te puedes sentir orgulloso de ser el único capaz de hacerme sonreír tantas veces en un mismo minuto?- sonrió ahora él.

-¿Y te gusta hacerme sonreír?- preguntó con picardía.

-Sí- respondí sin necesidad de pensarlo.

-Pues me harías sonreír si te bañaras conmigo.

-Oye eso es chantaje- dije provocando su risa y ganándome un beso, uno largo y dulce, de los que más me gustaban -Va anda, te lo mereces- dije comenzando a caminar hacia las escaleras.

-Anda ya, escaleras para meterte, ¿quién las usa ya?- me preguntó antes de atraparme por la cintura y empujarme hacia el bordillo.

-Philip n...- el agua y el chapoteo de esta se tragaron mi voz.

-¡Trontro!- intenté decirle tonto bajo el agua, pero el sonido de mis palabras se acompañó con cientos de pequeñas burbujas que subieron rápidamente a la superficie. Philip que me miraba de frente bajo el agua, rio, me había entendido a la perfección. Cogió mis manos antes de tirar de mí y besarme tomando mi rostro entre sus manos. Me aparté cortando el beso, antes de salir a la superficie. Poco después subió él a escasos centímetros de mí, por lo que aproveché para echarle a la cara el agua que me había entrado a la boca, haciendo que frunciera la nariz, aún cuando le estaban cayendo las últimas gotas.

-¡Mira, enana!- me frotó los nudillos contra la cabeza haciéndome reír a carcajadas.

-¡Para!- grité aún entre risas antes de librarme de su agarre y abalanzarme contra él para morder su cuello.

-¡Aaau!- se quejó antes de inmovilizarme y robarme un beso.

-¿Sabes?- pregunté.

-¿Qué?

-Te quiero- le dije consiguiendo que me soltara y así poder abrazarlo. El tema de sus latidos iba de mal en peor.

-Por favor, dime qué te ocurre- dije apartándome.

-¿A qué te refieres?

-Tu corazón parece que se te vaya a salir- sonrió nervioso.

-Espera- dijo sólo antes de nadar hacia el bordillo y salir del agua. Corrió hacia la colchoneta blanca en donde teníamos la ropa para coger algo del bolsillo de su pantalón. Se giró hacia mí con ambas manos escondidas tras la espalda.

-¿Puedes cerrar los ojos? Y sin hacer trampas- asentí con la cabeza.

-Para que estés más tranquilo...- dije antes de darme la vuelta. Poco después oí como se metía en el agua nuevamente y otro poco después pasó a mi lado moviendo el agua, hasta quedar frente a mí.

-Puedes abrirlos- dijo. Esta vez no tardé demasiado. Al abrirlos me encontré con su mano y un pequeño sobre blanco entre sus dedos. Lo abrí tras cogerlo.

"Vorrei essere un uccellino, con le zampe di cotone per volare al tuo petto e rubare il tuo cuore"

-Me gustaría ser un pajarito con patitas de algodón, para volar hasta tu pecho y robar tu corazón- leí en voz baja, leyendo ya lo último entre risas por lo inocente de la frase.

-Mira por detrás- dijo mi pequeño príncipe con la mirada aún de preocupación.

"La seconda questione"

La segunda pregunta- leí mentalmente. Me acerqué a él y le di un rápido beso. Tiró de mi para cargarme.

-¿Y cuál es esa pregunta?- pregunté acariciando sus cabellos húmedos hacia atrás. Juraría que empezó a hiperventilar.

-Cásate conmigo- reí por lo bajo.

-Anda ya, no seas tonto- dije antes de intentar besarlo nuevamente pero me detuvo para que lo mirase.

-Hablo enserio...- el corazón me subió a la garganta -Mira ahí- con un gesto de la cabeza me indicó que mirase a mi espalda. Liberó mis caderas permitiéndome acercarme al bordillo.
Un pequeño estuche negro descansaba allí, completamente abierto y dejando a la vista el anillo de su interior.

-Es precioso- dije en un hilo tembloroso de voz. Lo saqué del estuche. El anillo era sencillo, un aro de oro blanco. La piedra era hermosa, la perfecta forma de un diamante tradicional, pero que visto desde arriba parecía imitar la hermosa imagen cristalizada de un copo de nieve. Al pie del negro estuche había una pequeña tarjeta.

"¿Cosa rispondi?"

Al leer aquello, el miedo exterminó las mariposas de mi vientre para ocuparlo por completo... Pero todo el miedo se esfumó cuando Philip tocó mi brazo y recordé que sería él con el que me tendría que casar. Me giré hacia él con lentitud. Su mirada mostraba miedo. Abrió la boca para decir algo, pero antes la volvió a cerrar para tragar saliva.

-¿Qué respondes?- su voz se quebraba a cada letra. Tomé aire por la nariz y lo expulsé nuevamente antes de responder.

-Philip...- casi me costó -Primero que todo, quiero decirte que has hecho que mi vida de un giro de ciento ochenta grados... Y en segundo lugar...- tomé bastante aire antes de soltarlo en un resoplo -Que menuda sorpresa se llevarán mis padres cuando les diga que estoy embarazada y que para colmo me voy a casar- la sonrisa que esbozó, de lo increíble y resplandeciente que fue, hubiese sido capaz de devolverle la vista a un ciego.

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