Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

2M 227K 344K

«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
Epílogo

35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte

37.3K 5.1K 14.9K
By InmaaRv

35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte

Holland

Me paso toda la semana intentando hablar con Alex, pero no hay forma de que nos quedemos a solas. Siempre es el primero en salir del aula de francés y no se separa de Mason, Finn o Blake cuando nos cruzamos por los pasillos. Puede que se haya dado cuenta de que quiero forzar una conversación, porque ahora me evita de forma más descarada.

No quiere saber nada de mí, y mientras tanto yo tengo que hacer acopio de todas mis fuerzas para no echarme a llorar cada vez que nos vemos. Me pregunto si me habrá olvidado. ¿Habrá conocido a alguien más? Solo han pasado unas semanas y Alex siempre ha sido muy introvertido, pero ahora hay cientos de chicas que van detrás de él y ya no tiene razones para rechazarlas.

Si no le pregunto a Sam nada al respecto, es porque me da pánico conocer la respuesta.

Por fin terminamos los exámenes y llega el viernes, mejor conocido como el «día de la graduación». Mamá se presenta esa tarde con el vestido que ha elegido para mí y se ofrece a peinarme y a maquillarme. No estoy de humor para discutir, de manera que dejo que haga lo que quiera conmigo.

Me gradúo con la mejor nota de la clase, por encima de Emma. Mi yo de hace unos meses se habría regodeado por la victoria, pero ahora mis calificaciones me dan igual. Nos damos un abrazo y nos felicitamos mutuamente, y mi corazón se encoge de alivio al saber que todavía me queda una amiga. No obstante, ni Sam ni ella consiguen que vaya a la fiesta que hay después.

Miento diciendo que estoy enferma y mis padres me llevan de vuelta a casa. Pensaba hablar con Alex después del acto —o intentarlo, al menos—, pero parecía tan feliz antes, cuando lo he visto riéndose con los chicos, que me he echado atrás. No quería arruinarle la noche.

Acabo yéndome a la cama sin cenar.

El sábado, Sam me pide que le ayude a hacer las maletas, pero me invento una excusa para negarme porque sé que si voy me echaré a llorar y no quiero que se sienta mal por mi culpa. Para compensar, le invito a ver una película esa misma tarde. Hacemos palomitas y nos dedicamos a fingir durante unas horas que dentro de dos días no estará a cuatrocientos kilómetros de aquí.

Se marcha de madrugada, después de recordarme que mañana celebrará su «fiesta de pijamas de despedida» y que no puedo faltar. Si no me niego a ir, es porque sé que la organiza por mí. Solo iremos los chicos y yo, y soy la única que tiene que decirles adiós.

Además, será la última oportunidad que tenga de aclarar las cosas con Alex. Sam me ha contado que ha tenido que convencerle de que fuera porque, y cito, «no quería volver a verme». Me lo merezco, pero no puedo dejar que se vaya a la otra punta del país creyendo que no siento nada por él.

Londres está exactamente a trescientos treinta y seis kilómetros de Manchester. Equivaldrían a unas tres horas en transporte público. Es mucho tiempo y dinero. No he pensado en lo que supondría tener una relación a distancia porque no quiero hacerme ilusiones. No sé si me perdonará o no. Lo único que tengo claro es que haría cualquier cosa por él, y si eso incluye pasarme seis horas en tren cada fin de semana, está bien.

Estos días separados me han hecho darme cuenta de lo mucho que lo echo de menos. Sin él, parece que me falta algo. Echo de menos su risa y que intente parecer molesto cuando discutimos de broma. También que me mire disimuladamente en clase y que sonría cuando nota que me doy cuenta, y que me persiga a la salida para convencerme de que me quede un rato más. Echo de menos tener que defenderle de las bromas de Finn durante los almuerzos. Nuestras llamadas nocturnas. Su entusiasmo cuando habla sobre música. Sus canciones.

Incluso echo de menos su voz.

Cuando salgo de casa esa noche, me muero de ganas de verle y de decirle todo lo que he estado callando desde hace semanas. Sin embargo, mi valentía cae en picado cuando me detengo frente a la casa de Sam y escucho voces en el interior. Distingo la característica risa de Blake e imagino que los demás ya estarán allí y que soy la última en llegar.

No estoy preparada para enfrentarme a ellos. Seguro que están pasándoselo en grande y que mi presencia lo arruinará todo. Pensándolo mejor, debería irme. Mi sitio no es este. Ya no.

Estoy a punto de volver por donde he venido cuando, de pronto, mi teléfono se pone a sonar. Dentro, todos se quedan en silencio y comprendo que es Sam quien me está llamando. Deben haberse dado cuenta de que estoy aquí fuera. Mierda.

Me agarro con fuerza a la bolsa que traigo con mi ropa y cierro los ojos, anticipándome a lo que pasará a continuación. La puerta se abre unos segundos más tarde.

—Creía que no vendrías. —Es Sam. Oír su voz hace que se me relajen los músculos.

—Me habrías sacado de casa a rastras si no me hubiera presentado.

Me balanceo con los pies, nerviosa, y él sonríe.

Touché. —Se aparta para dejarme pasar, pero no entro. Le echo un vistazo al recibidor, desconfiada—. Todo irá bien, ¿vale?

Ojalá pudiera creérmelo, pero tengo un mal presentimiento.

—No me quieren aquí. Las cosas se pondrán feas y acabarán pidiéndome que me vaya.

—Si se les ocurre hacer eso, serán ellos quieren se larguen.

Me sostiene la mirada, esperando a que replique, pero me limito a asentir. Me tranquiliza saber que está de mi lado.

Entramos y cierra la puerta a mis espaldas. Dejo mi bolsa en el pasillo, en un rincón, y después le sigo hasta el salón, donde aún se oyen risas. No obstante, la conversación cesa en cuanto nos detenemos junto a la puerta y me ven.

Reviso la estancia rápidamente con la mirada.

Alex no está.

El corazón me late a toda velocidad. No siento alivio ni decepción, porque estoy demasiado ocupada preguntándome qué estarán pensando los demás. Mason, Finn y Blake están sentados en el sofá, a unos metros de nosotros, observándome en silencio. Quizá debería saludar. Decir algo. Cualquier cosa. Pero no me salen las palabras. Trago saliva y deseo que me absorba la tierra.

Hasta que, de pronto, Finn se levanta de un salto y, sorprendiéndonos a todos, corre hasta mí y me envuelve entre sus brazos.

—No sabes la de veces que he estado a punto de presentarme en tu casa para obligarte a dejar de ignorarme.

Me abraza con tanta fuerza que apenas puedo respirar y el corazón se me resquebraja cuando escucho lo dolido que parece. He estado tan ocupada pensando en Alex que no había caído en que, quizás, ellos también me echaban de menos. Se me forma un nudo en la garganta. Soy una persona horrible.

No se merecían pagar por mis errores.

—Lo siento —le digo, en voz baja. Finn se separa de mí y me sonríe como si todo fuera perfectamente.

—Perdonada, pero vuelve a hacerlo y te obligaré a comer lentejas durante una semana.

No puedo evitar reírme. Le revuelvo el pelo y él me abraza otra vez. Cuando nos distanciamos, decaigo en que Mason está junto a nosotros.

—Somos tus amigos también —dice. Sabe que necesitaba que me lo recordaran.

Asiento y fuerzo una sonrisa para que vea que estoy agradecida. Cuando se coloca a mi lado, mi mirada recae sobre la única persona del salón que aún no se ha pronunciado. Blake sigue sentada en el sofá, mirándonos en silencio.

Espero, impaciente, a que ella hable primero.

—Debería darte una paliza —me suelta.

A mi lado, Finn se tensa.

—Estarías en tu derecho —coincido, sin dejarme intimidar.

—¿Crees que puedes pasarte dos semanas sin hablarme e irte de rositas?

Dicho así suena aún peor. Blake quiere parecer enfadada, pero la conozco y sé que está dolida. ¿Alex no le ha contado lo que pasó entre nosotros? ¿Por qué no me odia, como él?

Le ordeno a mi voz que deje de esconderse y me obligo a contestar.

—He traído donuts —Señalo la bolsa que he dejado en el pasillo—. Por si eso te hace cambiar de opinión.

La chica arquea las cejas.

—¿De chocolate?

—No —contesto, haciendo una mueca—. Sé que no te gustan.

—¿Estás intentando comprarme a base de comida? —Junta aún más las cejas e intenta esconder su sonrisa—. Porque odio que me conozcas tan bien.

Siento tanto alivio que, sin querer, se me escapa un suspiro. Blake se levanta y me da un abrazo que me reconstruye un poco por dentro. Su hermano es el primero en su lista de prioridades. No puedo evitar pensar que, si ella no está tan enfadada conmigo, puede que con su hermano tenga alguna oportunidad.

Como si estuviera leyéndome la mente, pega la boca a mi oído y susurra:

—Me ha pedido que me mantenga al margen.

Asiento, un tanto cohibida.

—Voy a intentar arreglarlo —confieso. Sus músculos se tensan a mi alrededor, pero se aleja sin decir nada más.

Después, se sienta con Mason en el sofá y todos comienzan a actuar con total normalidad. Finn se adueña de mi brazo y me arrastra al sillón para contarme que está aprendiendo a rapear. Agradezco que me dé conversación, pero no dejo de preguntarme dónde estará Alex. ¿Por qué no ha venido? ¿No piensa aparecer en toda la noche?

¿Cómo voy a conseguir que me perdone si ni siquiera me da la oportunidad de explicarme?

—Sigo esperando a que organicéis una batalla de gallos —canturrea Blake, unos minutos después, y nuestros amigos se encogen de hombros con despreocupación.

—Necesito rapear contra alguien que esté a mi nivel —dice Mason.

—Exacto. Batirme en duelo contra Mason sería asegurarme la victoria y no me gustan las cosas fáciles, guapa —bromea Finn.

Sonrío al oírles discutir. El ambiente se ha relajado y ahora me siento como en casa. Sin embargo, todo cambia cuando llaman al timbre. Me sobresalto y el corazón se me desboca porque, hasta donde sé, los padres de Sam han ido a cenar y en esta fiesta solo falta una persona.

Todos me miran y eso confirma mis sospechas.

—Está bien —les aseguro, en un susurro.

No sé si quiero convencerlos a ellos o a mí misma.

Cuando Sam se levanta para abrir, Mason y Blake intercambian una mirada y algo me dice que yo no soy la que más les preocupa.

—Espero que estén decentes, porque he esperado durante una hora. ¿Por qué siempre conseguís que haga estas cosas? Soy el pringado del grupo. —La voz de Alex se abre paso por el recibidor y se me tensan todos los músculos. Me siento recta e intento mentalizarme de que estoy a punto de verle, pero no sirve para nada.

No estoy preparada cuando entra.

Al verme, él también se queda paralizado.

Solo soy consciente de que el tiempo sigue corriendo por cómo decae su sonrisa. Se queda parado en la puerta, mirándome. Recorre mi cuerpo con los ojos y traga saliva. Me gustaría saber qué pasa por su cabeza, pero no consigo descifrar su expresión. Le echo un vistazo rápido y se me seca la boca. Va vestido de forma sencilla, pero está guapo. Más que nunca. O igual que siempre.

No sé. Es Alex. No hace falta añadir nada más.

El silencio se prolonga hasta que Sam aparece por detrás con dos cajas de pizzas. Su sonrisa decae al vernos y les lanza a los chicos una mirada nerviosa. Finn acude al rescate y se levanta tan de repente que hace que me sobresalte.

—¡Pizza! —exclama, y se pone muy serio—: Dime que no tiene piña. Me da alergia.

—No eres alérgico a la piña —repone Mason, frunciendo el ceño.

—Soy alérgico a lo que me da la gana.

Cenamos en silencio. Al menos, yo mantengo la boca cerrada. Finn y Sam no quieren separarse de mí hasta que se vayan mañana, así que se sientan a mi lado y charlan sobre cosas sin importancia. No me pasa desapercibido que Mason y Blake también están más callados que de costumbre, y no puedo evitar preguntarme si me habré perdido algo.

Alex se reserva todos sus comentarios. Tampoco tiene mucho apetito. Sé que no come nada porque no he despegado los ojos de él desde que llegó. Él también está pendiente de mí, pero aparta la mirada antes de que se cruce con la mía. Diría que la situación es incómoda, pero la verdad es que noto cierta hostilidad. En el instituto me parecía escurridizo. Ahora está enfadado.

¿Tanto le molesta que esté aquí?

Como ha dicho Mason, estos son mis amigos también. Tengo derecho a despedirme de ellos.

Aun así, está en su derecho de sentirse así. Le hice pedazos cuando rompimos. Yo tampoco querría saber nada de mí si estuviera en su lugar, pero necesito que hablemos a solas y contarle la verdad. Me perdone o no, se merece saber por qué lo hice.

Ayudo a Sam a recoger la mesa mientras los chicos se apalancan en el sofá. Mason enciende la televisión y comenta distraídamente con Alex el concurso que están emitiendo. Una vez más, agradezco que Finn me haya guardado un sitio a su lado. Un silencio incómodo se adueña del ambiente.

Me aprieto las manos con nerviosismo e intento no parecer intranquila. Justo cuando creo que ya no podré soportar más la tensión, Finn pregunta:

—¿Queréis jugar a Prueba o Verdad?

Me vuelvo hacia él, como un alma poseída por el diablo. No. Es una idea horrible.

Sin embargo, parece que no todos pensamos lo mismo.

—Bien. Juguemos —dice Alex.

Mierda. Algo me dice que las cosas están a punto de ponerse feas.

Nos sentamos en círculo sobre la alfombra. No tenemos una botella vacía, así que decidimos que iremos por turnos. Al parecer, no soy la única que se siente incómoda jugando a esta estupidez, porque Blake no deja de quejarse. Me siento con las rodillas pegadas al pecho e intento ignorar el hecho de que Alex está justo frente a mí y me resulta prácticamente imposible no mirarle todo el rato.

—¿Cuáles son las reglas? —pregunta Sam, acomodándose a mi lado.

—No hay reglas —responde Finn alegremente.

Tengo un mal presentimiento. Esto no me gusta nada.

—Empiezo yo.

Oír la voz de Mason me produce cierto alivio. De momento, puedo estar tranquila, porque está claro que no tiene interés en hacerme ninguna pregunta a mí. Se vuelve hacia Blake y entorna los ojos.

—¿Con cuántos chicos te has enrollado desde que me rechazaste?

Joder. Finn da una palmada y hace ademanes de levantarse.

—Muy bien. Jugaremos al parchís.

Mason tira de su brazo para volver a sentarlo y Finn se acomoda de nuevo a mi lado, visiblemente incómodo. Todos nos quedamos en silencio. La tensión podría cortarse con un cuchillo, y por primera vez me doy cuenta de que Alex y yo no somos los únicos que tienen problemas.

Mason arquea las cejas con desafío, instando a Blake a responder. Ella no se deja intimidar.

—Como tú mismo has dicho, te rechacé, así que eso no es asunto tuyo.

—No digas gilipolleces —gruñe él.

—No me gustas, Mason. Supéralo.

Ese comentario me duele hasta a mí, sobre todo porque sé que no es verdad. Si a Mason le duele su falsa sinceridad, no lo demuestra. Se limita a bufar y a poner los ojos en blanco, dándole a entender que, haga lo que haga, no la creerá.

Volvemos a quedarnos en silencio y Finn sonríe nerviosamente.

—Me toca. —Mira a Sam y piensa en lo primero que se le ocurre—: Una difícil, Daniels. ¿Cuál es tu sabor de helado favorito?

Es evidente que quiere rebajar la tensión. Me pregunto si alguno se habrá dado cuenta de que así no se juega a Prueba o Verdad.

—La menta —responde Sam, y Finn hace una mueca.

—Joder, qué asco. Tus gustos son una mierda, pero, vale, los respeto.

Sam ignora su comentario y nos mira en busca de su próxima víctima. Deben de haberse dado cuenta de que la estabilidad del grupo está en sus manos.

—Alex —dice finalmente—, ¿cuál es tu canción favorita?

—No tengo ninguna. Mi turno. —Me mira a los ojos—. Holland.

Me enderezo al oír mi nombre. De pronto, el corazón me late a toda velocidad. No había vuelto a dirigirme la palabra desde que rompimos. Me cuesta sostenerle la mirada, pero no seré yo quien se eche atrás. Me aprieto las manos sin que nadie lo vea y rompo el silencio.

—Suéltalo. —Estoy preparada para todo.

—¿Desde cuándo te dedicas a escribir en notas todo lo que no te atreves a decirme a la cara?

No estaba preparada para eso.

Me quedo sin aire en los pulmones. No me creo que la haya encontrado. Ha leído la nota que dejé en su habitación la noche que rompimos. De forma que sabe que mentí y por qué lo hice. Cuando he querido reunir el valor para decírselo en persona, ya era demasiado tarde; se ha enterado por otros medios y, a juzgar por su expresión, no le ha hecho ninguna gracia.

No puedo hablar porque me he quedado bloqueada. A mi lado, Finn traga saliva.

—Ha sido una pregunta directa, sí.

Me giro hacia ellos. ¿Lo sabían? ¿Por eso Blake no me odia? ¿Alex se lo ha contado?

—Me largo de aquí. —Antes de que pueda reaccionar, Alex ya ha salido del salón.

Miro la puerta, todavía sin salir de mi asombro. Me agarro las manos porque estoy temblando como una niña. No me esperaba eso, pero parece que mis amigos sí, porque en sus rostros no distingo ni un deje de sorpresa. Más bien, sus expresiones son de consecuencia.

Mason suspira y empieza a ponerse de pie.

—Voy a hablar con él.

Sin embargo, Finn lo agarra para detenerlo y se vuelve hacia mí.

—Vas tú —me ordena.

Trago saliva. Genial.

Ahora mismo, solo quiero volver a casa y encerrarme en mi habitación, pero asiento mientras me levanto. Alex ha insinuado que soy una cobarde y tiene razón. Si hubiera querido hablar con él antes de esta noche, me habría buscado una forma de hacerlo. He estado poniéndome excusas para retrasarlo porque estoy aterrorizada. Pero eso se acaba esta noche.

Voy a contrarreloj. No tendré más oportunidades.

—Holland. —Blake me llama cuando estoy en la puerta del salón—. Está de mal humor desde hace semanas. Cuando está enfadado, dice cosas de las que después se arrepiente. Tenlo en cuenta, ¿vale?

Siento una dolorosa presión en el pecho. Asiento.

—Yo también tengo mucho que decir.

Sin dar más explicaciones, cruzo el pasillo y salgo al porche.

Fuera ya ha anochecido. La suave brisa de verano me produce escalofríos. Me abrazo a mí misma para conservar el calor y trago saliva. Alex aún no me ha visto. Ha bajado las escaleras y está de pie junto a la verja, tapándose la cara con las manos. Enfrentarme a él me da tanto miedo que estoy a punto de echarme atrás, pero no puedo desperdiciar esta oportunidad.

Me aclaro la garganta para llamar su atención y por fin decae en mi presencia.

—Lárgate —me suelta, sin mirarme.

—Creo que tenemos que hablar.

Me sorprende que mi voz suene tranquila, cuando por dentro estoy teniendo un ataque de nervios. Se gira y veo sus ojos, que antes me miraban con cariño y ahora están llenos de reproche.

—No tenías ningún derecho. No eres nadie para tomar decisiones por mí. ¿Crees que eres más lista que yo? ¿Que sabes mejor que nadie lo que es bueno para mí? Porque te equivocas. No tienes nada que decir sobre mi vida. Soy el único que puede opinar sobre mi futuro. Tú no pintas nada, Holland. Nada.

Aunque me lo esperaba, su enfado me golpea con fuerza y me hace retroceder. No me gusta la forma en que me mira. Aprieto los labios y permanezco firme, aunque me tiembla todo el cuerpo. No voy a echarme atrás ahora.

Odio admitirlo, pero tiene razón.

—Lo siento —respondo, aunque sé que no es suficiente.

Alex bufa con desgana.

—Típico. Haces daño a los demás y piensas que todo se solucionará con una disculpa.

Ese comentario me duele especialmente, pero me fuerzo a ignorarlo y bajo lentamente las escaleras para acercarme.

—No estaba intentando tomar decisiones por ti.

—Vete. No me apetece hablar contigo.

Miente. Si no quisiera que tengamos esta conversación, antes no habría sacado el tema. Me gustaría saber cuándo encontró la nota, porque seguro que ha estado comiéndose la cabeza desde entonces. Alex quiere que hablemos, pero se niega a ponerme las cosas fáciles, y me parece bien.

Si quiere que luche porque me perdone, estoy dispuesta a hacerlo.

—Escúchame —le imploro. Sus músculos se tensan cuando nota que me estoy acercando.

—No.

Intenta marcharse y resisto el impulso de agarrarle del brazo. Estamos lo suficientemente cerca como para tocarnos, pero mantengo cierta distancia. Se ha abierto una brecha profunda entre nosotros y ya no me veo con el derecho de establecer contacto físico. Así que me conformo con cortarle el paso deteniéndome frente a las escaleras.

—Por favor —insisto, y resopla con impaciencia. Hablo antes de que pueda replicar—: Sé que me equivoqué y lo siento, ¿vale? Tomé malas decisiones, pero estaba desesperada. No quería hacerte daño, pero no podía dejar que renunciaras a tus sueños por mí. Yo...

No obstante, dejo de hablar cuando noto que ya no me rehúye la mirada. Ahora me observa con sorpresa.

—¿Por ti? —repite, incrédulo, y niega con la cabeza—. No eres el centro del mundo, Holland. Supéralo.

El corazón me da un vuelco. ¿Qué?

—Pero yo pensaba que... —Trago saliva—. Creía que...

—Mi vida no gira en torno a ti. Tenía más razones para quedarme, joder. —Se pasa las manos por la cara, frustrado, y da unos pasos hacia atrás, como si no soportara tenerme cerca—. Les dije a los chicos que no iría a ninguna parte sin ti porque era más fácil que explicarles que mi vida es un puto desastre. Londres es caro. No sé si Blake y yo conseguiremos una beca y si será suficiente. Mi padre no puede mantenernos y por eso llevo trabajando toda la vida. No puedo irme a la otra punta del país y abandonarlo a su suerte. Tampoco puedo dejar a Bill. Y tampoco podía dejarte a ti. —Su última frase me reaviva el corazón. Me mira y traga saliva—. Me necesitáis. Sois más importantes que cualquiera de mis sueños. Por eso quería quedarme.

Pestañea y advierto que tiene los ojos enrojecidos, y verle así me parte el corazón en dos. Parece preocupado. Cansado. Angustiado. Tiene tan buen corazón que piensa en los demás antes que en sí mismo y por eso le ha costado tanto tomar esta decisión, aunque sabe que es la mejor para su futuro. Debería haber estado apoyándole en su día. Debería haberle demostrado que siempre estaría ahí para él. Me necesitaba.

La culpabilidad me oprime los pulmones. Ya no soporto estar lejos de él, así que no lo pienso y me lanzo a sus brazos. Lo estrecho con todas mis fuerzas y Alex no se aparta.

Aunque al principio está tenso, termina rodeándome la cintura con los brazos y atrayéndome hacia sí. Suelto un suspiro tembloroso, pero me echo a llorar en cuando noto su respiración en mi cuello y me acaricia el pelo con una mano. No puedo controlar mis emociones cuando está cerca. Dejo ir toda la presión y la tristeza que me han torturado durante estos días y Alex deja que me desahogue entre sus brazos.

Quizá no me merezco ni que me dirija la palabra, pero me consuela de todas formas, porque es demasiado bueno para decir que no. Cree que tiene que convertirse en el héroe de quienes le rodean y habría estado dispuesto a renunciar a su pasión por nosotros. Quiero abrazarlo con más fuerza, cuidarlo y prometerle que jamás volveré a cometer una estupidez como esta, pero apenas me salen las palabras.

—Creía que hacía lo mejor para ti —confieso y mi voz se hace pedazos.

—Lo sé.

No noto que estoy llorando hasta que me aleja un poco de sí para mirarme. Parece que se le rompe el corazón al verme, así que me seco las lágrimas a toda prisa. Alex suspira y me atrae hacia sí una vez más.

Mi corazón está desbocado, pero ya no me duele. Cierro los ojos y me concentro en su olor y en su cercanía, y pienso en lo mucho que lo echaré de menos cuando se vaya. Ojalá pudiera montarme en ese avión e irme con él. Ojalá pudiera convencer a mis padres de que estudiar derecho no me hará feliz.

Alex me hace feliz. Me da igual lo que ellos piensen al respecto.

—Sé que lo sabes, pero todo lo que dije era mentira. —Me separo de él para mirarle a la cara porque quiero que escuche estas palabras de mi boca—: Te quiero. No estaba usándote para olvidar a nadie. Lo que sentí por Gale no tiene comparación con lo que siento por ti. Eres la mejor persona que he conocido, Alex. No tienes que demostrarme que podrías hacerme feliz porque ya me haces feliz. Nunca debería haberte hecho pensar lo contrario. Lo siento.

Aun siento culpa, pero la presión que sentía en el pecho desaparece cuando pronuncio esas palabras en voz alta. Nunca antes había sido tan sincera con nadie. Alex me mira y traga saliva, y veo la duda en sus ojos. Me acaricia la mejilla con los dedos y retengo el impulso de agarrarle la mano para que no se aparte.

—¿De verdad? —pregunta, buscando mi mirada.

—De verdad.

—Tus padres creen que no soy suficiente para ti.

Se me forma un nudo en la garganta. Odio que aún se acuerde de eso.

—Lo que piensen me da igual.

Quiero convencerle. Quiero que recupere la seguridad en sí mismo y que se dé cuenta, de una vez por todas, de que para mí no existe nadie mejor. Sin embargo, cuando lo escucho suspirar, me invade un mal presentimiento. Se aleja de mí y parece que las venas se me congelan.

—Ese es el problema. Ambos sabemos que no te da igual. —Quiero replicar, pero no me da tiempo. Me mira a los ojos—. Quiero que sepas que no te guardo rencor. No estoy enfadado contigo.

Mi corazón salta de alegría, pero no canto victoria. No me gusta que me mire así. Si me perdona, ¿por qué esto me suena a una despedida?

—No me importa la distancia. Podremos con ello —le aseguro, acercándome de nuevo—. No me importaría pasarme el día pegada al móvil si eso me permite hablar contigo. Me daría igual pasarme seis horas en tren cada fin de semana. Haré lo que haga falta. No estaremos tan lejos. Manchester y Londres...

—Solo están a trescientos treinta y seis kilómetros —me interrumpe, y mi pecho vibra, esperanzado, porque él también ha buscado esa información.

—Podemos conseguirlo —insisto.

Pero no parece muy convencido. Guarda silencio y toma aire, como si estuviera pensando en qué decir. O cómo si estuviera buscando las palabras exactas porque sabe que, si escoge las que no son, podría hacerme pedazos.

Todas mis esperanzas se hacen polvo cuando rompe el silencio.

—Holland, no estoy enfadado por lo que hiciste —dice, y traga saliva—, pero eso no significa que quiera que volvamos a estar juntos.

Mi corazón se para en seco. ¿Qué?

—No hablas en serio. —Retrocedo, por inercia, y siento que el mundo me da vueltas.

—Sé que estás arrepentida y que lo hiciste por mi bien, pero no puedo estar contigo. No creo que seamos buenos el uno para el otro.

Los ojos se me llenan de lágrimas y ya no puedo ver con claridad. Niego, con un nudo en la garganta. No puede hacerme esto. Siento una dolorosa presión en el pecho que me impide respirar. ¿Está dejándome? ¿No quiere estar conmigo?

¿Cree que no soy buena para él?

—No es verdad. —Me tiembla la voz—. Tú eres bueno para mí. Me haces feliz.

—No puedo estar con alguien y preguntarme constantemente si soy suficiente. Sé que no es tu intención, pero me haces sentir así. Intento dar lo mejor de mí para no perderte porque presiento que te irás si cometo cualquier error. Te quiero, Holland, pero sigo sin creerme que tú puedas quererme a mí. El problema es mío. —Traga saliva antes de continuar—: Todavía creo que no estás preparada para estar con nadie, pero puede que yo tampoco. Tengo que superar toda la mierda que llevo a cuestas. Necesito darme un tiempo para aceptarme y ser capaz de creerme que soy suficiente y que una chica como tú puede enamorarse de mí.

¿Así se sintió él cuando rompimos? No puedo respirar. Parece que alguien me hubiera arrancado el corazón y estuviese estrujándolo cruelmente entre sus manos. Cree que no es suficiente y es culpa mía. Está dejándome por lo que hice. Al final, soy yo quien ha cometido un error y quien va a perderle a él.

—Nada de lo que dije era verdad. Estoy enamorada de ti —repito, y me tapo la boca con una mano porque no quiero que se me escape un sollozo.

Traga saliva al verme así. Hace ademanes de acercarse, pero retrocedo porque necesito mantener las distancias.

—Esto no tiene nada que ver con lo que dijiste. Llevo pensando en ello desde hace semanas. —Intenta que me lo crea, pero ni siquiera él parece convencido—. Estoy seguro de que eres la persona indicada, pero este no es el momento.

Odio que me vean llorar, pero ya no me molesto en secarme las lágrimas. «Dice que soy la indicada, pero cree que no es el momento porque lo he estropeado todo».

—No me hagas esto —le suplico, y mi voz se hace pedazos.

—Quiero que seas feliz. —Noto en su tono y en su mirada lo mucho que le duele verme así—. Holland, me voy a la otra punta del país. Te mereces conocer a otra gente y estar bien. Los dos nos lo merecemos.

—No quiero conocer a nadie más. —Se me escapa un sollozo. Entonces, proceso sus palabras y se me detiene el corazón—. ¿Tú quieres conocer a otras chicas?

Alex aprieta los labios.

—No lo sé.

Me tapo la boca con una mano. Oh, Dios mío.

—¿Dices que estás enamorado de mí pero quieres salir con otras?

—¡No! Quiero decir, sí. Yo... no lo sé, ¿vale? Estoy intentando hacer lo mejor para ambos y...

—Lo mejor para ambos no es que rompamos.

Necesito que me crea. No obstante, apenas consigo hablar porque no puedo parar de llorar. Sus ojos buscan los míos y veo tristeza en su mirada, y eso empeora las cosas. Esto le duele tanto como a mí y, aun así, no cede. Ha tomado esta decisión porque piensa que no soy buena para él. Porque sabe que le hago daño.

Se ha dado cuenta de que se merece a alguien mejor.

—Sabes que tengo razón —insiste, en voz baja.

Lo sé. Pero no puedo rendirme todavía.

—Haría todo lo que fuera por... Alex, haría...

—¿Vendrías a Londres? —me interrumpe—. ¿Por mí?

Me quedo sin respiración. Conoce la respuesta y por eso lo ha preguntado.

—Estás siendo injusto —respondo, mientras me seco las lágrimas.

—No, estás siendo injusta. Tus padres quieren obligarte a estudiar algo que odias y no haces nada al respecto. Cuando quieras darte cuenta, estarás aburriéndote en una oficina e intentando convencer a todo el mundo de que no eres una jodida infeliz. Dices que harías cualquier cosa por mí, pero, ¿y por ti, Holland? —Me mira y suspira—. No puedo estar con alguien que sería capaz de romperme el corazón con tal de no enfrentarse a sus padres.

Supongo que, cuando piensas que ha tocado fondo, siempre te arriesgas a que llegue alguien para demostrarte que aún puedes hundirte más. En mi caso, Alex es esa persona.

Se queda callado y me mira, como si supiera el daño que me han hecho sus palabras, pero no puede ni imaginárselo. Tiene razón. En septiembre me iré a Manchester y me pasaré el resto de mi vida siendo una infeliz. Nunca me he enfrentado a mis padres con contundencia porque soy una cobarde. Finjo que he tomado las riendas de mi vida, cuando, en realidad, sigo dejando que tomen decisiones por mí.

Alex no quería irse a Londres si yo me quedaba. Pude haber luchado para que nos fuésemos juntos, pero preferí resignarme y aceptar ese futuro que mamá ha nombrado como «mío». Y le rompí el corazón. Porque era la salida fácil.

La noche que discutimos, no dijo nada que fuera falso. Estoy rota por dentro y hago daño a los demás. Me distancié de mis amigos sin darles ninguna explicación y no me preocupé en pensar si mi silencio les dolía. He descargado mi enfado y mi mal humor con Sam durante estas dos semanas. Mis padres apenas me hablan porque dicen que he cambiado. Ahora Alex ha decidido alejarse de mí porque estar conmigo le hace daño.

Llevo toda mi vida esforzándome por ser bonita por fuera, pero, ¿y si el problema está en mi interior?

¿Y si yo soy el problema?

Tengo asuntos que resolver. De nuevo, podría optar por la salida fácil y suplicarle que lo intentáramos, pero lo que hago en su lugar es darle lo que se merece.

Y se merece tener la libertad de enamorarse de alguien que sí que le haga bien.

Dejo que el silencio se prolongue y me seco las lágrimas con el brazo, y finjo, una vez más, que soy fuerte y que lo que estoy a punto de decir no me rompe en pedazos.

—Si esto es lo que quieres, está bien. Se acabó.

Su expresión se suaviza. Traga saliva y me mira a los ojos.

—Owen...

—Cuídalos bien, ¿vale? —le interrumpo, aunque oír ese nombre en su boca me ha apretujado el corazón. Señalo la ventana, tras la que se encuentran los chicos, con la cabeza—. Os merecéis ser felices. Todos.

—Tú también te mereces ser feliz.

No respondo.

Actúa como si quisiera añadir algo más, pero no se atreve. Me cruzo de brazos y mantengo las distancias porque, si se acerca, me derrumbaré. Odio que este momento se parezca tanto a una despedida. Odio haberme pasado estas últimas semanas huyendo y haciéndole creer que mi corazón no se rompió esa noche. Odio quererle tanto, porque eso significa que tengo que dejarle marchar.

No quiero llorar de nuevo, pero se me escapan las lágrimas. Cojo aire y decido que no puedo seguir soportando su mirada. Así que me giro, sin decir nada más, y empiezo a subir las escaleras. Su voz me detiene cuando estoy arriba.

—Owen. —Quiero volverme, pero me contengo—. Sé que no me crees, pero hago esto porque quiero lo mejor para ti, ¿vale?

Se me forma un nudo en la garganta. «Haces esto porque sabes que, aunque me quieres, estar conmigo te hace daño».

—Buenas noches, Alex —respondo, y después entro en la casa.

Al día siguiente, nos despertamos envueltos en nostalgia. Anoche el ambiente se volvió tan tenso después de mi discusión con Alex que acabamos yéndonos pronto a dormir. Mientras desayunamos, Sam y Finn se muestran más atentos que de costumbre y no se separan de mí hasta que llegan los padres de Sam para llevarnos al aeropuerto. Tengo la sensación de que he desaprovechado mis últimas horas con ellos y que seguramente no me lo perdonaré.

Vamos todos apretados en un mismo coche porque las familias de los demás nos esperan allí. Cuando llegamos, nos reunimos con los padres de Mason y con los de Finn, con Bill y con el padre de Alex y Blake. Dejo que mis amigos se acerquen para coger sus maletas y me mantengo al margen porque no quiero ser entrometida.

Mientras tanto, me torturo pensando que, cuando vuelva a casa, será sin ellos.

La madre de Finn me saca de mis cavilaciones. Su hijo me contó que era muy sobreprotectora, pero hasta ahora no he entendido hasta qué punto. Está intentando peinarle a Finn el flequillo cuando los miro. A su lado, Mason responde con contundencia a todo lo que exige.

—Asegúrate de que se lave los dientes.

—Claro.

—Y de que se cambie la ropa interior.

—Mamá —se queja Finn y Mason sonríe.

—Por supuesto, tía Dolly.

—Tiene que ducharse una vez al día —continúa ella— como mínimo.

Finn resopla.

—Menudo desperdicio.

Su madre le lanza una mirada severa que le cierra la boca. Entonces, como si aún estuviese procesando que su hijo está a punto de mudarse a Londres, tira de él y lo estrecha entre sus brazos, con los ojos llenos de lágrimas. Finn le corresponde el gesto y Mason sonríe con ternura. Aparto la mirada porque la escena me rompe el corazón.

No sé cuándo se han acercado, pero, al volverme, me encuentro con la sonrisa del padre de Sam. Su hijo y su mujer están a su lado, y en sus miradas noto algo que detesto: lástima.

—Los chicos tienen una cama libre en su apartamento —me dice, como si quisiera hacerme sentir mejor—. Podrás visitarlos siempre que quieras.

Me fuerzo a sonreír, aunque tengo un nudo en la garganta que no me deja respirar.

—Gracias.

Sam me pasa un brazo sobre los hombros y me atrae hacia sí. Cruzo los míos para sentirme más protegida. Los chicos siguen hablando con sus familias, y el corazón se me detiene durante una milésima cuando Alex mira en mi dirección y nuestros ojos se encuentran. Rompo el contacto visual enseguida. Tengo que recordarme que discutimos anoche para luchar contra las ganas que tengo de acercarme.

Su vuelo está programado para las diez y son las ocho pasadas. Deberían pasar a la zona de embarque cuanto antes si quieren ir con tiempo. El problema está en que, cuando crucen esas puertas, ya no habrá vuelta atrás. Nadie está preparado para despedirse todavía.

Sin embargo, no hay otra opción. Mason se acerca, arrastrando su maleta, y mira a Sam.

—Deberíamos...

—Sí —coincide él.

Abrazan a sus familiares y me quedo aislada porque, aunque suene tonto, quiero retrasar el momento lo máximo posible. Bill estrecha a Alex entre sus brazos y le advierte que, a partir de ahora, no podrá dejar de esforzarse si quiere llegar a lo más alto; mientras tanto, los demás caminan hacia donde estoy.

Se paran frente a mí, en fila, y me miran con los ojos llenos de tristeza. Ha llegado el momento y ya no lo aguanto más. Niego y me echo a llorar.

—No quiero que os vayáis —admito, con un sollozo.

Mason se acerca primero. Me refugio entre sus fuertes brazos y dejo que me atraiga hacia sí y que me abrace hasta que casi me deja sin respiración. Nada me sirve de consuelo, porque ahora lloro con más fuerza. Escondo la cabeza en su cuello y me doy cuenta de que estoy temblando.

—Estarás bien —me susurra, y no sé cómo explicarle que eso es mentira—. Eres Holland Owen, la indestructible. ¿Se te ha olvidado o qué?

Creía que no podría, pero me río entre lágrimas y me seco los ojos con el brazo cuando se aleja. Sin embargo, mi autocontrol cae en picado cuando Blake camina hasta mí con los brazos abiertos y veo que también está llorando.

—Te voy a echar mucho de menos —susurro cuando me abraza. Ella asiente y parece que le cuesta hablar.

—Eres la mejor amiga que he tenido.

Su sinceridad destruye todas mis murallas. Intento responder, pero no me salen las palabras. Deja de abrazarme y se seca las lágrimas porque, como yo, odian que la vean llorar.

—Escúchame bien —dice entonces. Me pone las manos sobre los hombros y me obliga a sostenerle la mirada—. No te dejes pisotear por nadie. Jamás, ¿me oyes? Sé que no te lo crees, pero eres preciosa, Holland, por dentro y por fuera. Nadie tiene derecho a hacerte dudar de lo mucho que vales. Ni siquiera tú.

Sus palabras me sientan como una patada en el estómago. Solo tiene razón en una cosa: no me lo creo. Sin embargo, Blake parece tan sincera que dudo de si Alex le habrá contado todo lo que pasó entre nosotros. No me merezco que me diga cosas como estas. Me da igual si soy bonita por fuera o no. Por dentro estoy podrida.

—Gracias —respondo, de todas formas. Blake me dedica una sonrisa triste antes de refugiarse en los brazos de Mason, que, pese a lo que ocurrió anoche, no se aparta.

Estoy tan destruida que ya no me preocupo en contener mis lágrimas. Suelto un suspiro tembloroso y me mentalizo de que estoy a punto de recibir el próximo golpe, pero no hay forma de estar preparada. Cuando Finn se acerca a mí con los ojos enrojecidos, el corazón se me parte en pedazos.

—No llores —le suplico, cuando me abraza. Me estrecha con fuerza entre sus brazos y de pronto no puedo respirar. Esta vez soy yo quien consuela y no al revés—. Finn, por favor.

Niega. Sus lágrimas me caen sobre el hombro y me mojan la camiseta.

—No es justo —dice—. Todavía te debo un baile.

—Algún día —le aseguro, e intento creerme que lo pienso de verdad.

—Prométeme que no nos vas a olvidar.

Me mira a la cara y sollozo cuando me pasa los dedos por debajo de los ojos para secarme las lágrimas. Sin pensar, le aparto las manos y le doy un beso en la mejilla antes de volver a abrazarlo, con más fuerza, esta vez.

—Lo prometo.

Le cuesta tanto separarse de mí que, durante un momento, casi pienso que se plantea quedarse.

Pero finalmente se aleja con los demás y me giro hacia Sam, sabiendo que me queda lo peor. Ha decidido esperar para ser el último porque sabe que nuestra amistad es diferente a la que mantengo con los chicos. A ellos los echaré de menos, pero he estado sin ellos la mayor parte de mi vida. Sam ha estado a mi lado, haciéndome reír con sus tonterías, desde que éramos pequeños.

No me imagino mi vida sin él.

Cuando se fue a estudiar a Francia el año pasado, me perdí a mí misma y me convertí en alguien que ahora aborrezco. Se suponía que entre nosotros ya no habría más despedidas. Me lo prometió cuando volvió a la ciudad.

Pero supongo que las promesas son solo palabras y que, como tal, se esfuman.

—Esto no es un adiós.

Asiento, con un nudo en la garganta, y me lanzo a sus brazos. Sam me estrecha contra su cuerpo y me refugio en su olor y en su calor corporal. Cuando quiero darme cuenta, estoy llorando otra vez. ¿Cómo voy a pasar el verano sin ellos? ¿A dónde iré? ¿Con quién hablaré, si mis padres siguen fieles a sus votos de silencio? La única amiga que tengo, aparte de ellos, es Emma, y la conexión que hay entre nosotras no se parece en nada a la que tengo con Sam.

—No te vayas —le suplico, en un susurro casi inaudible, porque no soporto pensar en que me despertaré mañana y ya no vivirá en la casa contigua a la mía.

Sam coge aire y me abraza con más fuerza, como si no quisiera soltarme nunca.

—Vendremos en Navidad. Cuando quieras darte cuenta, habré vuelto para molestarte durante todas las vacaciones. Mientras tanto, quiero que me prometas que me llamarás todos los días. Para lo que sea. Puedes recomendarme una película. Contarme cómo te va el verano. Lo que quieras. Por favor, Holland.

Suena desesperado y me parte en dos verlo así. Trago saliva. Quiero hacerlo, pero no sé si podré cumplir lo que me pide.

—Sam...

—Esto no es una despedida porque no vas a sacarme de tu vida —me interrumpe y se aparta para mirarme a los ojos—. Prométemelo.

He hecho demasiadas promesas a estas alturas, pero lucho contra el nudo que aprisiona mi garganta y asiento, porque hacer una más no me hará daño.

—Sí. Lo prometo.

—Siempre serás mi mejor amiga.

Me da un beso en la frente y, cuando se aleja, mi cuerpo se congela. Apenas puedo respirar por culpa de mis sollozos. Miro a los chicos, que me sonríen con tristeza, y pienso en que es injusto que nuestros caminos se separen aquí. La historia de 3 A. M. solo acaba de empezar y, a partir de hoy, dejaré de formar parte de ella. Cuando quiera darme cuenta, me habré convertido en un recuerdo. O en menos que eso.

¿Quién me asegura que, de aquí a unos años, se acordarán de esa amiga pelirroja que tenían en el instituto?

Una voz suena por los altavoces del aeropuerto y los chicos se preparan para marcharse. Alex ha mantenido las distancias desde que llegamos, pero ahora camina hacia nosotros. Pensar en que tengo que decirle adiós hace que me entren aún más ganas de llorar, pero las retengo.

Se detiene a unos metros de mí y nos miramos en silencio. Siempre he pensado que el final de una historia es el principio de otra. También que hay historias que no deberían terminar jamás; que hay personas que nunca se convierten en recuerdos porque, aunque no estén contigo, nunca se separan de ti.

Sé que a veces la vida se nos queda muy corta teniendo en cuenta todo lo que hay por experimentar, y que uno puede pasarse el resto de sus días arrepintiéndose por esas decisiones que no tomó a tiempo.

Y que, por desgracia, yo me arrepiento de muchas cosas.

No hablo. Aunque el silencio me parezca insoportable, solo recorro su figura con la mirada. Alex también me observa, como si quisiera que los detalles de mi rostro se quedasen grabados en su memoria. Las ganas que tengo de acercarme, tocarlo y abrazarlo son casi dolorosas, pero las resisto y me cruzo de brazos. Después de la discusión que tuvimos ayer, quiero, necesito, que él dé el primer paso.

Pero no se mueve. En su lugar, solo traga saliva y, mirándome a los ojos, dice:

—Cuídate.

Pestañeo para esconder mis lágrimas.

—Sí, tú también.

Tras lanzarme una última mirada, se aleja sin decir nada más.

Me derrumbo en cuanto se gira y me tapo la boca para ahogar mis sollozos. Él no mira atrás. Lucho contra lo mucho que me gustaría correr tras él y decirle que le quiero y que me niego a pensar que esto es una despedida. Ayer lo dejamos claro. Todo lo que fuimos pronto habrá pasado a formar parte de una historia. Se acabó. No hay más.

Mi corazón está roto en pedazos tan pequeños que no creo que pueda repararlo. Me quedo parada, en medio del aeropuerto, viendo cómo se alejan, y me sobresalto cuando escucho la voz de Mason, que sigue aquí, a mis espaldas.

—Está dolido. Dale un tiempo y lo superará —me anima.

No quiero que me vea llorar. Me seco las lágrimas a toda prisa y me mentalizo de que estoy a punto de demostrarle lo mala persona que puedo llegar a ser.

—No quiero que vuelva a llamarme. Borra mi número de sus contactos, ¿vale? —Rehúyo su mirada, como si estuviera avergonzada, cuando en realidad es porque no quiero que vea lo mucho que me duele hacer esto—. Quiero que deje de seguirme en mis redes sociales. Que no me escriba. Asegúrate de que se olvida de mí.

Me duele la cabeza de tanto llorar. Mason frunce el ceño y niega.

—Holland... —empieza a decir, pero lo interrumpo.

—Quiero pasar página y no podré hacerlo si buscándome porque está enamorado de mí —miento y le suplico con la mirada que no insista—: Por favor.

Es el único que puede ayudarme con esto, pero jamás habría accedido si le hubiera dicho que, en realidad, es Alex quien tiene que pasar página y que, aunque me duela, espero que encuentre a alguien mejor. Tiene que olvidarme y no podrá hacerlo si sigo rondando por sus pensamientos.

Por suerte, Mason no me lee la mente. Me mira con decepción, porque piensa que estoy traicionando a su mejor amigo, y yo acojo su rabia porque me la merezco.

—Vale —contesta, con los puños apretados.

—Gracias.

—Lo que tú digas, Holland.

Se aleja sin añadir nada más e intento que no note que hacer esto me ha dejado destrozada.

En unos minutos, mis —únicos— amigos cruzarán esas puertas y no volveremos a vernos hasta dentro de seis meses, cuando vuelvan en Navidad. No quiero quedarme a ver cómo se esfuman frente a mis ojos. No podría soportarlo. No obstante, cuando me giro, la escena que encuentro es aún peor. Las familias de mis amigos han venido para darles ánimos para su nuevo futuro y ahora lloran porque deben decirles adiós.

Voy a apartar la mirada, cuando me cruzo con un par de ojos que me observan con preocupación. Bill camina hacia mí con lentitud, como si creyese que podría echar a correr.

—Lo superaré —miento, en cuanto abre la boca. Me seco las lágrimas y les ordeno en silencio que dejen de salir. La cabeza me va a estallar.

Se toma unos segundos para analizar mi expresión y fuerza una sonrisa.

—Eres fuerte, Holland —dice—. Ahora entiendo lo que vio en ti. Os parecéis.

Cuando entiendo que se refiere a Alex, noto una dolorosa presión en el pecho. No es verdad. No soy «fuerte» ni «dura como una roca», sino destructiva. Le hago daño. Me ha dejado porque cree que se merece a alguien mejor, porque yo no soy buena para él.

—¿Puedes llevarme a casa? —le pido, tras apartar esos pensamientos de mi mente, y le lanzo una mirada a los chicos—. ¿Ahora?

No quiero volver con los padres de Sam y que él no vaya en el coche. Bill analiza mi expresión una vez más y parece que esté a punto de abrazarme. Que me diese consuelo me haría llorar otra vez y estoy cansada de hacerlo, así que me cruzo de brazos y trago saliva. Finalmente, asiente y salimos juntos del aeropuerto.

No hablamos durante el camino. Intento no torturarme pensando que ahora estarán todos juntos, esperando al despegue, mientras se ríen y bromean y se preparan para ese nuevo futuro al que se enfrentarán juntos; y, mientras tanto, yo estoy aquí, tan sola como a principios de curso. O incluso más. Ahora es aún peor, porque he perdido lo que tenía y ha sido culpa mía.

Dejo que el silencio nos invada y miro por la ventanilla hasta que llegamos a mi casa.

—Holland —me llama Bill, suspirando, cuando aparcamos. Recojo mis cosas sin mirarle—. Puedes venir al Brandom siempre que quieras. Lo sabes, ¿verdad?

«No quiero volver allí si ellos no están», pienso. Las palabras se me atascan en la garganta. Asiento mientras salgo del coche.

—Gracias por traerme, Bill.

No dejo que hable más. Entro en mi parcela a toda velocidad y subo las escaleras del porche. Llevo conteniendo las lágrimas desde que salimos del aeropuerto, pero ya no puedo fingir que estoy bien. Dejo que me caigan por las mejillas y forcejeo con la cerradura para abrir la puerta. Después, entro y la cierro a mis espaldas.

Hago mucho ruido y llamo la atención de mamá, que sale escopetada de su despacho y se para en seco cuando me ve llorando en medio del pasillo.

—Holland, ¿qué...?

No la dejo terminar. Corro hacia ella y dejo que me vea tan rota y perdida como estoy en realidad. Renuncio a mis murallas y a mi coraza y permito que mamá presencie cómo Holland Owen, la chica que intentó ser perfecta y lo perdió todo por el camino, se derrumba entre sus brazos. 


Continue Reading

You'll Also Like

956K 154K 151
4 volúmenes + 1 extra (+19) Autor: 상승대대 Fui poseído por el villano que muere mientras atormenta al protagonista en la novela Omegaverse. ¡Y eso justo...
112K 10.5K 25
Hyunjin es el chico más guapo y coqueto de la preparatoria, Felix es un chico estudioso y el líder del club estudiantil. ¿Podrá Hyunjin lograr que Fé...
1.3K 751 107
Todos tenemos nuestros pensamientos y aunque cada uno vive el dolor a su manera lo que sentimos siempre está igual que como lo siente alguien mas. U...
605K 26.3K 46
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...