Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

34 | Efectos colaterales

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By InmaaRv

34 | Efectos colaterales

Alex

—Hora de levantarse, tío. Ya casi es la hora de comer.

De pronto, alguien descorre las cortinas y mi habitación, que estaba sumida en penumbras, se llena de claridad. Emito un quejido y me cubro con las sábanas hasta la coronilla. Me pesan los músculos y me duele tanto la cabeza que empieza a ser insoportable. Ayer no fue un buen día. Sinceramente, fue un día de mierda.

Pero el anterior fue aún peor.

—Estoy hablando en serio, Alex. Muévete. —Intento resistirme, pero me arrebatan la sábana de las manos. Cuando abro los ojos, la luz me ciega. Pestañeo varias veces hasta que logro enfocar el rostro de Mason, que me observa con preocupación.

Al otro lado del cuarto, Finn suelta un silbido.

—Joder, tío. No te ofendas, pero hueles a podrido.

¿Qué diablos hacen aquí? Me paso las manos por la cara, frustrado, y resoplo.

—Largaos. —Mi voz está ronca.

La cabeza me va a estallar. Me he pasado toda la noche lloriqueando y auto compadeciéndome como un crío. He asumido que, a estas alturas, no sirvo para nada más. He construido un refugio entre estas cuatro paredes y no quiero enfrentarme al mundo exterior todavía.

Sin embargo, mis amigos no van a dejar que me rinda tan fácilmente. Mason suspira y me da un empujón.

—Vamos, levántate.

Su insistencia me habría puesto de mal humor en cualquier otro momento, pero ahora mismo no tengo fuerzas para discutir. Me incorporo con desgana y me restriego los ojos antes de revisar la habitación. Veo a Finn, más serio que de costumbre, sentado a los pies de la cama. Pero sigo subiendo y, cuando mi mirada se encuentra con el piano que hay pintado en la pared, entiendo que esto ha sido una mala idea.

Odio que algo que antes me traía recuerdos de mamá ahora solo me recuerde a ella. El corazón me salta dolorosamente dentro del pecho y, como si no hubiera tenido suficiente, se rompe en trozos aún más pequeños. Ojalá pudiera sacármelo del cuerpo y romperlo con un martillo. Haría cualquier cosa con tal de dejar de sentirme así.

No lo aguanto más y me siento de espaldas al piano. Si no me recordase a mamá, lo taparía con una capa de pintura. ¿De quién diablos fue la idea de dejar que Holland lo tocase? Ahora que lo pienso, no tenía ningún derecho.

—¿Qué hacéis aquí? —les pregunto. Sea lo que sea, seguro que puede esperar.

—Sabemos que no estás de humor —responde Mason—. Por eso hemos venido.

—De hecho, también vinimos ayer, pero Blake no nos dejó pasar. Creíamos que éramos justo lo que necesitabas —añade Finn.

—Evidentemente, ella no estaba de acuerdo.

—Pero ahora estamos aquí otra vez —continúa Mason, mirándome a los ojos—, porque nadie sabe qué es lo que necesitas.

Se me forma un nudo en la garganta. «A ella. La necesito a ella».

Anoche me deshice de todo lo que me recordaba a Holland porque sabía que, de otra forma, me habría vuelto loco. Eché a lavar las sábanas de mi cama el día que se fue porque, aunque suene tonto, estaba convencido de que olían a ella. Hice lo mismo con mi ropa. También hice trizas mi cuaderno y todas las canciones sueltas que había escrito sobre ella. No me importó perderlas. De hecho, no quiero que nadie las escuche jamás.

Forman parte de una mentira.

Ojalá nunca se las hubiera enseñado a mis amigos.

—No necesito nada. Estoy bien. —La mentira me deja la garganta en carne viva.

—Te creería si no llevases dos días aquí encerrado. Estoy preocupada por ti, Alex.

Mi hermana entra en el dormitorio y, sin pensar, miro hacia la puerta. Ella me observa desde allí, pero estoy pensando en otra cosa. Hace dos días estuve besando a Holland justo en ese rincón. Ha entrado tantas veces en este lugar que su presencia está por todas partes.

¿Cómo diablos voy a olvidarla si parece que sigue aquí?

Me gustaría hacerlo ya. Que fuera fácil. Borraría todos estos meses de mi memoria sin pensármelo dos veces. Ojalá no la hubiera conocido. Si no se hubiese cruzado en mi camino, ahora no me sentiría como si me hubiesen clavado una estaca con espinas, justo en el centro del pecho, y estuvieran retorciéndola sin piedad.

Cruzo las piernas sobre la cama y me tapo la cara. No puedo más. Soy patético. Pensar en ella hace que el nudo que tenía en la garganta se vuelva cada vez más insoportable y, cuando quiero darme cuenta, se me escapan las lágrimas. Me las limpio rápidamente porque no quiero que me vean llorar.

Pero ya es demasiado tarde.

—El amor es una mierda —digo.

—Lo sé —responde mi hermana, y parece que se atraganta con las palabras.

Después, se acerca y me envuelve entre sus brazos.

Escondo la cara en su cuello y me abraza con fuerza, como si creyera que, si me suelta, podría hacerme pedazos. Puede que tenga razón. Me acaricia la nuca, con los dedos temblorosos, y sé, porque la conozco, que sufre con esto tanto como yo. Blake es así. Se preocupa demasiado por mí.

Odio que me vea así, pero ya no soy capaz de fingir que estoy bien.

—Sam nos ha contado lo que ha pasado. —Escucho decir a Finn.

—Lo siento, tío —añade Mason.

—No me creo que te haya hecho esto. Holland es... es una...

Oír su nombre me retuerce el corazón. Me separo de mi hermana y sacudo la cabeza, mientras me seco las lágrimas con el brazo.

—No la insultes. Es tu amiga —le recuerdo.

—Me da igual. Te ha roto el corazón.

—No es culpa suya.

«No tiene la culpa de que yo no sea suficiente».

No me atrevo a mirarlos porque no soportaría ver que sienten lástima por mí. Estoy roto, ¿y qué? Tampoco es como si fuera la primera vez. Lo superaré, como hago siempre. Estoy acostumbrado a que mi mundo se haga pedazos justo cuando parece que todo va bien.

No quiero seguir auto compadeciéndome. Detesto parecer débil, sobre todo si ellos están delante. Así que reúno todas mis fuerzas y me levanto. Me acerco a la cómoda para cambiarme la camiseta del pijama por una más decente.

—De paso, podrías darte una ducha —bromea Finn a mis espaldas.

Su comentario me pone de mal humor.

—Siempre puedes largarte y dejarme en paz.

—Alex —me recrimina Blake.

Miro a Finn, que ya no sonríe. Frunce los labios y susurra una disculpa. Parece que mi contestación le ha sentado mal. Suspiro. No hago nada bien.

—Lo siento. No iba en serio —le aseguro.

Asiente y desvía la mirada.

—Tranquilo. Estoy acostumbrado a que estés de mal humor por las mañanas.

Fuerzo una sonrisa que nadie se cree. Después, me siento en la cama y pienso en que tiene razón. Debería darme una ducha, aunque esperaré hasta que se vayan.

Han venido a animarme, pero la única persona que sería capaz de hacerme sentir mejor es la misma que me ha puesto en esta situación. Cuento mentalmente. Somos cuatro y, en total, en el grupo estamos seis. Eso significa que Holland solo tiene a una persona. A Sam. Los demás están aquí conmigo.

¿Por qué tengo mayoría?

—¿Qué os ha contado Sam, exactamente? —inquiero, aunque no sé si quiero saber la respuesta.

Mason hace una mueca, pero quien contesta es Blake.

—No mucho. Holland está tan poco comunicativa como tú.

Oír eso me pone alerta. Me vuelvo hacia ella rápidamente.

—¿Has hablado con ella?

—Lo he intentado, créeme, pero no me coge el teléfono.

—A mí tampoco —corrobora Mason.

Miro a Finn, que asiente.

—Yo sí he hablado con ella. —Lanza una mirada de reproche a los demás—. Quizá sea porque sabe que soy el único que no la acribillaría a preguntas.

—Y porque la llamaste de madrugada y creyó que estabas en problemas —carraspea Mason.

Finn le resta importancia como un gesto.

—Detalles.

—¿Cómo está? —pregunto.

Se vuelven hacia mí.

—Alex... —intenta decir mi hermana.

—Dejad de tratarme así. Quiero saberlo. Han pasado dos días.

Nos quedamos en silencio. Tras intercambiar una mirada con mi hermana, Finn suspira.

—No hablamos mucho, pero está destrozada, igual que tú.

Por alguna razón, siento alivio. No creo que esto le duela tanto como a mí, pero está bien saber que, al menos, no ha vuelto a su vida como si nada. He sido importante para ella. Aunque sea solo un poco. Aunque solo sea como amigos. Aunque no me quiera. Aunque se haya dado cuenta de que, haga lo que haga, jamás seré suficiente.

Me pregunto si les habrá contado a los chicos lo que me dijo el sábado. He recreado nunca discusión miles de veces en mi cabeza y, a estas alturas, estoy convencido de que no la olvidaré nunca. ¿Saben ellos que Holland ha estado mintiéndome durante dos meses? ¿O está demasiado avergonzada como para contárselo?

Quizá por eso no quiera hablar con ellos.

—Si me echa de menos, creo que eso tiene fácil solución —respondo, y dejo caer los hombros.

Si me llamase ahora mismo, no dudaría en responder. Pero ni siquiera ha contestado a mis mensajes. Evito decirles a mis amigos que anoche le escribí varios porque me siento como un idiota cuando pienso en ello. Dudo que los haya leído.

¿Tan poco le importo?

—Escucha —dice Mason, apretándome el brazo—, sé que piensas que todo es una mierda, pero pasará. Lo superarás con el tiempo. Esto me da muy mala espina, Alex. Holland es mi amiga y la quiero, pero hace unos días decía que estaba enamorada de ti y ahora se comporta como una arpía. No la entiendo. Es evidente que tiene asuntos que resolver.

Lo que más aprecio de Mason es que es sincero. Siempre. Nos conocemos muy bien y por eso entiendo enseguida a qué se refiere.

—Crees que no se arrepentirá, ¿verdad?

He estado dos días aquí encerrado, sin separarme del móvil por si acaso me llamaba. Por si de pronto se daba cuenta de que me quería y me pedía que volviésemos a estar juntos.

Mason aprieta los labios con consecuencia.

—No sé si se arrepentirá o no, pero no deberías hacerte ilusiones. Tienes que pasar página o cada vez estarás peor.

Directo y sin anestesia. No puedo respirar.

—No sé cómo olvidarla —confieso.

Nos quedamos en silencio. Ellos también parecen tristes y me pregunto si será por mí, o si será porque saben que, de ahora en adelante, nada volverá a ser igual. No soportaría estar en la misma habitación que Holland y dudo mucho que ella quiera verme a mí.

No solo hemos roto nuestra relación. Estamos rompiendo el grupo.

—Paso número uno —dice Blake, alargando el brazo—: dame tu móvil.

Obedezco sin pensármelo dos veces y dejo que haga aquello que yo he sido incapaz de hacer: borra todas nuestras fotos y nuestro historial de conversaciones. Supongo que es una buena forma de olvidar una historia; fingir que nunca existió.

De pronto, Mason se pone de pie y me suelta:

—Paso número dos: mueve el culo y vístete. Nos vamos a correr.

Me falta poco para atragantarme.

—¿A correr? —repito.

Pero si yo me asfixio subiendo las escaleras.

—¿Estás de coña? —replica Finn y me señala—. Tiene la condición física de un colibrí. Le han roto el corazón y ahora tú quieres que se rompa los huesos. Desde luego, Alex, creo que deberías mandar a la mierda a este tío y nombrarme a mí como tu único y querido mejor amigo.

Aunque no quiero, eso me roba una sonrisa. Durante unos segundos, casi se me olvida lo destrozado que estoy.

—Doy por hecho que tienes un plan mejor —gruñe Mason.

—Por supuesto. —Finn se pone de rodillas en la cama y saca su teléfono—. Señoras y señores, os presento el mejor videojuego de la historia: el K. K. Splash Pro.

Mason resopla y yo me esfuerzo por no reírme.

—No he jugado nunca —admito.

Finn parece ofendido.

—Oh, querido, eso tiene que cambiar.

Acto seguido, se sienta a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja. Me enseña la pantalla y le da a play, y por fin descubro en qué consiste. Trata sobre un hombre —el personaje principal— que está teniendo un apretón urgente y necesita cruzar todo un laberinto para alcanzar el retrete.

No tiene mucho misterio, pero debe ser adictivo, porque Finn va por el nivel sesenta y dos.

—Hace unos días desbloqueé la opción de personalizar mi caca. ¿Quieres personalizar la tuya, Alex? Podemos ponerle peluca y brillantina. De momento, con la mía me he decantado por algo sencillo. Una caquita con ojos. Rosa. Simple, pero apasionante. ¿A que es una pasada?

Parece tan emocionado que no me aguanto las ganas de reír. Asiento.

—Parece divertido —concuerdo, y miro a Mason mientras verbalizo un «no».

—¡Por fin alguien me entiende! —exclama Finn.

Su primo esboza una sonrisa burlona. Finn parece emocionado y no quiero que se sienta mal, así que me encojo de hombros.

—Me encantaría pasarme toda la tarde jugando, pero tengo que estudiar.

De pronto, todos me miran. Me pregunto si pensaban que me rendiría. No tengo ánimos para nada, mucho menos para estudiar, pero tengo que hacerlo porque necesito una beca si quiero ir a la universidad. Y todavía no tengo muy claro qué es lo que quiero hacer. La idea de apalancarme en mi habitación y no abrir un libro estos días es muy tentadora, pero no quiero arrepentirme en el futuro.

Hace unas semanas hablé con Holland sobre esto. Le conté que quería quedarme aquí, en Newcastle, y terminar mis estudios en el conservatorio. Sin embargo, papá se presentó en mi cuarto hace unos días con información sobre varias carreras universitarias que están relacionadas con la música y algunas me llamaron la atención. Quiero dedicarme a esto, pero aún no sé cómo enfocar mi futuro.

Menos aún ahora que Holland no forma parte de él.

Supongo que fui ingenuo al pensar que seguiríamos juntos después del instituto.

Quiero que su nombre salga de mi cabeza. Como si pudiera leerme la mente y quisiera ayudarme, Mason choca su hombro con el mío, sacándome de mi ensimismamiento.

—Te ayudaré con las matemáticas, pero tendrás que echarme una mano con literatura.

—Está hecho.

—Me apunto —anuncia Finn—. No se me da bien ninguna asignatura, pero os deleitaré con mi presencia a cambio de vuestra ayuda.

Se me escapa una sonrisa. Estudiar me ayudará a mantener la mente ocupada y, si además tengo buena compañía, mucho mejor.

—Muy bien. Ahora ve a darte una ducha. —Blake me señala con autoridad y luego mira a los chicos—. Mi padre no está, no me apetece cocinar y dudo mucho que Alex esté de humor para meterse en la cocina, así que pediré algo para comer. ¿Os quedáis?

Ellos asienten y yo me levanto y me desperezo.

—¿Podemos pedir pizza? —pregunta Finn, emocionado.

—A la ducha —repite Blake, mirándome.

—A sus órdenes, mi sargento.

Mi hermana sonríe y rueda los ojos. Acto seguido, Finn y ella salen de la habitación para llamar a la pizzería y me quedo a solas con Mason. Él también se levanta.

—Te he traído una cosa. —Abre su mochila y saca un cuaderno con las pastas de color negro—. Blake me ha dicho que has hecho trizas el tuyo.

Trago saliva. Lo cojo y le echo un vistazo. Es nuevo y las hojas son blancas y lisas, sin líneas o cuadrícula, igual que el anterior.

—No llevo bien las rupturas —me excuso, en voz baja.

—Nadie las lleva bien. —Me dedica una sonrisa forzada y me mira a los ojos—. Pero, eh, lo superarás. Finn y yo te ayudaremos. Puedes contar con nosotros. Lo sabes.

Sí, lo sé, y no sé cómo agradecerles que sean mis amigos. Tampoco se me ocurre nada que decir, así que cierro el cuaderno.

—¿Quieres aprovecharte de mi corazón roto para que escriba más canciones? —bromeo. O, al menos, lo intento.

Pero Mason no sonríe.

—Sé que te cuesta hablar sobre estas cosas. Sueles guardártelo todo para ti. A veces uno necesita desahogarse, Alex, y está bien. Nadie tiene por qué leerlo —me dice, y empuja el cuaderno hacia mí—. Si hay algo que no eres capaz de decir, escríbelo.

Sus palabras me calan. Bill me dijo en su día que las mejores canciones se escriben así, viviendo, y me pidió que me arriesgara a que me rompieran el corazón. Bien. Lo hice y este ha sido el resultado. Pero supongo que Mason tiene razón. No tiene sentido luchar contra las ganas que tengo de escribir lo que siento.

—Gracias —respondo, con sinceridad.

Me sonríe. Después, hace una mueca de asco y me empuja.

—Ahora dúchate. Das asco.

Me río y le saco el dedo de en medio, pero ya se está alejando.

—Capullo —lo insulto, mientras sale de la habitación.

—Y con orgullo.

Me echo a reír. Luego, miro el cuaderno. Necesito expresar de alguna forma lo que siento desde que Holland se fue. Y la única manera que se me ocurre es escribir.

Como decía mamá, la música siempre estará ahí para mí.

Y hoy he descubierto que, pase lo que pase, 3 A. M. también lo estará.


Holland

Unas semanas después

Siempre he pensado que 3 A. M. supuso un antes y un después en mi vida. Antes de conocer a Alex y a los chicos, mi mundo estaba hecho un desastre. Irrumpieron en mi rutina como un huracán y lo pusieron todo patas arriba. Me dieron la oportunidad de mostrarme tal y como soy. Con ellos, pude mostrar una versión nueva y mejor de mí misma.

Odio con todas mis fuerzas a la Holland que era antes, pero, sinceramente, me encantaría parecerme a ella ahora mismo.

Dejar a Alex también ha supuesto un antes y un después.

Ahora estoy peor que nunca.

Han pasado catorce días desde que mentí diciéndole que no le quería y mi corazón está ya tan casado de torturarse que juraría que ha dejado de latir. Normalmente nadie habla sobre esas cosas. Se han escrito canciones y poemas sobre corazones rotos, pero siempre se cuentan desde el punto de vista de quien lo padece. No de quien lo provoca y sufre igual o más.

No sé si estuve enamorada de Gale en su día, pero lo que siento ahora no se compara a lo que sentí cuando rompimos. Eso fue como pincharse accidentalmente el dedo con un alfiler, mientras que esto se parece más a que te atraviesen el corazón con una estaca. A veces me pregunto qué habría ocurrido si hubiera sido al revés. Si Alex me hubiera hecho pedazos a mí. Si me hubiera dicho que no significo nada para él.

Seguro que habría dolido menos.

Sé cómo está porque Sam me mantiene al día. Al principio no quería darme información, pero le convencí de que necesitaba saber que Alex estaba bien. Una mentira más, supongo. que Alex no está bien. Piensa que no le quiero y que no es suficiente. Que lo he tratado como a un juguete de usar y tirar. También sé que esa noche cedí ante la presión y que dije cosas que jamás debería haber dicho. Sé que no podré reparar el daño que le he hecho.

Y que no me lo merezco.

Que he hecho bien en dejarle marchar.

Pero también que lo echo de menos.

La añoranza es más fuerte en momentos como este, cuando tan lejos y tan cerca al mismo tiempo. Es una suerte que no nos sentemos juntos en francés, porque habría sido horrible tener que cambiarme de sitio y que se sintiera despreciado. Se encuentra a unas mesas de distancia, en su asiento de siempre, escribiendo en su cuaderno sin prestarle atención a nada más.

Se distrae a menudo. Es bueno en los idiomas y sabe que no necesita prestar atención para sacar dieces en los exámenes. Se ha pasado toda la semana apuntando cosas en un cuaderno que no es el suyo. Me pregunto qué habrá hecho con el que tenía antes; ese que usó para escribir todas las canciones que, según dijo, hablaban sobre mí.

Puedo imaginarme a dónde habrá ido a parar.

Sam no me lo ha dicho, pero Alex me odia. Seguramente Blake se aguanta las ganas de darme un tortazo cada vez que nos cruzamos por el pasillo. No hemos hablado en semanas, pero sé que su hermano es su prioridad. Y yo le he hecho mucho daño. Tampoco me he atrevido a hablar con Mason. Solo quedo con Sam y antes respondía a las llamadas de Finn, pero ya no se molesta en llamarme.

No me acerco a ellos en el instituto porque todo esto es culpa mía y Alex necesita espacio. Fueron sus amigos antes que los míos. Sentarme en su misma mesa y obligarle a soportar mi presencia sería cruel, así que me salto los almuerzos y me encierro en la biblioteca. De todas formas, no tengo mucho apetito últimamente. He adelgazado varios kilos.

Probablemente Alex preferiría no tener que verme en clase de francés, pero no puedo hacer novillos. No suele mirarme, de todos modos. Está siempre perdido en sus cosas. Ojalá pudiera decir lo mismo, pero mis ojos no se separan de él. Ahora presto más atención a todos esos detalles que no sabía que me gustaban tanto, como la forma en que se despeina cuando se frustra o cómo se muerde el labio, concentrado, mientras escribe.

Ahora hace lo primero. Se pasa una mano por el pelo y levanta la mirada, y me apresuro a prestarle atención a la profesora cuando él mira en mi dirección. Mi corazón da un vuelco. Intento concentrarme en la clase porque, si no me saco su nombre de la cabeza, no podré resistir las ganas que tengo de acercarme a él y abrazarle y decirle que soy idiota y que lo siento.

Pero soy dura. Como una piedra. Al menos, de cara al exterior. Mis padres me han enseñado a ser así. Me he maquillado y me he alisado el pelo y se me da tremendamente bien fingir que todo va bien. Cuando suena la campana, Alex recoge sus cosas a toda prisa. Me distraigo hablando con mi compañero de mesa mientras lo sigo disimuladamente con la mirada hasta que sale del aula.

Mis murallas se derrumban en cuanto desaparece. Lleno mis pulmones de aire y me levanto, mientras lucho por no echarme a llorar. No me permitiré hacerlo aquí, delante de todos. Así que me pongo a recoger mis cosas.

Por desgracia, soy más lenta de lo que debería. Cuando quiero darme cuenta, todos se han marchado y mis antiguas amigas me rodean para salir, pero Stacey no va con ellas.

—¿Problemas en el paraíso? —Me tenso al oír su horripilante voz a mis espaldas, pero no me vuelvo—. Lástima. Hacíais buena pareja.

Los rumores se corren como la espuma y me sorprende que haya tardado tanto en venir a regocijarse.

—Métete en tus asuntos, Stacey.

—Las chicas han empezado a pelearse por él, ¿sabes? Han apostado por ver quién consigue tirárselo primero. —Sonríe con satisfacción—. Seguro que tú no lo has hecho todavía. Apuesto a que eras tan estrecha con él como con Gale y que por eso te ha dejado. ¿Me equivoco?

Es tan cruel. No me importa lo que piense sobre mí, pero me molesta lo que dice sobre Alex. ¿Una competición? ¿Qué piensan que es, un trofeo? Se me encoge el corazón al imaginármelo con otra. Besando a otra, abrazando a otra, escribiendo sobre otra. No puedo ni pensarlo.

Sonríe cuando nota que sus comentarios me han afectado. Me encantaría llevarle la contraria, pero no voy a dejar que me sonsaque información. Seguro que, en cuanto se entere de por qué hemos roto, lo publicará en su estúpida cuenta de Instagram.

—Alex se merece a alguien que tenga un buen corazón y ninguna de vosotras cumple con ese requisito —contesto.

Creo que yo tampoco.

Stacey resopla y se burla de mí. Me echo la mochila al hombro, lista para marcharme, pero me agarra del brazo para impedírmelo.

—Mira, Holland, sé que no somos amigas, precisamente, pero considera lo que estoy a punto de decirte como una ofrenda de paz. Creo que mereces saberlo. —Si fuera consecuente, me marcharía sin dejarla hablar, pero la curiosidad puede conmigo. Arqueo las cejas para que continúe. Stacey suspira—. Gale sigue pillado por ti. Estaría más que encantado de volver contigo, si le dieras una oportunidad. Ahora que lo tuyo con ese chico se ha acabado, puede que sea hora de salir con alguien que realmente te merezca.

Se me forma un nudo en la garganta. Alguien que me merezca.

Alguien que se merezca a una persona como yo.

—No me interesa.

Me marcho sin decir nada más y, por suerte, Stacey no me sigue. Tengo muchos asuntos pendientes ahora mismo como para preocuparme por Gale. Lo nuestro está más que superado. No volvería con él ni aunque me pagasen, pero no puedo negar que, en el fondo, creo que Stacey tiene razón. Al menos, en parte.

No me merezco a alguien como Alex.

Puede que esté destinada a salir con capullos que me rompan el corazón a mí y no al revés.

Suspiro. Me duele la cabeza porque últimamente pienso demasiado. También lloro a menudo, cuando no me ve nadie, por las noches, en mi habitación. Además, mis padres se han enterado de que he roto con Alex y no dejan de repetirme lo orgullosos que están de mí por haber tomado esa decisión. He intentado aislarme y concentrarme solo en estudiar, pero no soy capaz.

Estoy agotada.

Mi único consuelo es que solo quedan unos días de exámenes y después habré terminado mi último año de instituto. El viernes se celebra la graduación, pero creo que iré al acto y poco más. No estoy de humor para fiestas. Esa misma semana, me reuniré con el rector de la universidad de Manchester. Los chicos ya no estarán aquí, porque se van en seis días. Tengo la fecha marcada en el calendario porque me gusta torturarme.

Mason y Blake se han cansado de insistir y ya no me hablan. Finn cada vez está más distante. Alex no me mira a la cara. Me he convertido en la mala de la historia y, aunque sabía que esto ocurriría, me duele. Estoy tan cansada de esta situación. Es insoportable.

Ni siquiera sé por qué Sam sigue queriendo relacionarse conmigo, pero está esperándome en mi taquilla cuando llego.

—Tienes buen aspecto —comenta, recostándose en la pared contigua.

Suspiro mientras introduzco la combinación.

—Es pura fachada.

—Mira el lado bueno. En unos días habremos terminado y estaremos un paso más cerca de ser universitarios.

Pensar en ello no me da ánimos, precisamente, pero me lo callo.

—Sí, supongo.

Sam piensa en silencio su siguiente movimiento. Quiere sacar conversación, pero no sabe cómo porque últimamente estoy distante. Guardo mi libro de francés en la taquilla y saco el de matemáticas.

—¿Qué vas a ponerte para la graduación? Doy por hecho que estarás espectacular.

Ni siquiera sonrío ante el cumplido.

—No me he comprado nada.

—¿Qué dices? Empezaste a buscar un vestido el verano pasado.

Me sorprende que se acuerde. A principios de curso, veía la graduación como la oportunidad perfecta para destacar. Stacey y yo nos pasamos horas hablando sobre cómo iríamos vestidas. Pero eso era antes. ¿Ahora?

Ahora solo quiero encerrarme en mi cuarto y no salir más.

Cierro la taquilla de golpe y Sam se asusta.

—Las cosas cambian —me limito a contestar.

Echo a andar por el pasillo y él suspira a mis espaldas. No avanzo mucho, sin embargo, porque enseguida me corta el paso. Su mirada severa se clava en la mía.

—Estoy harto de verte así —me suelta.

Me lo tomo como un ataque y, de pronto, estoy molesta.

—Perdóname por arruinarte el día con mis problemas. Mi vida es una mierda ahora mismo y lidio con ello lo mejor que puedo. Si tanto te molesto, lárgate.

Quiero irme de aquí, pero me agarra el brazo para impedírmelo y tira de mí para que me vuelva hacia él.

—Lo echas de menos.

Se me forma un nudo en la garganta.

—Eso da igual.

—Ve y soluciónalo. Estás actuando como una niña.

—No hay nada que solucionar. Salir con Alex fue un error y, mientras antes lo asumas, mejor.

Miento aunque sé que no me creerá. Lo llamé llorando esa noche y supo desde entonces que algo no encajaba. No puedo engañar a Sam. Me conoce demasiado bien. Está convencido de que estoy enamorada de Alex y creo que se imagina qué razones tuve para romper con él.

—Dime, ¿te funciona decirlo en voz alta? ¿Así es como te convences a ti misma? Porque déjame decirte que es patético.

Gimo con desesperación y me zafo de su agarre.

—Vete al infierno, Sam.

—Te encantaría venir conmigo.

—Púdrete.

—Estaremos en Londres en una semana —dice, como si creyera que se ha podido olvidar—. Se te acaba el tiempo.

Oírlo en su boca hace que sea más real. Trago saliva.

—Solo tendré que aguantar así una semana más —respondo en voz baja.

Sam se agarra el puente de la nariz, exasperado. Seguro que está conteniéndose para no darme una paliza.

—Te encanta complicar las cosas, ¿no? Ya has conseguido lo que querías. ¿Qué sentido tiene seguir con esto?

Mi molestia pasa a un segundo plano cuando analizo sus palabras.

—¿Qué? —susurro, sorprendida.

—Alex viene con nosotros. El otro día fuimos a cenar a su casa. Habíamos planeado una encerrona y no pudo negarse. Solo necesitaba un empujoncito. Ahora está convencido de que Londres es justo lo que necesita.

El corazón se me detiene durante un segundo.

Así que es verdad. Se va. Dentro de una semana, Alex estará a cuatrocientos kilómetros de esta ciudad. De mí.

Espero sentir algo; emoción, alegría u orgullo por la victoria. Estaba segura de que este momento llegaría tarde o temprano y de que, cuando eso pasase, todo lo que hice, todas las lágrimas que he derramado estos días, habrían merecido la pena.

Pero no es así. No estoy contenta. Ni ilusionada.

En su lugar, un profundo sentimiento de tristeza me aplasta los pulmones. Supongo que, en el fondo, una parte de mí, la que es más egoísta, está decepcionada porque quería que Alex eligiese quedarse.

—Seis días —me recuerda Sam—. No dejes que se vaya pensando que no sientes nada por él.

Me obligo a tragarme el nudo que tengo en la garganta.

—No siento nada por él —miento.

—Vuelve a decir eso y me las arreglaré para dejarte calva.

Su amenaza me sorprende tanto que, quizá, en otro momento, me habría echado a reír. Pero ahora no me apetece. Me paso las manos por la cara y suspiro.

—Me odia, Sam, y está en todo su derecho. Soy una persona horrible.

—Has tomado una decisión horrible, pero eso no te convierte en una mala persona. Creías que estabas haciendo lo correcto. No puedo culparte por ser imbécil.

Quiero defenderme. Quiero explicarle que era mi única opción y que en ese entonces no se me ocurría otra alternativa. Mi novio —ahora ex novio— quería renunciar a sus sueños por mí y no sabía que sus amigos me lo habían contado. Me hubiera gustado sentarme y hablar tranquilamente con él, pero, ¿y si no funcionaba? ¿Y si discutíamos y él culpaba a los chicos? ¿Y si acababa dándole, sin querer, más motivos para quedarse?

No obstante, no replico porque sé que me equivoqué. Cometí un error de esos que nunca olvidas. Le rompí el corazón a la persona más importante de mi vida. Me aproveché de sus inseguridades. Alex creía que no era suficiente para mí y tuve la poca decencia de hacerle creer que yo pensaba lo mismo, cuando la realidad es que creo que él es demasiado bueno para alguien como yo.

Fue una decisión apresurada y estúpida. No tenía por qué enfrentarme a ello sola. Podría haber esperado y haberme aliado con su padre y los chicos. Tendría que haber estado presente en esa cena, a su lado, entrelazando mis dedos con los suyos y demostrándole que, fuera cual fuera su decisión, le apoyaría.

Pero lo que hice en su lugar fue tomarme la justicia por mi mano y destruirlo.

—No me merezco que me perdone.

Nadie me hará pensar lo contrario. Sam suspira.

—Eso lo decide él. Más te vale preparar un buen discurso de disculpa. Si quieres mi opinión, creo que deberías ponerte de rodillas.

Ruedo los ojos al ver que sonríe.

—Seguro que eso lo solucionaría todo.

—Por supuesto. Ya de paso, podrías aprovechar la posición para...

Le tapo la boca con una mano.

—Cállate —le ordeno. Sam estalla en carcajadas y se zafa de mi agarre.

—Nos vamos el lunes. Había pensado en organizar algo el domingo, si te parecía bien. E invitarlos a todos. Podríais quedaros a dormir en mi casa. Sería algo así como una fiesta de... —Se atraganta con las palabras—, ya sabes, de despedida.

Trago saliva. Despedidas. Me duele pensar en que tendré que enfrentarme a ellas tarde o temprano. Se suponía que Sam y yo no volveríamos a separarnos. Hicimos esa promesa cuando volvió de Francia, después de haber estado un año estudiando allí.

—No me queda otra que asistir, ¿verdad? —me rindo, suspirando.

—Verdad. —Me dedica una de sus sonrisas insoportables—. Cuando hables con Alex, no más mentiras. Cuéntale la verdad. Se merece saber por qué has hecho todo esto.

Asiento, aunque cuesta. Me echaré a llorar en cuanto empiece esa conversación, ya lo he asumido. Tengo tantas ganas de tocarle, de estar cerca de él y de lanzarme a sus brazos que, siempre que estamos en la misma habitación, parece que me arden los dedos.

—Meteré la pata —le advierto, y él sonríe.

—Estará acostumbrado.

—Capullo.

Sam se ríe y me revuelve el pelo, pero sus carcajadas cesan cuando nota que me cuesta sonreír. Me mira en silencio, como si acabase de acordarse de que, de aquí a unos días, ya no podremos hablar así, cara a cara.

—Voy a echarte de menos —dice.

Sin añadir nada más, tira de mí para que nos demos un abrazo. Intento refugiarme aquí y ahora, en este momento, y no pensar en lo que vendrá después. No sé qué haré cuando se vayan. No sé cómo soportaré estar sin los chicos. Sin Alex. No sé qué será de mi vida sin mis amigos.

No soporto pensar siquiera en ello.

Pero no puedo evitarlo. Queriendo fingir, durante solo unos minutos, que todo va perfectamente, abrazo a Sam con más fuerza, como si temiera que desapareciese entre mis brazos, y le susurro que yo también.

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