Cántame al oído | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

2M 228K 344K

«Escribiría todas mis canciones sobre ti». Holland finge que tiene una vida perfecta. Alex sabe que la suya e... More

Introducción
01 | Mi rata es una superviviente.
02 | Conociendo a Holland Owen.
03 | Rumores que hieren.
04 | Somos unos cobardes.
05 | Un tratado de paz.
06 | La música no es lo mío.
07 | K. K. Splash Pro
08 | Rota en pedazos
9 | Con la música en las venas
10 | Nociones básicas de supervivencia
11 | Los archivos del despacho de dirección
12 | Indestructible
13 | Dedícate a lo que te haga feliz
14 | Nuestra primera canción
15 | Oportunidades
16 | Asumiendo la realidad
17 | Mi verdadero yo
18 | Arriésgate a que te rompan el corazón
19 | Todas mis canciones suenan a ti
20 | Recuerdos que no duelen
21 | Consecuencias
22 | Un corazón roto
23 | Una pareja para el baile
24 | Quien soy en realidad
25 | Primeras veces
26 | Siempre que me necesites
27 | Mil y una veces
28 | Artísticamente hablando
29 | Dibújame cantando
31 | El precio de soñar
32 | Lo que mereces
33 | Sigue latiendo
34 | Efectos colaterales
35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte
Epílogo

30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo

45.4K 5.7K 15.7K
By InmaaRv


30 | Ser feliz y tomarse el lujo de no saberlo

Alex

En mi casa, los veintiséis de marzo siempre han sido especiales. Cuando mis padres decidieron tener un hijo, nunca pensaron que pillarían una oferta de dos por uno y que Blake vendría pisándome los talones. Así fue como un día cualquiera de primavera acabó convirtiéndose en un motivo de doble celebración.

La forma en que han evolucionado nuestras fiestas de cumpleaños con el paso de los años es digna de ser documentada en los libros de historia. Cuando éramos pequeños, mi hermana y yo solíamos celebrarlo juntos, con nuestros familiares. Más tarde, cuando entramos en el colegio, empezamos a hacer fiestas separadas porque ella tenía sus propios amigos; y después llegamos al instituto y Blake se dio cuenta de que su hermano era un asocial sin remedio, así que decidió que volveríamos a celebrar juntos nuestro cumpleaños.

Tenía la esperanza de que este año fuera especial. Por primera vez en mi vida, tengo un grupo de amigos con los que me siento realmente a gusto y estaba deseando pasar este día con ellos. Cumplo dieciocho. Uno no se hace mayor de edad todos los días. Sin embargo, a principios de semana vino Mason, con cara de arrepentido, a decirnos que le habían programado un partido muy importante para esta misma noche.

Sam y Finn se habían comprometido a ir a verle jugar, así que tampoco estarían. No nos quedó más remedio que posponer nuestro decimoctavo cumpleaños a un día después.

De forma que el viernes me despierto con cero expectativas sobre mi primer día siendo mayor de edad. Lo único que me mantiene emocionado es la sorpresa que he preparado para Blake. Ya es tradición que compitamos todos los años por ver quién consigue hacerle al otro el mejor regalo. He asumido que este año voy a ganar. Sin embargo, papá y yo hemos acordado que dejaremos que se pase amargada todo el día y que no le daremos la sorpresa hasta esta noche porque, si yo sufro, ella sufre conmigo.

Esa mañana, desayunamos todos juntos y papá nos canta una versión muy cutre de «cumpleaños feliz» antes de dejar que nos vayamos al instituto. Me cuesta mirar a mi hermana y pensar que ya tiene dieciocho años. El tiempo pasa muy rápido y parece que fue ayer cuando estaba metiéndose lápices por la nariz.

Me cruzo con todos mis amigos antes del almuerzo, excepto con Owen, y por eso entro en el comedor con especiales ganas de verla, pero mi ánimo cae en picado cuando Sam me dice:

—Está mala con fiebre desde ayer. No ha venido a clase.

Genial.

Intento que nadie note mi desilusión y me siento junto a los chicos. Espero que nos deseen cumpleaños feliz a todo volumen, porque sería típico de ellos, pero se limitan a mantener una conversación normal, como si fuera un día cualquiera, e incluso mi hermana parece decepcionada. Le escribo un mensaje a Owen para preguntarle si está bien, pero no contesta y me duele pensar que ha podido olvidarse de qué día es hoy.

No paso por casa cuando salgo del instituto, sino que voy directamente al Brandom. Me paso la tarde ayudando a Bill a montar unas estanterías e intento no sentirme mal porque ni siquiera me haya felicitado.

Cuando anochece y ya es hora de cerrar, llamo a Blake para que se pase por el bar para recogerme. Ha estado todo el día en la biblioteca y no quiero que vea su regalo en casa sin que yo esté. Todavía no tengo noticias de Owen y mi día ha ido de mal en peor, pero nos pasamos todo el camino de vuelta hablando sobre tonterías y reírme me sienta muy bien.

Estoy tan emocionado cuando llegamos a casa que me cuesta actuar con normalidad. Me revuelvo inquieto hasta que el ascensor nos deja en nuestra planta y abro la puerta de nuestro apartamento con las manos temblorosas.

De pronto, oímos unas voces que gritan «¡sorpresa!» con tanta fuerza que me revientan los tímpanos.

Acto seguido, alguien nos lanza un cañón de confeti que me habría dado en la cara si hubiera estado diez centímetros más a la derecha.

—¡Finn, se supone que tienes que lanzarles el confeti, no todo el cañón!

Por si aún no había quedado claro, tengo a los mejores amigos del mundo.

Mi hermana, que ya está chillando, me esquiva para entrar primero y se pone a repartir abrazos con efusividad. Me doy cuenta de que están todos disfrazados. Abrazo a Sam, que lleva una pajarita casi más grande que su cabeza, y después saludo a Mason y a Finn, que se han puesto dos largas barbas multicolores de pelo sintético.

Presumen de lo bien que les quedan y yo me río y dejo que Finn se disculpe por octogésima vez por haber estado a punto de matarme sin querer el día de mi cumpleaños. Le aseguro que está todo olvidado, porque supongo que para eso están los amigos.

Luego voy a abrazar a papá. Me estruja entre sus brazos hasta que me crujen los huesos y escucho que murmura algo relacionado con lo rápido que hemos crecido. A su lado, está Bill, que me palmea el brazo con una sonrisa.

—No sabes lo que me ha costado llegar aquí antes que tú, niñato —me espeta antes de abrazarme.

Alguien ha puesto música y cuando me río no se me escucha. Hay mucha gente en mi salón: antiguos amigos de mi hermana y familiares a los que solo vemos en ocasiones especiales, como hoy, pero todo pasa a un segundo plano cuando la veo a ella.

Nuestros ojos conectan y Owen se endereza y se pone las manos tras la espalda. Lleva un gorrito de fiesta en la cabeza que es terriblemente ridículo y me parece una insolencia que incluso con él puesto me parezca guapa.

—Sé que llevo ignorándote todo el día —me dice en cuanto me acerco—. Los chicos me han obligado, ¿vale? En mi defensa diré que me ha costado mucho. Lo siento.

Se lanza a mis brazos antes que pueda responder, y yo me río y le abrazo por la cintura. Después se separa de mí y me mira, con los ojos brillantes. Su sonrisa derrocha plena felicidad. No me había dado cuenta antes de lo mucho que me gusta verla de esta manera.

—Feliz cumpleaños —susurra, empujándome el hombro con suavidad.

—Estás guapísima.

Se mira la ropa, creyendo que me refiero a eso.

—Te lo negaría, pero estos vaqueros me sientan tremendamente bien. Son mis favoritos.

Y no me extraña. Owen gira sobre sí misma, sonriendo para hacerme entender que es una broma, y mis ojos se clavan como dos imanes en su cuerpo. No quiero ser descarado, pero contenerme es difícil. No puedo dejar de mirarla. Desde luego, le sientan bien. Mejor que bien. No creo que ella sepa hasta qué punto.

De pronto, noto la boca seca.

Por suerte, Mason y Finn llegan en el momento más oportuno para rescatarme de esta tortura.

—¿Cómo llevas lo de poder ir a la cárcel? —me suelta Mason, pasándome un brazo sobre los hombros.

—¿Y lo de estar un año más cerca de morirte? —añade Finn.

—Y no olvidemos que ahora lo tuyo con esta de aquí —continúa Mason, apuntando a Owen con un dedo— está técnicamente prohibido.

Finn asiente con franqueza y cruza las piernas, apoyándose en mi hombro.

—Dime, bonita, ¿cuánto te queda para ser legal?

Owen enarca las cejas y nos mira a los tres con desconfianza.

—Mi cumpleaños es en septiembre.

En cuanto la oyen, Finn suelta una carcajada y Mason esboza una sonrisa burlona que hace que me tema lo peor. Me da unas palmaditas en la espalda, como si quisiera consolarme.

—¿Has oído hablar sobre el síndrome de abstinencia?

—No podríais ser más imbéciles —les suelta Owen, y se marcha de mal humor.

Al menos tienen la decencia de esperar hasta que se ha alejado para estallar en carcajadas. Me giro para mirarla, aturdido.

A mi lado, Finn suelta un silbido.

—No sé a ti, tío, pero a mí me parecía cabreada.

Me vuelvo hacia él con cara de pocos amigos.

—No me jodas.

—Está molesta porque lleváis dos semanas en este plan y todavía no le has pedido salir —me explica Mason, asintiendo como si creyese que posee la sabiduría absoluta.

—Han sido más —rebato, y me gano la atención de ambos. Me aclaro la garganta—. Llevamos juntos más de un mes. —Una sonrisa burlona crece en sus rostros y me aguanto las ganas de mandarlos a la mierda—. ¿Podéis dejar de reíros de todo lo que digo?

Intentan ponerse serios, pero no da resultado y acaban riéndose con ganas. Suspiro. No sé si estoy molesto o qué. He sentido muchas emociones en poco tiempo. La música sigue sonando a nuestro alrededor y mi casa está llena de gente a la que aún no he saludado, y ya llevo un rato perdiendo el tiempo con los imbéciles de mis amigos.

—Ahora en serio, tío —dice Mason—. Hoy es tu cumpleaños. Ya tienes dieciocho y eso significa...

—¡Que te vamos a emborrachar!

Ambos miramos a Finn.

—No —responde Mason, muy despacio—. Como iba diciendo...

—El otro día oímos a Holland hablando con una de sus amigas —le interrumpe Finn—. Estaba diciéndole que no tenía nada serio contigo y, colega, eso es muy mala señal. Tienes que mover el culo y hacer algo. Ya.

Alterno la mirada entre los dos. Me cuesta tomármelos en serio si siguen llevando esas barbas tan ridículas, pero creo que la situación lo requiere.

Trago saliva.

—¿La oísteis decir eso?

—Sí, pero no como diciendo «no estamos juntos, así que puedo liarme con quien quiera» —aclara Mason, que me conoce y sabe que mi cerebro ya estaba poniéndose a formular sus teorías—. Más bien, su tono era un claro «no vamos en serio porque es un imbécil».

Pestañeo. ¿Se supone que eso debería consolarme?

Finn chasquea la lengua y señala a Mason.

—Yo no podría haberlo descrito mejor.

Su primo sigue mirándome con seriedad.

—Tienes que pedirle salir. A ser posible, esta noche.

—Es tu cumpleaños, Alex. Será mega sentimental. A las tías les van esas cosas.

—No sé cómo se hace —les recuerdo, entre dientes.

—¿Qué, quieres que te hagamos una representación teatral? —me espeta Mason.

Finn da un saltito de emoción.

—¡Me pido ser Holland!

Sus estupideces me habrían hecho reír en otra ocasión, pero ahora estoy muy tenso. Mason suspira y me dice:

—Solo sé tú mismo.

—Ese consejo es una mierda —rebate Finn—. Míralo, Mase. El chaval necesita instrucciones. Un tutorial. Un croquis. ¡Algo!

Muy bien. Me estoy agobiando.

Doy unos pasos para alejarme de ellos y me paso las manos por la cara, frustrado. Sabía que tendría que enfrentarme a este momento tarde o temprano, pero no esperaba que tuviera que ser precisamente hoy. Ni que Holland hubiera estado dándole vueltas al tema. Si tanto le preocupa, ¿por qué no me lo ha dicho?

¿Por qué le da tanta importancia, de todas formas? Hablamos sobre esto hace unos días. No estoy interesado en nadie más. Por el amor de Dios, pero si llevo detrás de ella prácticamente desde que empezó el curso.

Además, ¿por qué espera que sea yo quien se lo pida? ¿No puede ser al revés?

—No tienes nada que perder. Ambos sabemos que no va a decirte que no. —Escucho decir a Mason, que me agarra de los hombros y hace que me gire—. Cuando a Holland Owen no le interesas, se nota. Esos tíos de ahí han estado tocándole las narices toda la tarde y ella se ha encargado de dejárselo bien claro.

Cuando sigo su mirada, mis cejas se juntan por sí solas.

—Yo conozco a esos tíos.

Me zafo de su agarre y camino hasta ellos sin ser consciente de mis actos. La última vez que vi a Frank y a Connor fue en verano. Se hicieron muy amigos de mi hermana, pero yo nunca les caí bien. Llegamos a estar en la misma pandilla y su mayor entretenimiento siempre fue destrozarme la autoestima con sus comentarios «sin maldad».

Solo que esto Blake, como es obvio, no lo sabe.

Supongo que papá los habrá invitado creyendo que nos alegraríamos de volver a vernos. A mi hermana seguramente le hará ilusión, pero a mí su presencia me molesta. De todas formas, cuando me paro frente a ellos, ambos esbozan una gran sonrisa, como si me hubieran echado de menos.

—¡Pero si sigues vivo! —exclama Frank—. Creíamos que habías desaparecido del mapa. ¿Han pasado, cuántos, seis meses?

«Pocos me parecen», pienso. Fuerzo una sonrisa.

—¿Qué os trae por aquí? ¿Os ha invitado mi padre?

—No queríamos perdernos el cumpleaños de nuestros gemelos favoritos —dice Connor.

—Somos mellizos —apostillo, y le resta importancia con un gesto.

—Como sea. —Levanta su vaso en el aire—. ¡Feliz cumpleaños!

Si mis instintos no me fallan, está borracho. O, al menos, contento. Espero que no tarden mucho en largarse, porque oírles desvariar durante toda la noche va a ser una tortura.

—Me gusta tu fiesta, Alex. Hay cosas muy interesantes —comenta Frank, con una evidente doble intención.

Su hermano asiente y señala con su vaso a alguien que está a mis espaldas.

—La pelirroja. ¿Sabes si está libre?

No necesito girarme para saber a quién se refiere, pero lo hago de todas formas y veo a Owen, que está sentada con Blake en uno de nuestros sofás. Noto una punzada de celos y por fin empiezo a entender por qué ella parecía molesta el otro día.

—Está conmigo —respondo, volviéndome hacia Frank.

Ellos se miran con las cejas alzadas. Acto seguido, hacen lo último que me esperaba.

Se echan a reír.

—¿Estás jodiéndome? —me espeta Connor, cogiéndome del brazo para que vuelva a girarme. Señala a Owen con un dedo—. ¿Me estás diciendo que esa tía está contigo?

—¿Qué clase de trato con el diablo has hecho para conseguirlo, chaval? —añade Frank.

—Surrealista —concluye Connor.

De repente, tengo la garganta seca. Al principio intento convencerme de que son unos imbéciles y de que solo intentan hacerme daño, como llevan haciendo desde que nos conocemos; pero entonces miro a Owen y la veo reírse con nuestros amigos, y la realidad me cae encima como un cubo de agua fría.

¿Y si tienen razón?

Es humillante que alguien piense que debo haber hecho «un trato con el diablo» para que una chica así esté saliendo conmigo. Siempre he sabido que Owen es demasiado para mí, pero que otra persona me lo eche en cara es diferente. Duele más. Mi autoestima ya se tambalea normalmente, y con esto ha tocado fondo y ahora está escondida en algún rincón del subsuelo.

No contesto. De hecho, ni siquiera reacciono cuando Mason aparece de pronto y me palmea la espalda con una sonrisa.

—Hora de soplar las velas, cumpleañero. Mueve el culo —canturrea.

Intercambia un movimiento de la cabeza con Connor y Frank, a modo de saludo. Mi cerebro tarda unos segundos en ponerse en marcha. Me aclaro la garganta y me zafo de su agarre para alejarme de ellos cuanto antes.

Mason se sorprende ante mi brusquedad y viene rápidamente detrás de mí.

—Eh, ¿qué pasa? ¿Todo bien? —me pregunta.

No le miro.

—Olvídalo.

No parece muy convencido, pero no tiene opción a discutir. Justo en ese momento, las luces se apagan y papá entra sujetando una tarta enorme llena de velas. Los invitados se ponen a cantar el mítico «cumpleaños feliz» y mi hermana se coloca a mi lado para que soplemos juntos. Me parece oír que alguien me aconseja que pida un deseo, pero no me molesto en pensar en ninguno.

Todos estallan en vítores y aplausos, y después Bill y papá parten la tarta y no dejan de perseguir a los invitados hasta que se aseguran de que todos tienen una porción. Me siento con mis amigos en un sofá, bien lejos de Frank, de Connor y de sus comentarios destructivos, me sumerjo en la conversación e intento que mi mente no me arruine lo que queda de noche.

Desafortunadamente, es una tarea difícil. Owen está justo frente a mí, sentada entre Finn y Sam, y no puedo mirarla sin pensar en la conversación de antes.

Odio sentirme así. Sé que a Owen le gusto, porque me lo ha dicho muchas veces, pero una parte de mí sigue sin creérselo del todo. Supongo que a esto se refiere la gente cuando habla sobre sus «inseguridades». Sé que no es culpa suya y que no tengo razones para sentirme así, porque todo está en mi cabeza, pero tampoco sé cómo diablos sacármelo de ahí.

Cuando ya ha pasado un buen rato desde que hemos tomado la tarta y hay gente que está empezando a marcharse, Owen se levanta y viene a sentarse a mi lado. Todo mi cuerpo entra en tensión, aunque intento que no se dé cuenta. La miro de reojo y dice:

—¿Crees que a tus invitados les importará que secuestre un rato al cumpleañero?

Miro a los demás. Finn y Mason están haciendo un concurso de preguntas estúpidas del estilo de «¿hasta dónde se lavan la cara los calvos?» y ya no sé ni quién va ganando.

—No quiero seguir oyendo esto —le susurro a Owen y ella se ríe.

—Tengo una sorpresa para ti. Vamos.

Entrelaza dulcemente sus dedos con los míos y hace que me levante. O son imaginaciones mías, o mi hermana nos lanza una mirada cómplice cuando pasamos por su lado. Nadie me da más explicaciones hasta que salimos del salón y Owen cierra la puerta, haciendo que disminuya el volumen de la música.

Se apoya contra ella y se muerde el labio.

—¿Vas a hacerme caso si te pido que cierres los ojos?

—No.

Para mi sorpresa, ella sonríe.

—Te conozco demasiado bien.

Por fin me muestra lo que llevaba oculto tras la espalda. Cuando veo lo que es, me entran ganas de santiguarme. Una venda para los ojos.

—Prométeme que saldré vivo de esta —le suplico, mientras se coloca detrás de mí.

Noto su risa en mi cuello cuando se pone de puntillas para atármela en la parte trasera de la cabeza.

Mi mundo se queda a oscuras y maldigo para mis adentros. La tela es tan opaca que es completamente imposible ver a través de ella.

—¿No te fías de mí?

—No me fío de tus habilidades para evitar que me coma una pared.

Me hace girar con brusquedad y mi corazón da un salto ante una posible muerte inminente.

—Tendrás que correr el riesgo —dice, muy cerca de mi rostro. Después, entrelaza su mano con la mía—. Ven.

Mi casa no es muy grande, pero el trayecto se me hace eterno, básicamente porque no puedo dar tres pasos seguidos sin estirar las manos y tener la certeza de que no voy a chocarme contra nada. Por suerte, Owen no pierde la paciencia. No deja de reírse en ningún momento y una parte de mí quiere odiarla porque la muy desgraciada está disfrutando con todo esto.

Cuando giramos a la derecha, sé que acabamos de pasar la habitación de Blake. Saco mis propias conclusiones. En esta zona del pasillo solo hay dos puertas más y no creo que vaya a encerrarme en el baño.

—Conozco mi casa, Owen —le digo—. Sé a dónde me estás llevando.

—Me encantaría saber qué piensas al respecto.

Trago saliva.

Tener a Holland Owen conduciéndome hasta mi habitación porque quiere darme una sorpresa el día de mi cumpleaños no es una escena que se me haya pasado nunca por la cabeza, la verdad.

—No sé qué opino al respecto.

La escucho reír poco antes de que nos paremos en seco. Alargo el brazo para comprobar mi teoría. En efecto, estamos frente a la puerta de mi dormitorio. Está cerrada y Owen se ha apoyado contra ella.

Cuando vuelve a hablar, algo en su tono ha cambiado y ahora parece nerviosa.

—Antes de nada, quiero que sepas que, si he hecho todo esto, es porque eres una persona muy importante para mí y...

Mi corazón salta con tanta fuerza que me da hasta vergüenza.

—Owen —la interrumpo.

—¿Si?

—No puedes decirme cosas así sin dejar que te mire a la cara.

Un silencio se abre paso entre nosotros. Durante un instante, casi creo que va a quitarme la venda por fin, pero entonces oigo un ruido y asumo que pretende abrir la puerta. Sin embargo, cambia de opinión en el último momento y vuelve a cerrarla.

—Está bien. Te las diré después —balbucea, nerviosa—. No puedes mirar hasta que estés dentro, ¿vale? No me pidas que sea yo quien te quite la venda porque no sé si voy a poder. Mira, ni siquiera sé si debería entrar contigo o dejar que...

Su voz se apaga de pronto, suspira con frustración y abre la puerta sin pensárselo dos veces.

En ese momento, lo sé. Incluso antes de poner un pie en la habitación, sé qué es lo que ha hecho.

Aun así, cuando me saco la venda por la cabeza y puedo verlo con mis propios ojos, la impresión me golpea con tanta fuerza que me hace retroceder.

Cuesta dar pasos hacia adelante cuando los recuerdos te mantienen anclado al pasado. Desde que murió mi madre, no he dejado que nadie toque la pared en donde pintó. No solo porque me recuerda a ella, sino porque ver esos trazos a medio terminar era, en parte, una forma cruel de asegurarme de que cada día, nada más abrir los ojos, tendría presente lo que hice. Lo que la música me obligó a hacer.

Pero todo eso ha desaparecido.

Lo que cubre ahora mi pared ya no es un castigo, sino un recordatorio de todos los sueños que me quedan por cumplir. El piano que mamá empezó a pintar hace años está, por primera vez, completamente terminado. Del teclado brota una oleada de notas que recorre toda la habitación, como una lluvia de estrellas.

Arriba, justo sobre mi cama, caligrafiado en cursiva, se lee: «has nacido para crear».

—Todo es suyo —dice Owen a mis espaldas—. Dejó todos los trazos hechos a lápiz. Aún se conservaban en la pared. No he cambiado nada, Alex. Tu madre hizo todo esto. No solo era una artista increíble, sino que también tenía ojo para el talento. Supo desde que naciste que llevabas la música dentro.

El sentimiento se cuela como un torrente dentro de mi pecho y alcanza todas mis terminaciones nerviosas. Miro a Owen y es entonces cuando lo sé. De pronto, entiendo que no puedo apartar los ojos de ella, que no podré hacerlo jamás. Lo que siento va mucho más allá de todo lo que había creído hasta ahora.

Estoy enamorado de ella.

Es una verdad más pura que ninguna que se entromete en mi cerebro y que nunca podrá escaparse de ahí. De pronto, ya no controlo mi cuerpo y me he quedado completamente inmóvil. El silencio se alarga durante unos interminables minutos, durante los que no dejamos de mirarnos, hasta que vuelvo a oír su voz.

—Alex, di algo —me implora, en un susurro—. Por favor.

Quiero hacerlo. Necesito decírselo. Me encantaría decirle que cuando escribí la canción aún no sabía que la letra cobraría tanto sentido, pero que mi corazón está en sus manos desde hace tiempo y que no me importa estar arriesgándome a que lo haga pedazos. Porque estoy enamorado de ella.

Pese a eso, lo que respondo en su lugar es:

—No me merezco todo esto.

Destensa los hombros y comprendo que, por alguna razón, temía mi reacción. Su mirada se llena de algo que no consigo descifrar y niega lentamente.

—No te atrevas a decir eso.

—Owen, de verdad, no sé cómo... No sé...

—Una persona muy sabia me dijo hace tiempo que, a veces, uno hace cosas por los demás sin esperar nada a cambio, solo para hacerlos felices. Esta es una de esas veces, Alex.

No lo aguanto más y tiro de ella para fundirnos en un abrazo. La estrecho contra mí y noto el suave murmullo de su risa rozándome la oreja. Incluso estando agachado, tiene que ponerse de puntillas para estar a mi altura. Se deja caer sobre sus talones y la miro a los ojos.

Me acaricia la mejilla con los dedos, sonriendo, y yo vuelvo a observar el piano. Cada vez que lo miro, las emociones me revolucionan el estómago.

—¿Lo has hecho tú sola? —le pregunto, en voz baja.

—Fue idea de tu hermana. Llevamos meses planeándolo. Vine aquí esta mañana, mientras vosotros estabais en el instituto, y tu padre me ayudó a mover los muebles. Por eso no te han dejado entrar en todo el día. Mason y Sam han colaborado. Finn también lo intentó, pero acabé echándolo porque me ponía nerviosa.

Sonrío sin querer. Me parece que este año ya no tengo ninguna posibilidad de ganarle a Blake.

—Creía que se te había olvidado que era mi cumpleaños —admito.

Owen intenta disimularlo, pero vislumbro esa punzada de culpabilidad que cruza su expresión. Levanta una ceja.

—¿Quieres que te pegue un puñetazo?

Aún estoy riéndome cuando se acerca y me besa. Owen de verdad es buena en todo lo que hace. Antes, cuando empezó todo eso, me preocupaba tanto porque no creyera que soy un desastre que no disfrutaba, como tal. Siempre dice que tengo que pensar menos y dejarme llevar, y la verdad es que es bastante fácil dejar la mente en blanco cuando me está besando.

No obstante, no puedo sacarme la conversación que he tenido antes con Mason de la cabeza. Es como tener a un pequeño diablillo colgando de mi oreja y gritándome lo que tengo que hacer. Estoy enamorado de Owen. Ahora que lo sé, no me cansaré de repetirlo nunca. Me da un miedo que te cagas pensar que ella pueda no sentir lo mismo, pero no puedo callármelo eternamente.

Estoy tenso y lo nota enseguida. Me mira con el ceño fruncido y sus suaves dedos me recorren los brazos, intentando hacer que me relaje.

—¿Qué pasa? —dice, con desconfianza.

Muy bien. Finn tenía razón.

Me vendría de lujo tener instrucciones.

—Quiero preguntarte una cosa —comienzo. Ella asiente y me anima a continuar. Trago saliva—. Sé que nunca hemos hablado sobre esto, pero he estado pensando y quería saber si tú... Bueno, si te gustaría...

—¿Salir contigo?

Cojo una profunda bocanada de aire y asiento. Es una tortura no saber qué está pensando ahora mismo; sobre todo cuando ladea la cabeza y, descolocándome por completo, se ríe.

—Bien. Mi otra opción era que fueras a preguntarme si quiero acostarme contigo, pero no te veía capaz de hacer algo así.

Definitivamente no me esperaba eso. Mi corazón salta violentamente y, por más que intento decir algo, de mi boca no salen palabras. Owen me mira en silencio y algo me dice que está divirtiéndose con todo esto.

De pronto, enseria su rostro y suspira. No paso por alto que se ha alejado de mí.

—¿Estás seguro?

—¿Qué?

—De que quieres que vayamos en serio.

¿Cómo se responde a eso? Si no estuviera seguro, no se lo habría preguntado. ¿Eso significa que ella tiene dudas o qué?

Un silencio incómodo se instala entre nosotros y Owen se muerde el labio.

—Quiero decir... —titubea, y la sonrisa le delata—, sé que hay muchos cantantes famosos que nunca saldrían con una de sus fans.

Dejo escapar todo el aire que contenía en los pulmones en un sonoro suspiro. Owen se ríe y solo tarda una milésima de segundo en lanzarse a mis brazos. Sus manos agarran mis mejillas y me besa una y otra vez, eufórica. Retrocedemos hasta que mi espalda está contra la pared.

—Me habías asustado —me quejo, en un susurro, y vuelve a besarme.

—La respuesta es sí. A ambas cosas.

—Owen...

—No me mires así. No voy a apuntarte con una pistola para que te acuestes conmigo ahora mismo —me tranquiliza. Después, se muerde el labio—. Pero, cuando llegue el momento, bueno...

Deja la frase en el aire y tengo que imaginarme el resto. Trago saliva. El corazón me late tan rápido que me sorprende que no se me haya salido del pecho.

—Vale —susurro, con la voz ronca. No sé qué decir.

Por suerte, no hace falta que añada nada más, porque la que habla es ella.

—Gale y yo estuvimos dos años juntos y aun así nunca me sentí preparada para hablar del tema. Cada vez que intentaba que tuviésemos esa conversación, yo prácticamente salía corriendo. No me preocupaba acostarme con él, en sí, sino todo lo que eso conllevaba. Me aterrorizaba pensar que tendría que verme desnuda. Era perfectamente capaz de imaginármelo comparándome con otras chicas o riéndose de mí con sus amigos. Sentía que tenía que mantenerme alerta constantemente porque cualquier paso en falso le serviría para hundirme. —Oírla decir eso me parte en pedazos. Owen traga saliva y clava sus ojos en los míos—. Si te estoy contando todo esto es porque, por tonto que suene, nada de eso me pasa contigo.

Me quedo de piedra, y eso es un inconveniente, porque ahora mismo solo quiero abrazarla. Quiero que oiga de mi boca, una y otra vez, que es perfecta tal y como es y que ha estado dos años saliendo con alguien que no sabía apreciarla. Pero no consigo formular ni una sola palabra y el silencio se prolonga tanto que la situación se vuelve incómoda.

Holland me mira, como si necesitara saber en qué estoy pensando.

—Alex, no quiero asustarte —dice, pero es ella quien parece estar entrando en pánico—. Vamos a olvidar esta conversación, ¿vale? Deberíamos volver con los demás.

Se mueve tan rápido que, si no tuviera buenos reflejos, habría llegado al salón antes de que me diese tiempo a reaccionar. Atrapo su muñeca y tiro de ella para que vuelva al mismo sitio que antes, justo frente a mí.

Rehúye mi mirada hasta que me oye hablar.

—No me estás asustando.

Sus ojos me observan con desconfianza.

—Si crees que estoy yendo demasiado rápido, quiero que me lo digas.

—No creo que estés yendo demasiado rápido.

Honestamente, una parte de mí quería que tuviésemos esta conversación. No podemos estar a solas durante más de diez minutos sin enrollarnos. Es un hecho. Quiero demostrarle que yo también puedo ser atrevido, y estaría bien saber hasta dónde está dispuesta a llegar.

Sus hombros ya no están tensos, pero no está tan cómoda como me gustaría.

—¿Seguro que no piensas que es demasiada presión? —pregunta, con recelo.

—¿Quieres comprobar lo bien que se me da trabajar bajo presión?

Toma ya. Menuda declaración de intenciones. Owen levanta una ceja, mientras en sus labios se forma una sonrisa, y me doy a mí mismo una palmadita en la espalda. Objetivo cumplido.

Enreda sus brazos en torno a mi cuello, mucho más relajada.

—¿Así que ahora te dedicas a tirarme los tejos?

Su sonrisa decae con lentitud cuando nuestras miradas se cruzan. Paso los dedos por su mejilla y coloco un mechón de pelo detrás de su oreja.

—Sabes que no es por mí, ¿verdad? No es que yo tenga nada de especial —le digo, refiriéndome a todo lo que me ha contado antes—. Eres tú, Owen. Has cambiado. Ahora te ves a ti misma con otros ojos y no sabes lo orgulloso que me siento de ti por eso.

Mis palabras son solo un susurro, pero sé que las ha oído y solo espero que hayan surtido efecto. Quiero que ella también se sienta orgullosa de lo que ha conseguido. De quien es. Nadie se merece menos que eso.

Sin embargo, Owen no responde, sino que guarda silencio, mientras sigue acariciándome la nuca con los dedos. Su mirada recae en mis labios y, justo cuando pienso que va a besarme, sube hasta mis ojos y dice:

—Estoy enamorada de ti.

Eso me desarma por completo. Trago saliva e intento aferrarme al eco de sus palabras, pero ya no queda rastro de él.

—Dilo otra vez —le suplico.

—Estoy enamorada de ti —repite—. Estoy enamorada de tu risa, de tus bromas, de tu sentido del humor, de tu música, de tu talento, de tu forma de ser y de todas las ideas geniales que se te ocurren. Estoy enamorada de ti, Alex. Estoy completa y locamente enamorada de ti.

Uno puede cambiar el mundo usando solo las palabras.

Y Holland Owen ha hecho que el mío desaparezca por completo.

Todos mis miedos y mis preocupaciones se esfuman y pasan a formar parte de un pasado en el que ya no quiero molestarme en pensar. La adrenalina se adueña de cada fibra de mi cuerpo y por fin entiendo el significado oculto que hay tras las canciones de amor.

Todas mis canciones hablan sobre este momento, cuando sabes que estás al borde del precipicio y que la caída podría destrozarte y, aun así, solo puedes pensar en saltar.

Como Owen tiene las manos sobre mi pecho, seguramente sabe lo rápido que me va el corazón. No debería hacerla esperar, pero, una vez más, no sé cómo expresar lo que siento con palabras. La música, los invitados, la fiesta y mi cumpleaños, mis dieciocho, han pasado a un segundo plano y a nuestro alrededor solo queda silencio.

Y mi voz, en un susurro, cuando recito los versos de una canción.

—Por más que lo intentes, no puedes romper un corazón que ya está hecho pedazos. Pero yo he estado reservando el mío, y ahora es tuyo.

Una risa, espirada y de pura alegría, brota de entre sus labios. Owen sacude la cabeza y cierra los ojos con fuerza. Cuando los abre, brillan. Su sonrisa es tan real que se me clava en lo más profundo del pecho. Ahora confía en mí lo suficiente como para mostrarse tal y como es y leer sus emociones no me resulta difícil.

Por eso sé que está a punto de llorar y que sus lágrimas no son de tristeza.

—Alexander Lane —pronuncia, sorbiendo por la nariz—, no me habías dicho que eras un moñas.

Sonrío mientras le seco las lágrimas. La conozco y sé que, hace unos meses, no habría dejado que nadie la viera llorar. Me gusta que sienta que puede ser ella misma cuando está conmigo.

—Holland Owen —respondo e imito su tono—, has pasado de decirme que quieres acostarte conmigo y que estás enamorada de mí a echarte a llorar a lágrima viva. No hay quien te entienda.

Me empuja, riéndose.

—Púdrete.

Me uno a sus carcajadas y vuelvo a abrazarla. Owen esconde la nariz en mi cuello. Cuando le echo un vistazo a la habitación y veo el piano, un escalofrío me recorre de pies a cabeza. Lo ha hecho por mí. Porque está enamorada de mí.

—Creo que es por el olor a pintura —reflexiono—. Puede que nos esté afectando.

Se separa de mí, asintiendo, y se seca los ojos con la manga de la camisa.

—No puedes dormir aquí está noche.

—¿Es una indirecta? —Alzo las cejas.

—Los chicos y yo habíamos pensado en quedarnos a dormir en el salón cuando se vayan los invitados —me explica. Intenta disimular que se ha puesto nerviosa con mi insinuación—. Conozco a tu hermana y sé que acabará yéndose a su cuarto porque prefiere dormir en su cama. Lo malo es que tú no podrás hacer lo mismo. Lo bueno, que los chicos van a dejarnos el sofá más grande.

Mis cejas se juntan. No puedo negar que me gusta la idea.

—¿Nos? —repito, con intención.

—Es tu cumpleaños, así que tienes derecho a dormir cómodo, y yo soy tu novia y tengo derecho a dormir contigo.

La sonrisa no me cabe en la cara.

—¿Qué pasa si no quiero que duermas conmigo? —la desafío, de broma.

—Que dormirás en el suelo.

Eso me hace reír.

—Acabas de romperme el corazón —respondo con dramatismo y ella sonríe. Después, recordando los versos de mi canción, añado—: Cuídalo bien, ¿vale?

Ella asiente.

—Lo prometo.

Pienso hacer lo mismo con el suyo. Quiero demostrarle que, aunque en el pasado haya tenido malas experiencias, tiene razones para ser optimista. Necesito demostrarle que puedo ser ese «alguien mejor» que estará ahí siempre que lo necesite. No soportaría verla llorar mi culpa, jamás, a menos que sea de alegría.

Nos quedamos mirándonos en silencio hasta que sonríe y dice:

—Deberíamos volver con los demás.

Asiento, sin dejar de mirarla.

—Deberíamos.

—Quítate esto y ponte una camisa —me ordena, señalándome el pecho—. Mason cree que no puedo convencerte para que lo hagas. Hemos apostado y vas a ayudarme a ganar.

Justo cuando voy a replicar, mete las manos por debajo de mi camiseta y doy un respingo. Owen se ríe y me besa en los labios con rapidez antes de alejarse. Se recuesta en la pared, con las manos tras la espalda. Me indica con un gesto que me dé prisa.

Suspiro.

Debería aprender a hacerme de rogar.

Una parte de mí se siente tentada a pedirle que se gire, pero después me lo pienso mejor y me quito la camiseta. Su mirada me recorre de arriba abajo. Intento actuar con normalidad y abro el armario para sacar una camisa blanca, pero es complicado, porque Owen no pierde detalle de ninguno de mis movimientos.

Honestamente, me siento bastante intimidado. No está acostumbrada a esto, ¿verdad? Sé que ya no siente nada por Gale y que está enamorada de mí, pero eso no quita que la diferencia entre su ex novio y yo sea bastante... notoria.

Ese chico debe pesar quince kilos de puro músculo más que yo.

Me pongo la camisa e intento abotonármela, pero me tiemblan las manos. Acordándome de los consejos de Mason, le ordeno a mi cerebro que entre en modo «prepotente integral».

—Podrías hacerme una foto. Te durará más.

Pero Owen sabe jugar mucho mejor que yo.

—Tú estabas mirándome el culo antes, así que ahora estamos en paz.

Mi cara cambia de color.

Owen se ríe y se acerca para abotonarme la camisa. Sus dedos fríos me rozan la piel y me mantienen en tensión.

—No sabes disimular. Parecía que lo tuvieras escrito en la frente —se burla, cuando termina, y me mira a los ojos.

Me pienso bien mi respuesta antes de abrir la boca.

—Eres mi novia. ¿No se supone que puedo hacer cosas así?

Cuando sonríe, sé que he escogido las palabras adecuadas.

—Por supuesto que sí —contesta y me besa. Acto seguido, entrelaza su mano con la mía—. Ahora que he ganado mi apuesta, podemos irnos.

Podríamos. El problema es que todavía necesito hablar con ella sobre una cosa. Me quedo quieto y tiro de su brazo para que se gire hacia mí.

—Frank y Connor han estado molestándote, ¿verdad?

—Mason te lo ha contado —asume. Cuando asiento, me mira con recelo—: ¿Son tus amigos?

—No.

—Mejor, porque son imbéciles.

Se me escapa una sonrisa leve.

—No me han creído cuando les he dicho que estaba contigo —le confieso—. Pensaban que estaba inventándomelo.

«Y llevo torturándome con eso desde entonces», añado para mis adentros.

Bufa con molestia.

—Ignóralos. Saben que estoy contigo. Han estado persiguiéndome toda la tarde y les he repetido más de veinte veces que soy tu novia.

Mi mente se parte en dos. Por un lado, siento rabia, porque ahora entiendo a qué venía esa conversación; una vez más, solo querían hacerme daño. La culpa ha sido mía por dejar que lo consiguieran.

Pero, por otro, me gusta que Holland haya ido presumiendo de mí a mis espaldas.

—Seguro que pensaban que te harían cambiar de opinión —aventuro con amargura.

—Pues sí, y se han llevado fiasco tras fiasco porque a mí solo me gustas tú.

Eso me saca una sonrisa.

—Siempre sabes qué decir, ¿verdad?

—Vamos a darle una buena patada en la boca —me asegura y tira de mí hacia la puerta—. Vamos. Ven conmigo.

Cuando salimos, me doy cuenta de que el mundo sigue funcionando a nuestro alrededor. El tiempo no se ha parado y, lo que a mí me han parecido horas, han sido, en realidad, minutos. Owen me conduce al salón y sonrío porque la canción que suena por los altavoces me resulta muy familiar.

Mil y una veces se hace oír ahora por toda mi casa y ver a los invitados disfrutando con ella revoluciona mi corazón. Mi novia se ríe cuando tiro de ella para hacerla girar sobre sus talones y, después, cuando vuelve a mis brazos, se pone de puntillas y me besa.

Supongo que tiene razón cuando dice que nunca me entero de nada, porque no me imagino sus intenciones hasta que veo quiénes están a nuestro lado.

—Eh, chicos, mi novio va a abrir sus regalos de cumpleaños. ¿Venís? —les dice a Frank y a Connor, que nos observan atónitos.

Me arrastra lejos de ellos sin darles la oportunidad de contestar.

Asumía que lo de los regalos solo era una excusa, pero Blake acaba de entrar en el salón junto a Mason y Finn y algo me dice que se habían puesto de acuerdo con Holland para mantenernos a los dos fuera del salón. Los invitados han formado una fila frente a los sofás, de forma que no podemos ver lo que hay al otro lado.

Mi hermana se acerca y me agarra del brazo, nerviosa, y pronto pierdo la mano de Owen, que se aleja junto a los demás. Papá nos dedica una sonrisa.

—Cuando cada uno de vosotros me dijo lo que quería regalarle al otro, supe que este año habría un empate —anuncia.

Blake y yo intercambiamos una mirada incrédula.

Cuando la gente se aparta y por fin podemos pasar, mi hermana se pone a chillar con tanta fuerza que me sorprende que no se rompan las ventanas.

No se para a mirar su regalo. Se abalanza sobre mí y me estruja entre sus brazos sin dejar de saltar. Yo intento contenerla, a duras penas. Aún no asimilo lo que ven mis ojos.

Hace años, teníamos un piano en el salón que había pertenecido a mis abuelos. Decidimos venderlo unos meses después de que muriese mamá, cuando las cosas en casa empezaron a torcerse. Desde entonces, solo ha habido un instrumento en casa: el bajo de Blake, que era de segunda mano y terminó abandonado en el trastero.

Ha estado usando el del Brandom para ensayar desde entonces. Siempre que quiere tocar, tiene que irse hasta allí y esperar a que se marchen los clientes de Bill. Empecé a ahorrar hace tiempo porque me parecía que ya iba siendo hora de que eso cambiase.

—¡¿Es para mí?! —me chilla y prácticamente me escupe a la cara. Está tan eufórica que no puede estarse quieta—. ¡Dios, claro que es para mí! ¡Si es mi cumpleaños! ¡Gracias, Alex! ¡Gracias, gracias, gracias!

A continuación, se acerca al instrumento. Lo levanta con cuidado, como si creyese que es solo una ilusión y que podría esfumarse en cualquier momento. Es un bajo de color negro brillante, que combina con su ropa, del mismo color, y con sus uñas afiladas y pintadas de rojo.

—¡Mason, mira! —chilla, por un impulso, corriendo hacia él para enseñárselo—. ¡No me lo creo!

Mi mejor amigo se muestra más que dispuesto a emocionarse con ella. Eso está claro. Los observo durante un rato, en silencio, porque no me atrevo a mirar hacia donde se supone que está mi regalo. Me aterra que ya no siga ahí.

Pero no ha ido a ningún sitio y mirarlo hace que me revolotee el estómago. Es un teclado. Uno de verdad, no como el que mamá pintó en mi pared. Me he pasado dos años rechazando la música con todas mis fuerzas y ahora hay un jodido teclado en medio de mi salón y todas las pistas apuntan a que es para mí.

Me acerco, tanteando el terreno, pulso una tecla y me estremezco cuando la escucho. Es un sonido muy diferente al del piano del Brandom, pero creo que podría acostumbrarme. No, creo que quiero acostumbrarme. Cuando aprenda a manejarlo en condiciones, este chisme se convertirá en un abanico de oportunidades para mis canciones.

Cuando levanto la mirada, Blake está sonriéndome.

—Si quieres ser nuestro líder, tendrás que pasarte horas ensayando en tu habitación.

—Has ganado tú —me rindo ante lo evidente.

Sin embargo, ella niega y me tiende su mano derecha.

—Dejémoslo en un empate.

Se la estrecho.

—Papá tenía razón.

—Papá siempre tiene razón.

—Sí, siempre tengo razón —concuerda el susodicho, metiéndose entre nosotros. Mi hermana se ríe cuando papá me despeina tanto que el flequillo me cae sobre los ojos. Nos mira a ambos y sonríe—. Estoy orgulloso de vosotros, chicos, y sé que vuestra madre también lo estaría.

Seguro que sí. Después de leer lo que escribió en la pared de mi cuarto, ya no me cabe ninguna duda: mama quería que me dedicara a esto. Renuncié a la música y me convencí de que lo hacía por ella, y fue un error. Habría querido que persiguiese mi sueño y eso es justo lo que voy a hacer. Por ella y por mí. Por ambos.

Blake me aprieta el brazo con cariño y señala el teclado con la cabeza.

—¡Es tuyo! —exclama, poniendo voz de emocionada.

—Gracias —respondo con sinceridad.

—¿Por qué no tocas la canción? La nueva. Sé que llevas semanas trabajando en ella. Por favor.

Con eso atrae la atención de nuestros amigos. Sin embargo, no ha dicho ninguna mentira. Llevo un tiempo trabajando en ella, pero no he querido enseñársela a nadie. Ya no me avergüenza compartir mis creaciones con el mundo, pero esta canción es diferente. Especial. Me dolería si me dijesen que no les gusta.

Pero supongo que no puedo esconderla eternamente.

Cuando asiento, mi hermana chilla y, dos segundos después, está sentada con Owen, Bill, papá y los chicos en nuestros sofás. Esperan con impaciencia a que empiece el espectáculo. Me acomodo frente al teclado y acaricio las teclas para ir familiarizándome con ellas. Pasaremos mucho tiempo juntos a partir de ahora.

De pronto, Finn llega a mi lado, con los brazos en alto.

—¡Señoras y señores, me complace presentarles la nueva canción de nuestro, ejem, no tan querido, vale, es broma, compositor! ¡Con todos ustedes...! —Frunce el ceño y me mira—. ¿Qué nombre le has puesto, querido?

Miro a mis amigos.

—Insomnio.

Como si pudiera leerme la mente, Owen sonríe.

—Joder. Es un título buenísimo. ¿Se me ha ocurrido a mí? —parlotea Finn, mientras cruza el salón para sentarse con los demás.

Sin embargo, ya no estoy prestándole atención.

Mi mirada está fija, una vez más, en el teclado.

Insomnio nació, curiosamente, una noche en la que no podía dormir. Es una canción diferente a todas las que he escrito. No pretende tocarle el corazón a nadie, sino hacerte bailar hasta que te quedes sin aire en los pulmones. Habla sobre esas amistades que deberían ser eternas. Más concretamente, sobre ellos. Sobre quienes irrumpieron en mi vida de forma inesperada y lo pusieron todo del revés.

En el estribillo, canto la historia de unos amigos que se proponen pasarse noche tras noche charlando hasta las tres de la madrugada. Los chicos no tardan en darse por aludidos y se ponen a saltar y aplaudir, aunque nadie los entienda, porque son justo así.

Cuando toco los últimos acordes, se levantan y me piden que toque Mil y una veces, nuestro primer éxito en YouTube. Lo cantamos todos juntos y nuestro público se une a nosotros. Escucho a Owen riéndose cuando Bill chilla el estribillo a todo volumen y entonces sé, con total certeza, que este siempre será el mejor cumpleaños de mi vida.

Son momentos como este los que después, durante los días malos de verdad, cuando parece que el mundo entero se te cae encima y que te ahogas bajo su peso, vuelven a tu memoria para recordarte lo afortunado que fuiste cuando eras feliz y no lo sabías.

━━━━━━━━・♬・━━━━━━━━

Os recuerdo que Cántame al oído y Dímelo Cantando están disponibles en físico gracias a la editorial Wonderbooks <3

Twitter @InmaaRv

Instagram @InmaaRv 


Continue Reading

You'll Also Like

6.7K 716 82
Ser directioner puede traducirse a algo tan simple como ser fan de la banda One Direction. Pero si de verdad te metes a fondo verás que es un verdade...
1.1M 53.7K 53
¿Como algo que era incorrecto, algo que estaba mal podía sentirse tan bien? sabíamos que era un error, pero no podíamos estar sin el otro, no podíamo...
3.3K 158 30
Niall es el tipo de... Inicio: 31/05/2020 Final: Cover by: @_minxyoongix_
3.7M 162K 134
Ella está completamente rota. Yo tengo la manía de querer repararlo todo. Ella es un perfecto desastre. Yo trato de estar planificada. Mi manía e...